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Agosto 15: La Asunción de la Virgen, una fiesta llena de esperanza

Asunción de la Santísima Virgen María
(15-agosto-2021) Por:  Jorge Humberto Peláez, SJ
jpelaez@javeriana.edu.co Lecturas:

I Libro de las Crónicas 15, 3-4.15-16; 16, 1-2
I Carta de san Pablo a los Corintios 15, 54-57
Lucas 11, 27-28

Hoy celebra la Iglesia la festividad de la Asunción de la Virgen María. En palabras simples, ¿cuál es el motivo para celebrar? La Iglesia está de fiesta porque la Virgen María al concluir su vida terrenal no tuvo la destrucción de su cuerpo mortal. Todos los seres humanos terminamos en un cementerio o en un horno crematorio. La Virgen María tuvo un tránsito diferente: al finalizar su vida terrena fue llevada en cuerpo y alma a la gloria junto a su Hijo Jesucristo, Señor del universo.
Veamos cómo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica este privilegio que tuvo María por haber sido escogida como Madre de Dios y, por ello, haber sido concebida sin pecado. Leemos en el n. 966 del Catecismo: “La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte (…) La Asunción de la Virgen María constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”.
La Iglesia católica llegó a esta afirmación dogmática de la Asunción de la Virgen después de recorrer un largo camino:

Lo primero que tenemos que afirmar es que desconocemos el día, el año y el modo en que murió Nuestra Señora. Lo que conocemos proviene de las tradiciones de oriente y occidente, a partir del siglo V. Unas tradiciones ubican el deceso de María en Jerusalén, y otras lo sitúan en Éfeso donde, según una antigua tradición, la Virgen pasó sus últimos años en compañía del apóstol Juan.
A partir del siglo V, encontramos testimonios de celebraciones litúrgicas en honor de la Asunción y una arraigada devoción popular.
En el año 1854, el Papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, que afirmaba que María, llamada a ser la Madre de Jesús, fue concebida libre de pecado. La que iba a llevar en su vientre al Santo de los santos estaba libre de pecado.
Las reflexiones teológicas que se dieron alrededor de la concepción inmaculada de María prepararon el terreno para lo que, cien años más tarde, sería el dogma de la Asunción: la Madre de Dios, que había sido concebida sin mancha de pecado, también fue eximida de la destrucción que acompaña la muerte corporal.

En el año 1946, el Papa Pío XII escribió una encíclica dirigida a los Obispos católicos de todo el mundo. En ella les preguntaba si consideraban oportuna una definición dogmática sobre la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo. Como respuesta a esta consulta, solamente 6 obispos, entre los 1.181 que habían sido consultados, manifestaron alguna reserva.
En el año 1950, el Papa Pío XII proclamó este dogma. Esta son sus palabras: “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el ciclo de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”. El arte cristiano ha encontrado una potente fuente de inspiración en esta etapa final de la Virgen. En el arte bizantino, son innumerables los iconos que representan la Dormición de la Virgen; en el arte occidental, son numerosas las pinturas que celebran este momento glorioso del tránsito de María.
La devoción a la Virgen es un elemento esencial de la espiritualidad cristiana. Hemos meditado infinidad de veces el hermoso texto del evangelista Juan en su relato de la crucifixión de Jesús, capítulo 19: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa”.
Estas palabras de Jesús son de una intensidad y una ternura infinitas. Todos nos sentimos identificados con el apóstol Juan. María es nuestra Madre. Nos acercamos a ella para que nos escuche, nos proteja, nos dé fuerzas en los momentos de dificultad y para que interceda por nosotros ante su Hijo.
Que esta fiesta de la Asunción de la Virgen fortalezca nuestra alegría y esperanza. Ella ha superado la destrucción de la muerte y nos ha precedido en la gloria. Pidámosle que nos acompañe en nuestro peregrinar y nos lleve de la mano junto a su Hijo.

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