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Agosto 22: En Juan, Jesús se entrega libremente, como pan

Juan 6:60-69, domingo, agosto 22 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ  En el imaginario popular ha primado el relato de la entrega de Judas, de manera que este ha terminado con mala prensa como el traidor. La expresión popular “beso traidor” se refiere a Judas. En general, a quien traiciona a alguien se le llama Judas. Afortunadamente los mismos evangelios y los Hechos de los Apóstoles nos dan otros elementos para tener otra apreciación de este personaje. Por ejemplo, se nos narran dos formas de su final, una por suicidio por ahorcamiento y otra por accidente: “Este, pues, compró un campo con el precio de su iniquidad, y cayendo de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas” (Hc 1:18). Era común entre los comentaristas armonizar las dos versiones pero hoy se prefiere respetar sus diferencias. Judas no significa más que judío; no es nunca mencionado por Pablo y parece fruto de una tradición tardía. Hubo anti-semitismo entre algunos de los primeros cristianos. Algunos padres de la iglesia exceptuaron a los judíos del perdón de Jesús en la cruz con el argumento de que sí sabían lo que hacían. La forma judía de relatar usaba referentes de su historia pasada y los había de traición entre los íntimos amigos. Se encuentra un precedente en un relato sobre David, en el cual un hombre llamado Ajitofel, quien come a la mesa del rey, se convierte en traidor. El salmo dice: “Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que mi pan comía, levanta contra mí su calcañar” (Sal 49:1).
El psicoanalista John Sanford analiza a Judas como el lado oscuro de Jesús y la cruz como un drama interno y externo, sugiriendo que todos los personajes de la pasión tienen su contraparte en la psiquis humana. Es decir, que en la pasión de Jesús podríamos ver reflejada nuestra pasión interior y a menudo también la exterior. Similar lectura de algunos mitos griegos como dramas internos: Edipo, Electra, Narciso, Pigmalión, Tántalo y muchos más. Sicología y psiquiatría son ciencias recientes aunque basadas en mitos antiguos.
Judas (como oscuridad interior) aclara su sentido frente a Jesús (como luz interior). La misma muerte no lo es tal hasta que se confronta con la vida (resurrección). Uno mismo no se valora bien hasta que se confronta con lo que puede o debe ser. Judas ya era un personaje popular entre los cristianos cuando se recogen los evangelios y metáfora de asesino como consideraban a los judíos. Siempre se menciona al final en la lista de “los doce”, lleva la bolsa (contra la recomendación de Jesús de no llevarla), entrega a Jesús durante la Pascua judía, cuando ve a Jesús entregado a Pilato corre a las autoridades para proclamar la inocencia de su maestro, comete suicidio o muere en el valle de la iniquidad (acéldama, campo de sangre). Solamente Lucas lo llama “traidor” [1] (palabra griega con otros significados positivos). En Marcos la entrega es prevista por Dios. Juan dice que ocurre una vez Satanás entra en Judas. Mateo muestra a Judas “besando tiernamente” a Jesús en el arresto. Hoy afirmamos que a Jesús lo matan los romanos, no los judíos. En las artes visuales, especialmente las pinturas de la última cena, se representa a Judas con nariz encorvada (cuervo o águila) y bolsa. En muchos países estuvo prohibido dar el nombre de Judas a los niños.
Más benignamente, Tertuliano comenta que Judas se suicidó para adelantarse a Cristo y pedirle perdón en la otra vida. Ya se perfila el deseo de algunos de rehabilitar a Judas, bien como ser humano, bien como personaje confuso en los evangelios. San Agustín se ensaña en Judas a causa de su suicidio (2 versiones encontradas) y pasa por alto que también se suicidan Abimelec, Saulo con su escudero y Zimri. Los 600 judíos de Masada prefirieron el suicidio[2] a caer en manos de los romanos. San Agustín asimila el suicidio de Judas a un doble homicidio: matar a Jesús y matarse a sí mismo. Interpretación que retoman la mayoría de los padres de la iglesia. Entregarse Jesús como pan de vida suponía renunciar a su vida que es lo que expresa como dar y retomar su vida libremente. Esto no está excluido como interpretación por Eusebio de Cesarea, san Juan Crisóstomo y san Ambrosio. Hay cierta similitud con ciertos martirios judíos y cristianos de los primeros siglos. Cuando se inició la fiesta del Corpus Christi para honrar el jueves santo (jueves del mandato), se enfatizaba más la traición de Judas que la institución de la Eucaristía (siglo XIII); se enfatizaba más la “traición” que la libre entrega de Jesús como pan de vida.
El nombre hebreo de Judas (Yehuda) es el de uno de los patriarcas y el apodo sicario lo asocia con una secta revoltosa armada. Al hacerlo tesorero del grupo lo asocian con las riquezas que Jesús criticaba. Juan también lo tilda de ambicioso durante la unción en Betania. Sin embargo, recibe igual que los demás el envío a proclamar el reinado de Dios, como lo reconoce Pedro en el discurso para elegir su reemplazo. En el evangelio gnóstico de Judas, se le muestra más como funcionario necesario en el plan de salvación que hace posible que la pasión y muerte sucedan. Quizás forma parte de las explicaciones que los cristianos necesitaban para tratar de entender algo tan inesperado. Hasta tal punto se enfatizó la muerte de Jesús como expresión de la maldad humana que se llegó a tener a Judas como el prototipo de pecador cristiano. Todo pecado como traición a Jesús. Ser llamado Judas llegó a ser una grave ofensa para los creyentes. En una versión más sensata del simbolismo de Judas, dice el obispo Pedro Casaldáliga en un soneto que dedica a Judas: “Frustrado apóstol turbio del deseo,/ lo que sabemos hoy, tú no sabías;/ lo que esperabas tú del Galileo,/ lo exigimos de Dios todos los días.// No fue mayor que el nuestro tu pecado,/ traficantes también de sangre humana…/ Beso en Su Rostro, al fin, aunque mal dado,/ ¿no te alumbró aquel beso la mañana?// Amor y suicidio en un madero,/ muertes de un mismo Viernes de Pasión,/ Su grito recogió tu desespero,// tu soga fue también tu confesión,/ Judas, hermano Judas, compañero/ de miedos, de codicias, de traición”. Buscar un chivo expiatorio, victimizar a una persona o grupo, ha sido una constante a lo largo de la historia para evadir el propio compromiso, la propia responsabilidad. Pero el principio del mal para el creyente es justificar el sufrimiento ajeno; así como el principio del bien es echarse encima el sufrimiento del prójimo. El giro que da el evangelio de Juan a la muerte de Jesús, con base en el amor sacrificial (ágape), nos invalida muchas otras explicaciones de su muerte, incluso las que el mismo evangelio de Juan pueda sugerir como el demonio que entra en Judas. Jesús se entrega libremente para mostrar que no era pensable un Dios mayor que el que muere por amor oblativo (ágape). La muerte de Jesús, quien muere no a pesar de Dios sino precisamente porque lo era, no es una novela policíaca ni de misterio. Tampoco es para meternos sentimientos de culpa sino para revelarnos hasta donde puede y debe llegar el amor. Blas Pascal diferencia en la pasión el dolor que sería físico del sufrimiento que sería interior. El relato describe el dolor físico de Jesús a través del cual debemos adentrarnos en su sufrimiento interior. Quien comulga pide ser capaz de similar ofrenda de su vida: morir por amor a los demás; algo solo posible por gracia que no es otra cosa que obrar a la manera de Jesús.
 
[1] Prodotes, en griego; derivado de παρα-δίδωμι (paradidomi) que significa entregar, transmitir, dar; conceder, permitir; transmitir por tradición, entregar a traición. Pablo “transmite” (no traiciona) fórmulas antiguas de fe.
[2] En la ética samurái de los guerreros japoneses, el suicidio era una forma digna de preservar el honor, al igual que los héroes vikingos quienes consideraban que un buen guerrero no podía encontrar una muerte digna si moría anciano o vencido por la enfermedad, habiendo vencido enemigos más poderosos. El héroe debía morir joven como lo pensaba el escritor japonés Mishima Yukio.

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