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Diciembre 4: 2022 «Preparen el camino del Señor»

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II Domingo de Adviento 

Ciclo A – 4 de diciembre de 2022 

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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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Por aquel tiempo, Juan el Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.» Llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán y confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Y al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!
¿Quién les ha dicho a ustedes que van a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión y no se hagan ilusiones, pensando: «Abraham es nuestro padre», pues les digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él trae su pala en la mano y limpiará el trigo, y lo separará de la paja; guardará su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.» (Mateo 3, 1-12).

En las lecturas bíblicas de este domingo, encontramos tres temas significativos propios de este tiempo litúrgico del Adviento, durante el cual somos invitados a prepararnos para conmemorar en la Navidad la venida de Dios hecho hombre en la persona de Jesús.

 

1. Las promesas hechas por Dios a los patriarcas son para toda la humanidad

Uno de estos temas es el de los patriarcas -Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob, de quien precedieron las doce tribus que dieron origen al pueblo de Israel-, evocados por el apóstol Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a los cristianos de Roma (Romanos 15, 4-9).

Aquellos “patriarcas” fueron los primeros creyentes en un solo Dios y por lo mismo nuestros antepasados en la fe hace unos 38 siglos. San Pablo hace referencia a ellos para exhortarnos a que mantengamos la esperanza en el cumplimiento de las promesas que Dios les hizo de formar a partir de ellos, un pueblo numeroso que sobreviviría a todas las calamidades, promesas que no sólo fueron hechas para los israelitas sino también para los gentiles. Es decir, quienes, siendo de distintas razas y culturas, íbamos a creer en ese mismo Dios que, 18 siglos después de aquellos patriarcas, se hizo presente en la historia humana por medio de su Hijo Jesucristo.

 

2. Los profetas anunciaron a un “Mesías” que vendría a establecer el reino de Dios

“Aquél día brotará un renuevo del tronco de Jesé”, comienza diciendo la primera lectura tomada del libro profético de Isaías (11, 1-10). Jesé había sido un pastor de ovejas cuyo hijo David fue escogido hacia el siglo X a.C. para ser rey de Israel y como tal fue “Ungido” (“Mesías” en hebreo, “Cristos” en griego). Poco más de dos siglos y medio después de su reinado, hacia el año 740 a. C., el profeta Isaías anuncia la venida de un futuro Mesías, descendiente de Jesé -y por lo tanto de su hijo el rey David-, que será consagrado por el Espíritu del Señor para establecer entre quienes quieran recibirlo un reino de justicia y de paz. El profeta emplea en su anuncio de este reino una metáfora poética: las fieras salvajes dejarán de ser destructoras para convivir en armonía con los animales mansos y con los niños.

El salmo escogido para la liturgia de este domingo -Salmo 72 (71)-, se cantaba en la entronización de cada nuevo rey descendiente de David, invocando a Dios para que su gobierno trajera la justicia y la paz, no sólo a la nación sino a todo el mundo: “del gran río (el Jordán) hasta el confín de la tierra”. Este Salmo expresa la esperanza en un nuevo orden social en el que a los pobres se les hará justicia porque serán liberados de quienes los oprimen. Y los pobres son, tanto ayer como hoy, todos los que sufren las consecuencias de la injusticia y de todas las demás formas de violencia: los desposeídos, los marginados, los excluidos, los desplazados.

En este tiempo en el que nos preparamos para celebrar la Navidad y el Año Nuevo, reforzemos nuestros sentimientos de solidaridad con todos ellos, en la oración y también mediante las acciones que podamos realizar en beneficio de nuestros hermanos necesitados. Quienes creemos en Jesucristo reconocemos que Él es el Mesías anunciado por los profetas, y en su honor cantamos el salmo que proclama su Reino de justicia y de paz. Pero esto no debe quedarse de nuestra parte en meras palabras que se leen o se cantan. Tenemos que colaborar activamente para que el Reino de Dios, inaugurado por nuestro Señor Jesucristo, se haga una realidad en nuestras vidas y en el mundo en que vivimos.

 

3. Para recibir el Reino de Dios es necesaria una actitud humilde de conversión

El Evangelio nos presenta a Juan “el Bautista” como un predicador austero que clama en el desierto de Judea, a orillas del río Jordán: «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos». Es el mismo Reino de Dios del que hablan los otros evangelistas, pero Mateo emplea el término “Reino de los Cielos” porque los judíos evitaban por respeto decir “Dios”. La exhortación de Juan es también para nosotros, y acogerla sólo es posible desde el reconocimiento humilde de nuestra necesidad de ser salvados, una actitud totalmente opuesta a la soberbia de los fariseos y saduceos a los que critica llamándolos “raza de víboras”. Quienes acogían con humildad su invitación a convertirse, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Nosotros, con la confesión de nuestros pecados no sólo ante Dios sino también ante la comunidad – representada por el sacerdote en el sacramento de la reconciliación-, expresamos nuestro reconocimiento de la necesidad que tenemos de la misericordia de Dios, y así se renueva en nuestra vida la gracia del sacramento del Bautismo.

Dispongámonos, pues, a que la conmemoración próxima del Nacimiento de Jesús no se nos quede en los ajetreos externos de una navidad comercializada, sino que, con nuestra actitud sincera de conversión a Dios y de reconciliación con Él y entre nosotros, empezando por la vida familiar, se haga realidad en nuestra existencia lo que Jesús nos enseñó a pedir: Venga a nosotros tu reino, ese reino que en definitiva es el poder del Amor, que es Dios mismo y que se nos manifestó en su Hijo Jesucristo. Así sea.

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