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Diciembre 18: Le pondrás por nombre Jesús

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IV Domingo de Adviento

Ciclo A – diciembre 18 de 2022

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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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El nacimiento de Jesucristo sucedió así: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: «la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios- con-nosotros».» Cuando José despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer (Mateo 1, 18-24).

Las acciones de Dios son misterios que la mente humana no alcanza a abarcar y sólo podemos acogerlos desde la fe. Uno de ellos es el de la encarnación o “humanación” de Dios en el seno de la Virgen María.

 

1. El “Dios-con-nosotros” es un Dios cercano que nos salva

La profecía evocada en la primera lectura y citada por el Evangelio (Isaías 7,10-14), escrita unos 700 años antes, había anunciado el nacimiento de un hijo concebido por una virgen (“alma” en hebreo, “parthenos” en la traducción griega): el Emmanu-El, Dios con nosotros. “El” en hebreo significa Dios, y su plural Elohim, es empleado en el lenguaje bíblico no para significar varios dioses, sino con la intención de expresar la inmensidad del ser divino, que al culminar su creación del universo dice justamente en plural “hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza” (Gén 1,26).

Para la fe cristiana el plural Elohim corresponde a la Trinidad de un solo Dios cuyo ser se manifiesta en tres “personas”, y el título Emmanu-El a Dios mismo que en la persona de Jesús vino a compartir nuestra condición humana haciéndose igual a nosotros en todo menos en el pecado (Hebr 4,15). No es un Dios inaccesible y lejano, sino un Dios cercano que asume nuestra naturaleza para salvarnos. Y esto es lo que significa el nombre “Jesús”, formado por dos vocablos hebreos: Yah (alusivo al nombre Yahvé que significa Yo soy, como se le reveló Dios a Moisés -Éxodo 3,14-) y shua (salvación”). De ahí lo que le dice el ángel (o mensajero) a José: “porque Él salvará a su pueblo de los pecados”. Y esta “salvación” es justamente una liberación de lo que nos impide ser verdaderamente felices: el pecado, que es la negación del Amor.

 

2. Una invitación a la fe más allá de lo visible

El relato de Mateo, escrito desde la perspectiva de José, nos presenta -como lo haría luego el de Lucas desde la perspectiva de María-, la encarnación de Dios como un acontecimiento realizado por obra del Espíritu Santo. José, prudente y discreto ante lo que ve en su prometida, es invitado a reconocer y acoger el misterio desde la fe. A una actitud similar somos invitados también nosotros para aceptar el misterio de la virginidad de María, que más allá de la afirmación de un fenómeno físico de carácter biológico, significa una acción proveniente no del querer humano, sino de la voluntad divina. Este es el sentido de la evocación que hace Mateo de Isaías (“El Señor, por su cuenta, les dará una señal: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo…”), correspondiente a lo que diría más tarde Lucas (1, 35) en su relato de la Anunciación a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, y a lo que después afirmaría el Evangelio de Juan (1, 13): “y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni por los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado”.

Mateo relata otros sueños sucesivos de san José: cuando el ángel le dice que huya a Egipto con María y Jesús porque Herodes quiere matar al niño (2,13), cuando luego le dice que regrese con ellos a Israel al haber muerto Herodes (2,19-21), y cuando, también “avisado en sueños”, para cuidar mejor de la sagrada familia se establece finalmente en Nazaret (2,22-23). El Papa Francisco, hablando de san José, dijo durante su viaje apostólico a Filipinas en enero de 2015: “Es un hombre fuerte de silencio. En mi escritorio tengo una imagen de san José durmiendo. Incluso cuando duerme, cuida de la Iglesia”.

 

3. La Encarnación culmina en la Resurrección y continúa en la historia humana

Pablo en la segunda lectura (Romanos 1,1-7) indica en qué consiste “el Evangelio de Dios”: “Es el mensaje que trata de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, quien nació, como hombre, de la descendencia de David, pero a partir de su resurrección fue constituido Hijo de Dios con plenos poderes, como espíritu santificador”. Así el apóstol “distingue en Jesucristo dos aspectos: como hombre – “según la carne”– era descendiente del rey David y cumplía con las expectativas judías respecto del Mesías (Mt 1,1-16; Lc 3, 23-32); pero a partir de la resurrección empezó un nuevo modo de ser y de actuar: se convirtió en fuente de santificación para los hombres, mediante el Espíritu Santo, y comenzó a ejercer los plenos poderes de Hijo de Dios (Hechos 2, 32-33).” (Biblia “Dios habla hoy”, nota a Rom 1,1-7).

La Encarnación es así un proceso por el cual Dios se va revelando en la humanidad de Jesucristo, hasta llegar a la manifestación plena de esta revelación en el acontecimiento de su resurrección, el cual haría posible el envío del Espíritu Santo a todos los que íbamos a creer en el Evangelio para hacernos también hijos de Dios. Pero ese proceso continúa y se hace reconocible, desde la fe, en la humanidad en la cual podemos decir que Dios se sigue encarnando: en las víctimas de la injusticia y de las demás formas de la violencia o del dolor. Esto es lo que parece haber significado Ignacio de Loyola cuando en sus Ejercicios Espirituales propuso la contemplación del misterio de la Encarnación: para más seguir e imitar al Señor nuestro, así nuevamente encarnado [109], el mismo que en el Juicio Final dirá: lo que hicieron por uno de estos hermanos míos… por mí mismo lo hicieron (Mt 25,40).

Invocando pues la intercesión de san José y de María santísima, en este último domingo de Adviento pidámosle a Jesús que aumente nuestra fe en Él como Dios-con-nosotros, precisamente porque, siendo Dios, ha querido compartir nuestra humanidad y nos invita a reconocerlo con amor solidario en toda persona que sufre, para hacernos así partícipes de su gloria y de su divinidad. Así sea.

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