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Agosto 21: La puerta angosta

XXI Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C – agosto 21 de 2022 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ En su camino a Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por donde pasaba. Uno le preguntó: –Señor,  ¿son pocos los que se salvan? Y él contestó: –Procuren entrar por la puerta angosta; porque les digo que muchos querrán entrar, y no podrán. Después de que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, ustedes, los que están afuera, llamarán y dirán: ‘Señor, ábrenos.’ Pero él les contestará: ‘No sé de dónde son ustedes.’ Entonces comenzarán ustedes a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles.’ Pero él les contestará: ‘No sé de dónde son ustedes. ¡Apártense de mí, malhechores!’ Y vendrán el llanto y la desesperación, al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que ustedes son echados fuera. Porque va a venir gente del norte y del sur, del este y del oeste, para sentarse a comer en el reino de Dios. Entonces algunos de los que ahora son los últimos serán los primeros, y algunos que ahora son los primeros serán los últimos. (Lucas 13, 22-30).
A juzgar por la respuesta de Jesús a quien le hace la pregunta, éste parece ser integrante de la secta de los fariseos, la mayoría de ellos opositores suyos. Y Jesús no sólo no contesta directamente a lo que ese fariseo le pregunta, sino que su respuesta implica una invitación a todos los que lo escuchan a esforzarse para poder entrar en el reino de Dios, en lugar de hacer especulaciones sobre si son pocos o muchos los que se van a salvar. Meditemos en lo que esta invitación significa para nosotros, teniendo en cuenta también las otras lecturas (Isaías 66, 18-21 y Hebreos 12, 5-7. 11-13).
 
1. “Procuren entrar por la puerta angosta”
Un comentario a otro pasaje de los evangelios en el que Jesús dice que es más fácil para un camello pasar por el ojo de la aguja, que para un rico entrar en el reino de los cielos (Mateo 19, 24), sugiere que, en las murallas de Jerusalén, la ciudad hacia donde se dirigía Jesús con sus discípulos, había una puerta angosta llamada “El Agujero”. Con esta imagen estaría indicando Él que quien quiera pasar por esa puerta debe desprenderse del apego a las riquezas materiales, así como el camello tiene que ser descargado de las mercancías para entrar por ella.
En el texto paralelo de Mateo al del pasaje que corresponde al Evangelio de este domingo, perteneciente al Evangelio de Lucas, Jesús no sólo se refiere a la puerta, sino también al camino: ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina; pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! (7, 13-14). Así, pues, las imágenes de la puerta estrecha y del camino difícil nos indican que, para salvarnos, tenemos que buscar una vía opuesta a la del facilismo. La publicidad comercial suele invitarnos al éxito fácil, sin esfuerzo. La Palabra de Dios nos propone lo contrario: la auténtica felicidad sólo podemos conseguirla desapegándonos de todo lo que nos estorba, es decir, de los afectos desordenados que nos impiden caminar por la senda y pasar por la puerta que nos conducen a la salvación. Y esto implica un esfuerzo de parte nuestra.
 
2. “No sé de dónde son ustedes. ¡Aléjense de mí todos los malhechores!”
Entre los oyentes de Jesús había, como hemos visto que lo sugiere la respuesta de Jesús, fariseos que se preciaban de pertenecer al pueblo escogido. Ellos consideraban que ya tenían asegurada la salvación, simplemente por ser descendientes de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, de quienes provenía la nación de Israel, y por cumplir unos ritos externos a los cuales habían reducido la ley de Dios promulgada por Moisés. Pero no sólo ellos. También entre los primeros discípulos de Jesús existió la tentación, y persiste todavía entre nosotros, de pensar que, por pertenecer a la Iglesia, por haber participado con frecuencia en la Eucaristía (hemos comido y bebido contigo), o por haber oído sus enseñanzas (tú enseñaste en nuestras calles), ya se tiene asegurada la salvación.
Nada de eso. No bastan los ritos, ni los rezos, ni haber escuchado la Palabra de Dios. Hay que llevarla a la acción, lo cual muchas veces resulta difícil, sobre todo cuando eso implica renunciar al egoísmo y desprenderse de los apegos que impiden estar en la onda del reino de Dios, es decir, en la del cumplimiento de su voluntad. Por eso mismo, cuando participamos en la Eucaristía -con la cual se relaciona simbólicamente la expresión “sentarse a comer en el reino de Dios” que emplea Jesús en el Evangelio-, tenemos que asumir activamente el compromiso que implica escuchar la Palabra y comulgar, es decir, expresar nuestra comunión, nuestra común unión con Jesús como Hijo de Dios y entre nosotros como hermanos.
 
3. “Los últimos serán primeros y (…) los primeros serán últimos”
Esta frase, que aparece varias veces dicha por Jesús en los evangelios, puede entenderse mejor si la relacionamos con la primera lectura: “Ahora vengo a reunir a los paganos de todos los pueblos y de todos los idiomas”. Cuando Jesús dice que los últimos serán los primeros, se refiere a los paganos, también llamados “gentiles” –en hebreo goyim– a quienes los fariseos despreciaban por no pertenecer a la descendencia de Abraham, Isaac y Jacob. Jesús afirma así que aquellos gentiles que estén dispuestos a escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica van a ser los primeros beneficiarios de la acción salvadora de Dios por estar abiertos a Él. En cambio, quienes se precian de ser destinatarios únicos de las promesas del Señor y piensan que éstas se cumplirán en ellos simplemente porque pertenecen a una raza y realizan los ritos de una tradición religiosa que consideran superior a las demás, no entrarán en el Reino de Dios.
En síntesis, esta es la enseñanza que nos trae el mensaje de hoy: Dios quiere que todos seamos felices, pero para lograrlo no debemos confiarnos en que realizamos unos ritos religiosos que nos obtendrían mágicamente la salvación, sino tenemos que esforzarnos, desapegándonos de todo cuanto nos impide caminar por la senda difícil y pasar por la puerta estrecha que nos permiten el acceso al Reino de Dios. Que María Santísima, cuya Asunción gloriosa hemos conmemorado el pasado 15 de agosto, interceda ante su Hijo para que nos dé la fuerza de su Espíritu y con ella pongamos en práctica sus enseñanzas, de modo que podamos entrar, como ella, al Reino de los Cielos.

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