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Diciembre 19: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

IV Domingo de Adviento
Ciclo C – diciembre 19 de 2021 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ En aquellos días María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lucas 1, 39-45).
Este último domingo del tiempo litúrgico del Adviento y los días que le siguen hasta el 24 de diciembre, dispongámonos a culminar nuestra preparación para la celebración del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, meditando sobre lo que nos dice la Palabra de Dios en el Evangelio y teniendo en cuenta también las demás lecturas [Miqueas 5, 1-4; Sal 80 (79); Carta a los Hebreos 10, 5-10.
En el Evangelio resalta la figura de María, madre de Jesús, madre de Dios hecho hombre. Con ella culmina un largo proceso de preparación en la historia para que se hiciera realidad el misterio de la Encarnación del Verbo, de la Palabra de Dios, en Jesús de Nazaret. Su fe, su esperanza y su disponibilidad total para cumplir la voluntad de Dios son destacadas especialmente en el Evangelio de Lucas. Centrémonos en tres frases del relato de este Evangelio escogido para hoy y veamos cómo podemos aplicarlas a nuestra vida.
 
1. María se puso en camino y fue aprisa a la montaña
Lo primero que se le ocurre a María después de haber recibido en la Anunciación la noticia de que su prima Isabel lleva seis meses de embarazo, es ir a acompañarla y ayudarle. No se queda ensimismada, sino que sale y se pone en camino. Isabel ya era de edad avanzada, y por lo tanto es probable que no pudiera contar con la asistencia de la abuela materna del bebé que iba a nacer, como suele suceder en las familias. De esta forma, la que se acaba de reconocer a sí misma como servidora del Señor, pone inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente de quien puede estar más necesitado. El Evangelio indica que María se puso en marcha sin demora, y precisamente en este sentido el papa Francisco, en su Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio, del año 2013, la llamó “Nuestra Señora de la Prontitud” (No. 288).
María debió recorrer unos 150 kilómetros desde Nazaret en Galilea, al norte de Israel, hasta un barrio de Jerusalén llamado Ain Karim, donde hoy se encuentra la Basílica de la Visitación. La montaña a la que se refiere el Evangelio es por tanto la misma sobre la cual se asienta la ciudad santa, en cuyo Templo había recibido el sacerdote Zacarías la revelación de que tendría un hijo de su esposa Isabel. Y el viaje desde Nazaret duraba unos 5 días empleando el medio de transporte más común entre los pobres, que era el asno. Al imaginar a María en camino, pidámosle que nos alcance del Señor una auténtica disposición a servir, poniéndonos nosotros también en camino y sin demora hacia quienes necesitan de nuestra ayuda.
 
2. “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”  
Esta exclamación de Isabel inspirada por el Espíritu Santo al sentir que saltaba dentro de su seno el bebé que esperaba –Juan Bautista–, forma parte del Avemaría, la oración que en su primera parte contiene el saludo del ángel en la Anunciación y la doble bendición de Isabel, a María y al “fruto de su vientre” que es Jesús. En su segunda parte, a la invocación “Madre de Dios” –definida como tal por el Concilio de Nicea (325 d.C.) –, podemos agregarle “y Madre nuestra”, pues Jesús nos la dio por madre, diciéndole desde la cruz al apóstol Juan –quien en ese momento nos representaba a nosotros–: Ahí tienes a tu Madre. Repitamos interiormente el Avemaría tomando conciencia de su contenido, de modo que sea para nosotros como un mantra (palabra del idioma sánscrito que significa pensamiento liberador), que, al repetirlo, nos vaya liberando del egoísmo con la actitud mariana de disponernos a cumplir la voluntad de Dios.
El Santo Rosario, al que podemos precisamente considerar como una oración mántrica, tiene como uno de sus misterios gozosos el de la Visitación de María a su prima Isabel. De ordinario corremos el peligro de recitar maquinalmente unas fórmulas sin sentir de verdad lo que decimos. Al evocar hoy el saludo de Isabel, dispongámonos a repetir el Avemaría en una tónica de meditación y contemplación que nos lleve a vivir el sentido profundo de nuestra relación filial con María, madre de Dios y Madre nuestra.
 
3. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”  
Esta otra frase de Isabel constituye un reconocimiento de la actitud de fe y de esperanza en Dios, de la cual María santísima es el ejemplo máximo. María es por excelencia ejemplo de fe y de esperanza, porque creyó en que Dios cumpliría sus promesas de salvación, expresadas, entre otros textos bíblicos, en la profecía de Miqueas que corresponde a la primera lectura de este domingo. Belén, situada unos 9 kilómetros al sur de Jerusalén, era la más pequeña de las aldeas de la provincia de Judá, en donde había nacido David para convertirse, de un sencillo pastor, en el rey de Israel. Nosotros reconocemos en Jesús, nacido en Belén, al descendiente de David anunciado por los profetas.
La fe y la esperanza de María van unidas a una total disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. Ella se llamó a sí misma la servidora del Señor y nos mostró que el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. La segunda lectura –de la Carta a los Hebreos–, nos presenta la disposición de Jesús a cumplir la voluntad de Dios como el sacrificio que remplazaría las antiguas ofrendas de animales: Aquí estoy para hacer tu voluntad. Esta frase, tomada del Salmo 40 (39) y que el texto bíblico de dicha Carta pone en boca de Jesús, tiene una significativa relación con la respuesta de María: “Aquí está la servidora del Señor…”.
Renovemos pues nuestra fe y nuestra esperanza en Dios, particularmente al culminar el Adviento y celebrar las fiestas de Navidad, con una sincera disposición a cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Para ello es necesario antes conocerla, y sólo podremos conocerla si hacemos silencio interior y escuchamos con atención su Palabra, dejándonos interpelar por ella a ejemplo de María. Así sea.

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