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Agosto 8: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre”

Domingo XIX del Tiempo Ordinario, Ciclo B Por: Antonio José Sarmiento Nova, SJ Lecturas:

1 Reyes 19: 4-8
Salmo 33
Efesios 4: 30 a 5:2
Juan 6: 41-51

En el texto del capítulo 6 de Juan –con el que venimos desde hace dos domingos– es notorio el aumento de la tensión entre Jesús y los judíos, porque lo que él dice les resulta insoportable e inadmisible para su pragmatismo religioso; su pretensión de referir a Dios como aval de su autoridad es para ellos escandalosa en el grado máximo en que algo puede serlo. No es posible, dicen, que este hombre se equipare a Dios, ningún ser humano puede hacerlo.[1] “Los judíos murmuraban de él porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del cielo. Y se preguntaban: ¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: he bajado del cielo?”.[2]
La expresión bajar del cielo es una de las claves para comprender a Jesús en este evangelio. La profesión de fe de la comunidad en la que surge este texto hace un reconocimiento de su señorío, de su divinidad, de la legitimidad teologal que hay en él.[3] Esta atribución que formula el texto de Juan resulta desproporcionada y herética para los judíos, porque le conocen, es un igual a ellos, saben de su origen familiar, si es hijo de José y de María no puede ser Dios, es humano, no admiten que Dios se manifieste en esta humanidad concreta, para ellos Dios siempre está en el espacio sacral, no en la realidad histórica y existencial de los hombres y mujeres comunes y corrientes. En este punto estamos tocando el aspecto más revolucionario de la manifestación definitiva de Dios en Jesucristo, porque deliberadamente el Padre resuelve asumir lo humano como la categoría esencial de su revelación, esto conmueve el esquema religioso del judaísmo y el de todas las sacralizaciones religiosas de la historia.[4]
Sea esta coyuntura ocasión favorable para preguntarnos sobre nuestra percepción de Dios: ¿es creencia lejana, asumida por la inercia sociocultural de una sociedad mayoritariamente “creyente” pero carente de implicación personal y de capacidad para entusiasmar nuestra vida? ¿Dios es apenas una referencia abstracta que no modifica constructivamente nuestros modos de proceder? ¿Tal vez una idea impuesta por la familia y por el medio social? ¿Una especie de superintendente al que apenas toleramos? ¿Nos hemos arriesgado a “meternos” con el Dios de Jesús?
La contundencia de un Dios que se expresa en la historia humana de Jesús es esencial para comprender la lógica de la revelación cristiana y el modo de proceder de Dios: es encarnado, es histórico, es Dios en la humanidad de Jesús y, más aún, es Dios en la humanidad de todos los humanos. Aquí está el punto que escandaliza a los judíos y a todos aquellos que, en los diversos momentos de la historia, no pueden con este Dios que “voltea” los esquemas de sacralidad.[5]
En Juan, Jesús se refiere al Padre más de 90 veces: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día”.[6] Este es uno de los núcleos temáticos del cuarto evangelio: quien me ve a mí, ve al Padre; quien permanece en mí, permanece en el Padre. Jesús es el revelador del Padre, si desmenuzamos tales afirmaciones nos vamos a encontrar con que la visibilidad de Dios es histórica, humana, existencial, Dios no nos saca de nuestra realidad cotidiana, de nuestra verdad existencial, para llevarnos a ámbitos sacrales, distintos de lo que somos, sino que asume lo humano como canal eficaz para significarse y manifestarse. Así las cosas, descubrimos que estamos ante un Dios íntimamente comprometido con la vida del ser humano y con su quehacer.[7]
Lo religioso cristiano tiene el deber de ir evolucionando en su lenguaje, en sus estrategias para hacerse significativo, no puede quedar fijado en formas y estilos que en algún momento fueron relevantes para las mentalidades y culturas del momento pero que ya no dicen nada. Este dinamismo se desprende de la capacidad encarnatoria del cristianismo, que asume el lenguaje humano y toma parte en su evolución. Si leemos un catecismo de la edad media, hoy, en pleno siglo XXI, probablemente nos encontramos con unas expresiones poco o nada capaces de decirnos algo profundo sobre Dios, sobre Jesús, sobre nosotros mismos. Esto no quiere decir que sea falso, lo que sucede es que hay que actualizar su expresión para que tenga peso significativo en la sensibilidad de hoy. Todo esto porque el modo de Dios se implica en el modo de la humanidad que se llama Jesús de Nazareth, y se encarna igualmente en el ritmo evolutivo de hombres y mujeres.[8]
Hablar de esto es delicado porque muchas personas, grupos de Iglesia, se estremecen y piensan que se les está quitando la fe, sacando lo divino de los espacios sagrados para llevarlos a la vida real. Esto es lo que hace Jesús, lo que revela Jesús: con él, el Padre se zafa de los estrechos límites de la mentalidad religiosa de los judíos y se entra por las calles de la historia. Esto mismo debemos hacerlo en la Iglesia de hoy y de siempre, porque el cristianismo no es una religión desconectada de la historia real de los humanos, sino la manifestación de quien dice: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”.[9] Jesús de Nazareth es el camino para llegar Dios, a nosotros, para llegar nosotros a Él, para llegar al prójimo: “Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo Él ha visto al Padre. Les aseguro, que el que cree, tiene Vida eterna”.[10] Jesús es quien nos provee a Dios en nuestra historia y lo hace de modo sobreabundante, en el mejor ejercicio de gratuidad y generosidad salvíficas.[11]
Viene al caso la primera lectura –tomada del libro 1 de Reyes– en la que cuenta la experiencia del profeta Elías viajando al monte Horeb, en el desierto, huyendo de la mano justiciera de Jezabel y en profunda crisis: “Luego caminó un día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama. Entonces se deseó la muerte y exclamó: ¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!”.[12] No es sólo  una fuga, aquí también hay una búsqueda de las raíces que termina en un encuentro con Dios, los grandes creyentes experimentan debilidad en su fe, son humanos, como lo somos nosotros, en todos se puede presentar el desaliento, la pérdida de la perspectiva fundamental, el vacío de sentido, el desencanto, “noche oscura del alma”, en el decir de san Juan de la Cruz.[13]
Cuando los humanos reconocemos nuestra debilidad entonces interviene Él, pero lo hace desde el interior de la misma realidad que nos aflige, Él no acontece en lo extraño, sino en la propia y dolorosa historicidad. Vivimos así un encuentro que sorprende porque alimenta y redime: “Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero un ángel lo tocó y le dijo: Levántate, come. Él miró y vio que había a su cabecera una galleta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y se acostó de nuevo”.[14]
El ser humano no se basta a sí mismo, cada biografía es un testimonio de esto. Está en nosotros la necesidad de trascender, no podemos vivir sin vínculos, sin encuentros, sin otros que nos alimenten con su pan y satisfagan nuestra sed con su agua. Dios, el que es totalmente Otro, se despoja de esa “otredad” y se mete en la nuestra, toma el modo humano en Jesús y se constituye, como él mismo lo dice, en: “Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”.[15]
Se hace presente el sentido de la eucaristía, la significación comunitaria, eclesial, de este Dios que, en la mediación sacramental de Jesús, se nos ofrece como pan partido y compartido, como sangre derramada para darnos la vitalidad de Dios. Una vez más, los judíos no comprenden que Dios se pueda manifestar en la carne, porque este feliz misterio los desborda. Para ellos “carne” era el mismo ser humano en su aspecto más limitado y contingente: dolor, enfermedad, muerte, por esto les era imposible aceptar tal posibilidad: ¿un Dios hecho “carne”, un Dios debilitado?[16]
Jesús quiere hacerles ver que el Espíritu se manifiesta siempre en la carne. Esto se celebra en la mesa eucarística. No puede haber don del Espíritu donde no hay carne. La grandeza de esta consiste en que está transformada por el Espíritu, sin dejar de ser carne.[17] Desde ahora, solo se puede encontrar a Dios en la realidad concreta y en el ser humano. Esa transformación es la que está testificando el evangelio de Juan desde el principio. Gran error de aquellos judíos, y de muchas religiosidades de siempre, es seguir pensando que, para acercarse a Dios, hay que alejarse de la carne, volverse irreal, desentenderse de la historia, de la humanidad concreta.
El Dios identificado con la carne no interesa a muchos porque hace imposible manipular a los intermediarios, impide esa piedad intimista, dulzarrona, sin vigor profético, incapaz de transformar. Negar al Dios encarnado es herético, niega la revelación, niega al Señor Jesucristo y hace de lo cristiano rituales, caricias seudo espirituales, pero no camino y seguimiento implicados en la realidad, abiertos a la trascendencia del Padre y del hermano, como Jesús. ¡En su carne estamos llamados a descubrir la divinidad!
Modo concreto de vivir esto es el cambio de vida que se llama conversión, es constante en los escritos paulinos la referencia a la nueva humanidad de la que nos revestimos con Jesús: “Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo… Vivan en el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios”.[18]
En nuestra carne humana Dios se vuelve carne de todos y nos reviste de la carne sacramental del Señor Jesucristo para hacernos nuevos en Él. ¡El pan de la vida que nos llena con su carne!
 
[1] INSTITUTO JOHN HENRY NEWMAN. La inaudita pretensión de Jesucristo. En https://www.institutojohnhenrynewmanufv.com/wp-content/uploads/2018/Guion_LaInauditaPretension.pdf KASPER, Walter. Jesús el Cristo. Sígueme. Salamanca, 1994. En esta importante obra recomendamos leer el item La pretensión de Jesús en la parte segunda del libro Historia y destino de Jesucristo; páginas 122-137 de la novena edición.
[2] Juan 6:41-42
[3] ORIOL TUÑÍ, Josep. La vida de Jesús en el evangelio de Juan. En https://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1007/1/RLT1986-007-A.pdf   LOADER W.R.G. La estructura central de la cristología joánica. En https://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol25/100/100_loader.pdf  DODD, Charles H. Interpretación del cuarto evangelio. Cristiandad. Madrid, 2004.
[4] SEGUNDO, Juan Luis. La historia perdida y recuperada de Jesús de Nazareth: de los Sinópticos a Pablo. Sal Terrae. Santander, 1991.GONZALEZ DE CARDEDAL, Olegario. Cristología. Biblioteca de Autores Cristianos, BAC. Madrid, 2001. En este texto ver en el capítulo I el ítem Pretensión de autoridad y títulos de identidad, páginas 64-77 de la edición referida.
[5] SCHYLLEEBECKX, Edward. Jesús, la historia de un viviente. Cristiandad. Madrid, 1987. TORRES QUEIRUGA, Andrés. Repensar la revelación: la revelación divina en la realización humana. Trotta. Madrid, 2008.
[6] Juan 6: 44
[7] SCHOONENBERG, Piet. Un Dios de los hombres. Herder. Barcelona, 1972. CASTILLO, José María. La humanización de Dios. Trotta. Madrid, 2009. KUNG, Hans. Lo que yo creo. Trotta. Madrid, 2011.
[8] MORAL, José Luis. Jóvenes sin fe? Manual de primeros auxilios para reconstruír con los jóvenes la fe y la religión. PPC. Madrid, 2007. TORRES QUEIRUGA, Andrés. Fin del cristianismo premoderno. Sal Terrae. Santander, 1993. MARDONES, José María. Análisis de la sociedad y fe cristiana. PPC. Madrid, 1995. VAN de POL, Wilhem Hendrik. El final del cristianismo convencional. Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1973.
[9] Juan 6: 51
[10] Juan 6: 46-47
[11] AZCUY, Virginia R. La manifestación salvífica de Dios y su discernimiento en los signos de los tiempos. En revista Teología y Vida volumen 55 número 2, páginas 329-350. Pontificia Universidad Católica de Chile, Facultad de Teología. Santiago de Chile, 2014.
[12] 1 Reyes 19: 4
[13] ROSSI, Rosa. Juan de la Cruz: silencio y creatividad. Trotta. Madrid, 1996. STEIN, Edith. La ciencia de la cruz. Monte Carmelo. Burgos, 1994.
[14] 1 Reyes 19: 6. MARTIN VELASCO, Juan de Dios. El encuentro con Dios. Caparrós Editores. Madrid, 1995.
[15] Juan 6: 49-51
[16] INIESTA, Alberto. La Cruz del Señor, debilidad del hombre, fortaleza de Dios. En revista Scripta Fulgentina año 6 volumen 2 número 12, páginas 23-32. Instituto Teológico San Fulgencio. Murcia, 1996.
[17] GESCHÉ, Adolphe. La invención cristiana del cuerpo. Publicado en revista Franciscanum volumen 56 número 162 julio-diciembre 2014, páginas 215-255. Universidad de San Buenaventura Bogotá, Facultades de Filosofía y Teología.
[18] Efesios 4: 31-32 y 5: 2

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