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Agosto 28: La etiqueta cristiana

Lucas 14:1.7-14, domingo, agosto 28 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ  Lucas, según tradición, dirige su evangelio a los cristianos residentes en Atenas y algunos de ellos, no solamente habrían asimilado costumbres griegas sino que pertenecerían a una elite económicamente bien. El consejo final del evangelio de hoy para «c uando hagas una comida o una cena» presume una élite entre sus lectores que dan banquetes con frecuencia. Jesús habría recomendado una etiqueta que le diera glamour evangélico a tales celebraciones. Lucas recurre, adaptando la metáfora banquete para dar respuesta a problemas que su comunidad enfrenta con los fariseos y su reproche a los cristianos que se asocian con impuros. La respuesta la habría dado Jesús cuando fue invitado a casa de un fariseo, precisamente en sábado. El sábado era un día especial para los judíos. Mientras en semana comían dos veces, en sábado lo hacían tres veces para darle solemnidad. En el género banquete (varias obras, entre ellas la conocida de Platón) se tenía en cuenta los asientos de honor, los invitados (en Lucas los elegidos) y los temas que se trataban. Antes ha criticado Jesús los asientos de honor en las sinagogas que buscan escribas y fariseos. Los comentarios de Jesús versan sobre la conducta de los invitados y sobre la actitud del propio anfitrión. Lucas es el que más recoge normas de comportamiento en los banquetes. Un banquete de bodas era la imagen del reino venidero, según el profeta Jeremías. La exhortación a escoger el último puesto en los banquetes tendría como objetivo prevenir cualquier pretensión de rectitud personal en las relaciones con Dios. Esos buenos modales que hay que guardar en una fiesta constituyen una analogía con la actitud que exige la participación en el reinado de Dios, que es de los pequeños, con los pequeños y para los pequeños. También pueden verse las indicaciones de Jesús como normas de sabiduría profana, recomendaciones prácticas de un comportamiento sagaz. Aunque en la vida cristiana la posición no se gana con estrategias sino que viene del aprecio de los demás. Sin embargo, el criterio último corresponde a Dios, cuya lógica es expresada en forma pasiva e impersonal: «el que se ensalza ser á humillado, y el que se humilla será ensalzado.»
Pero al fin y al cabo, la parábola tiene un sentido amplio de comparación, semejanza, máxima, proverbio, verso profético, alegoría, cantar e incluso burla, enigma, etc. A menudo las parábolas son polivalentes; es decir, que tienen multitud de sentidos que el mismo contexto a menudo sugiere; pero, también expresan enseñanzas generales. La de hoy nos dice que el creyente no debe utilizar ninguna estrategia para auto-alabarse o conseguir la propia promoción. Más bien debe obrar sin esperar nada a cambio. A los banquetes no hay que invitar a los amigos, a los hermanos, a los parientes o a los vecinos, sino a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos. El contraste es significativo: cuatro categorías sociales, suficientemente acomodadas como para corresponder a un gesto de benevolencia, se oponen a otras cuatro, incapaces de devolver el obsequio. La compensación, si ha de existir, tiene que ser de otro tipo diferente al honor en este mundo, «en la resurrección de los muertos». La compensación vendrá de una generosidad mucho más abundante como es la del propio Dios. El que invita a los marginados a participar en la fiesta se encontrará entre los justos el día de la resurrección.
Jesús insiste en la inversión de los valores humanos, como exigencia fundamental de su predicación; el estado social, las categorías personales, la relevancia individual, todo queda radicalmente trastocado. En la tradición rabínica posterior a este evangelio, se atribuyen similares recomendaciones al Rabí Simeón ben Azzai: “Siéntate dos o tres puestos más abajo del que te corresponde, y quédate allí hasta que alguien venga a decirte: Sube unos cuantos puestos. No te vayas directamente a los puestos de cabecera porque puede ser que alguien te diga: Siéntate en otro sitio. Es mejor que vengan a decirte: Sube, sube, que te obliguen a desplazarte, diciéndote: Más abajo, más abajo”. En la literatura rabínica, se sienten las influencias de la primitiva tradición cristiana como en los evangelios se siente la influencia judía. Por ejemplo, el libro de los Proverbios dice: « No te des importancia ante el rey, no te coloques en el sitio de los grandes; porque es mejor que te digan: Sube acá, que ser humillado delante del príncipe.» (Pro 25:6-7) Algo similar encontramos en el libro del Eclesiástico. La afirmación personal, a menudo soberbia, no sirve pues el juicio definitivo depende de Dios.
Jesús pide invitar al banquete a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos. La literatura de Qumrán menciona tres de estos cuatro grupos —cojos, ciegos, lisiado»— junto a una cuarta categoría —“los que tienen algún defecto corporal permanente o congénito”— como los que deberán ser excluidos del combate escatológico que entablarán los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas. También debían ser excluidos de las comidas (banquetes) comunitarias. Un reflejo de la equivocada idea judía de la enfermedad como castigo divino por pecado conocido u oculto. El bien, para el cristiano, en cambio, empieza por no justificar el sufrimiento ajeno y por el contrario cargar con él. En contraste con la prescripción de los esenios, el cristiano deberá invitar a esas personas como signo de su preocupación por aliviar las necesidades de sus semejantes. También en el Antiguo Testamento, donde la misericordia juega un papel esencial, se pueden encontrar textos que sirven de trasfondo a esta recomendación de Jesús. Después de todo Jesús era un judío, así sea un judío marginal. Igualmente encontramos en la literatura rabínica, en labios del rabí José ben Yohanan: “Que tu casa esté siempre abierta de par en par y que todos los necesitados formen parte de tu familia”. En la cena de pascua debía dejarse la puerta abierta y hacer la invitación: “Quien tenga hambre que entre y coma”.
El convencimiento de que Dios abaja lo que está arriba y enaltece lo que está abajo se encuentra fijamente anclado en la tradición bíblica y así aparece en el profeta Ezequiel, en el libro de Job y en la sabiduría de Ben Sirá. Lucas realza esta idea cuando incluye el Magníficat al principio de su evangelio.
Los que pertenecen a cualquiera de las categorías que Jesús pide invitar, no pueden devolver la hospitalidad, bien porque carecen de recursos o porque están incapacitados para organizar un banquete de esa envergadura. Pero quizás lo más importante, porque el sistema les agrava su condición. Los excluye en lo social y en lo religioso. Pero los principios del reinado de Dios no se basan en las grandezas humanas y en la protección que éstas puedan dar. Rompen los esquemas humanos, y el discípulo necesita, en general, nadar en contra de la corriente; no tiene otra alternativa pues sus criterios van a contrapelo del mundo.
Antes de expresar Jesús sus normas de etiqueta para los banquetes, ya él mismo ha roto algunas. Se siente libre para criticar a los invitados que buscan los primeros puestos y decir a quienes deben invitar en el futuro. Quien así proceda es llamado por Jesús “bienaventurado”. «S er ás bienaventurado; porque no te pueden pagar». Esta bienaventuranza ha quedado tan olvidada que quizás nunca la hemos tenido por tal: dichoso el que vive para los demás sin recibir recompensa. Precisamente esto es lo que expresa una de las definiciones más cortas, profundas y operativas de Jesús: el hombre para los demás. Vivimos en una sociedad en la que cada vez la gratuidad es más escasa. Todo se compra, se presta, se debe o se exige. Los servicios son remunerados y los préstamos son con interés a menudo de usura. Charles Péguy resumía la enseñanza evangélica con la expresión: “En la vida cristiana el que pierde, gana y el que gana, pierde”.

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