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Diciembre 18: Discernimiento de José

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Mateo 1:18-24, domingo, diciembre 18 de 2022

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Por: Luis Javier Palacio, SJ 

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En el pueblo judío se daba mucho valor a los nacimientos, dada la importancia que le daban a la herencia y a la legitimidad. El ilegítimo (mamzer, en hebreo) no podía casarse con otro judío. En el mismo cristianismo, el hijo ilegítimo (bastardo) no tenía derecho a heredar, por siglos. En contraste, el apóstol Pablo dice que todos somos herederos de la promesa y no solamente los judíos. De los dos evangelios (Mateo y Lucas) que aluden al nacimiento e infancia de Jesús, Mateo es el más sobrio. Apenas expone las circunstancias más próximas, la preparación del acontecimiento y el mismo suceso y, pone el énfasis en José mientras que Lucas, lo hace en María. Ésta estaba prometida    a José, por lo cual, según la ley, tenía los deberes y derechos de la esposa legítima. Siendo el compromiso anterior al matrimonio, aún no habían vivido juntos. Esto significa que José aún no había llevado a su casa a María ni empezado la vida matrimonial. La esposa entraba a formar parte de la casa del marido. El relato dice que, en el entretanto, resultó que María estaba encinta, lo cual, notado por José, decide repudiarla. No era tan clara la decisión de José, pues a continuación aparece cavilando a pesar de que Mateo anota que era justo, es decir, cumplidor de la ley. Precisamente la ley judía le daba cuatro alternativas a José: a) denunciarla públicamente; b) repudiarla con testigos ante un rabino; c) un libelo de repudio; o d) abandonarla en secreto y dejar que se enfrentara a su embarazo sola. Cualquier judío corriente seguramente optaría por una de ellas y pasaría por justo y buen judío. Pero la novedad del evangelio es que, por la fe, debemos y podemos (con la gracia) ir más allá de la ley, la costumbre, las tradiciones y las conveniencias propias. La grandeza de José es asumir la mejor solución para María y la peor para sí mismo: mantener el secreto para cubrir el buen nombre de María; callar las habladurías de un pueblo pequeño con su silencio compasivo. Esto es más significativo cuando suponemos que José debió ser un joven un poco mayor que María, como era la costumbre judía del matrimonio por pacto de familias. Todas las soluciones judías eran desventajosas para María y relativamente cómodas y ventajosas para José. María podía terminar muerta por apedreamiento público. Sin embargo, y esta es la grandeza del personaje de José, opta por una solución que le implica sacrificio propio y misericordia para con María.

En cualquier solución “legal”, María sería afrenta para todo el pueblo. Pero el evangelio, que da un vuelco a muchos conceptos, perfila un nuevo concepto de justo que no significa el apegado a la ley sino al misericordioso. Algunos rabinos ya habían señalado que en algunos momentos Yahvéh se encontraba en contradicción consigo mismo cuando su justicia reñía con su misericordia. José no sería ajeno a estas contradicciones y algunos comentaristas aluden a “las dudas de José”. Para algunos, el nombre de Dios como misericordia era Yahvéh y como justicia era Elohim. Aunque José no comprende todavía el enigma desconcertante, es indulgente y compasivo con María. Un comportamiento bien contrario al corriente en las parejas: en caso de duda o sospecha, culpable. Las pruebas son secundarias y hasta se fabrican afanosamente. Si se elogia a José como “el justo” toca pensar en la concepción cristiana de justicia que consiste en la misericordia. En tan difícil y compleja situación como la de José, al abrirse éste a la inspiración divina, aparece una solución inesperada con la que no contaba. Tal solución se introduce con el ángel del Señor que se manifiesta en sueños. «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo». Es el tipo de concepción que corresponde a quien ya confiesa, como Dios al de los cristianos. Lo que significa es que no es pensable que Jesús fuera simplemente el fruto de una concepción humana. Así dice el evangelio de Juan: «No nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios» (Jn 1:13).

El comportamiento de José contrasta con el comportamiento del rey David quien planea la muerte de Urías para ocultar el embarazo de Betsabé. José, por el contrario, defiende la vida de María y de Jesús. Hace lo que el ángel del Señor le dice en sueños, llevándose a María a casa como mujer y aceptando lo sucedido en ella como obra de Dios. Entonces, el mensaje del ángel en sueños es ahora más claro. María dará a luz un hijo, y José debe apadrinarlo dándole el nombre de Jesús. Dar el nombre equivaldría a adoptarlo, hacerse su padre legal. Algo que hoy vemos como un gran privilegio para José, pero entonces fue un puro y real acto de fe. José impondrá el nombre, pero no será a capricho como quería Isabel para su hijo Juan. Jesús es en cierta forma ajeno desde el comienzo, pues su nombre no viene ni de tradición familiar ni de libre escogencia de sus padres. Un nombre (Jesús) que ya había sido usado con relativa frecuencia en la historia del pueblo judío; es el nombre de varios personajes del historiador Josefo. Jesús es la forma latina del nombre griego que en hebreo es Jehoshua o Joshua, es decir, Josué (= Yahvéh es salvación). Pero adquiere un sentido especial para los cristianos. Josué es quien conduce al pueblo a través del Jordán para tomar posesión de la tierra que “mana leche y miel”, luego de la muerte de Moisés. Jesús se llamó un sumo sacerdote que restauró el culto luego del destierro. Así se llamó el hijo de Eleazar, autor del Jesús Sirac o Eclesiástico. Pero Jesús no será la continuación de ninguno de ellos, ni su versión mejorada, porque ahora la salvación no será de la esclavitud de Egipto, ni de la opresión en Babilonia, ni de la idolatría de Baal, ni del influjo del helenismo sin espacio para Yahvéh, sino  de una esclavitud universal como es la del pecado; esclavitud que trasciende las fronteras de Israel y alcanza a todos los pueblos.

Mateo concluye el relato muy en consonancia con la manera judía de leer la realidad: con el cumplimiento de una profecía sobre una virgen encinta. En Lucas es más explícita la cita, que es tomada de Isaías: «Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7:14). En una situación apurada el profeta Isaías había anunciado al rey Acaz una señal divina que le debía notificar el pronto fin de la desgracia. Ahora se aplica a los creyentes a quienes les anunciará la alegría del nacimiento de Jesús a través de unos pastores: «El ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2:10-11). Los cristianos harán una lectura similar del Antiguo Testamento como anuncio de lo que se manifestaría en plenitud en el Nuevo Testamento. Tanto en la lectura a la letra que se hacía en Antioquía como en la alegórica que se hacía en Alejandría, se decía que el Nuevo Testamento latía en el Antiguo y el Antiguo se patentaba en el Nuevo. Se plantea la convergencia del Antiguo Testamento en la figura de Jesús y a través de Jesús su difusión a toda la humanidad y a toda la historia. La vida de Jesús como inscrita en la historia pero trascendiendo la historia. El “Dios con nosotros” llegará más allá de la concepción judía, pues terminará vivo y resucitado en la comunidad creyente y ésta al servicio de la humanidad. Como expresaba Juan Pablo II: “Cristo es más importante para la humanidad que para los mismos cristianos”.

 

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