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El papel de Noé

Apuntes del Evangelio

Mateo 24:37-44, domingo, noviembre 27 de 2022

Noé, hijo de Lamec, es descrito en el Génesis como un hombre justo que caminaba delante de Yahvéh. Por ser justo será salvado junto con su familia mientras que la corrupción llevará a los demás a la muerte. Su familia y representantes de todas las especies fueron salvadas de la aniquilación por el Diluvio. Su arca se posa en el monte Ararat (Armenia) y hace un sacrificio a Dios y recibe un nuevo pacto que renueva lo prometido a Adán. Noé es como un nuevo comienzo, un nuevo Adán, pues de sus hijos surgiría toda la humanidad conocida entonces[1]; a través de Sem, Cam y Jafet. Para algunos la figura de los tres magos que visitan a Jesús niño, en el evangelio de Mateo, serían los representantes de estas tres razas (blanca, negra y cobriza) en nombre de toda la humanidad.  El pacto con Noé no es con un pueblo sino con la humanidad y origina los mandamientos universales (7 en vez de 10) en contraste con el Decálogo que sería exclusivo de Israel[2]. En la Biblia tendríamos cuatro pactos: con Adán, con Noé, con Moisés (pacto del Sinaí) y con Jesús. Algunos cristianos alegarán que están libres del pacto judío del Sinaí y por tanto libres del ayuno, la circuncisión (Noé y los suyos no estarían circuncidados), las normas dietéticas judías. El pacto de Noé comprende 7 mandamientos: no blasfemar, no idolatrar, no inmoralidad sexual, no asesinar, no robar, no comer partes de animales vivos y no cometer injusticias (casi todos son retomados por el Corán). En cierto sentido es un pacto más universal, con la humanidad, con todos los seres vivos, para nunca volver a destruir la vida.

La borrachera de Noé y el incidente con sus hijos llevan a la discusión rabínica sobre el carácter y virtudes del personaje, pues hasta relaciones incestuosas habría. Si el diluvio era la posible manera de arreglar la humanidad, lo que vemos es que fracasa en su intento. En el cristianismo la humanidad se arregla con la conversión aunque la Biblia postula la salvación por las aguas tanto en el relato de Noé como en el paso del Mar Rojo en el relato de la salida de Egipto. En la lectura tipológica y cristiana de la Biblia, el paso del Mar Rojo al igual que el Diluvio serán considerados tipos del anti-tipo del bautismo. Pero en el bautismo el agua es mero símbolo de ser sumergido en la pasión y muerte de Jesús para ser como él resucitado, como define Pablo el bautismo en la carta a los romanos. Aunque el Diluvio se convierte en símbolo de juicio de la humanidad, es ineficaz para cambiarla o convertirla. Luego del Diluvio la humanidad es idéntica a como era antes de él.

Sin embargo, es una valiosa reflexión sobre la moralidad humana. El desarreglo social (la violencia simbolizada por los gigantes violentos o nefilim) es tal que «le pesó a Yahveh de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón» (Gn 6:6). Podría decirse que toda la Biblia es un intento de Dios por corregir la violencia humana. Será el propósito de los jueces. Filón de Alejandría (filósofo y teólogo judío contemporáneo de Jesús) ya hacía una lectura alegórica de la figura de Noé y hacía del Diluvio pasión y limpieza del alma; hacía del Arca construida por Noé el propio cuerpo y del viaje de Noé sobre las aguas del Diluvio el escape de la existencia mundana. Muchos Padres de la Iglesia, con una mirada pesimista sobre la maldad del mundo, utilizaron la figura del Arca como tipo (figura) del anti-tipo que sería la iglesia. Fácilmente se asimiló a la iglesia a la barca de Pedro a la cual era necesario entrar para salvarse del naufragio. Siguiendo con la alegoría, se hizo del cuervo que sale y nunca vuelve el que se aleja de la iglesia y nunca se convierte; en los animales puros e impuros (todos entran en el Arca) el tipo del anti-tipo parabólico del trigo y la cizaña que igualmente cohabitarían en Iglesia como cohabitaron animales puros e impuros en el Arca; la madera del Arca la interpretan como el tipo del antitipo de leño de la cruz. Los 300 codos, que se escriben como la tau (τ = 300) en griego serán el símbolo de la cruz de san Francisco de Asís.

También luego del Diluvio se acorta la vida del hombre: «Entonces dijo Yahveh: No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne; que sus días sean 120 años» (Gn 6:3). La paloma que envía Noé también se leyó como símbolo del Espíritu que se cernía sobre las aguas en la creación y tipo del anti-tipo del Espíritu que desciende en el bautismo como en una nueva creación. En la carta a los hebreos tenemos una relectura del personaje en los siguientes términos: «Por la fe, Noé, advertido por Dios sobre cosas que aún no se veían, con religioso sentido empezó a construir un arca para salvar a su familia, y por medio de esa fe condenó al mundo y vino a ser heredero de la justicia según fe» (Hb 11:7).

«Como en los días de Noé, así será la aparición del Hijo del hombre» fue una de las citas más socorridas en los sermones predicados durante las plagas que empezaron en 1347 y devastaron Europa. Igualmente por las doctrinas milenaristas que predican el retorno de Cristo precedido por varios cataclismo sociales y naturales. El milenarismo, sobre todo tomado del Apocalipsis, fue la ideología conquistadora del expansionista zarismo ruso y del imperio norteamericano. Pero evidentemente los “días de Noé” no revisten mayor singularidad y son todos los días de la historia humana. No se aplica la figura de Noé para resaltar una maldad humana merecedora de castigo universal sino la vida corriente en la que se gente se ocupa de negocios tan rutinarios como comer, beber y casarse. El mismo evangelio advierte que nadie sabe el día ni la hora, aunque muchos grupos religiosos han aventurado una fecha como los Testigos de Jehová, los Adventistas y otros. Las cuatro parábolas sobre “dos en el campo”, “dos moliendo”, “el padre de familia” y el “ladrón” son una exhortación a la responsabilidad personal, a no escudarse en los demás. Esto era importante porque al dilatarse la segunda venida esperada en poder y gloria (la primera habría sido en pasión y muerte) la parusía es re-interpretada. Esto es claro en las cartas de Pablo. San Agustín, en su obra La Ciudad de Dios, se aventura a formular un escenario del fin: “Elías el Tisbita vendrá; los judíos se volverán creyentes; el Anticristo será perseguidor; Cristo juzgará; los muertos resucitarán; los buenos serán separados de los males; el mundo será destruido con fuego y renovado”. Este lenguaje, aunque nos resulte familiar, por el influjo de san Agustín en la escatología, no deja de ser problemático por sus figuras como el Anticristo o el mundo destruido por fuego y renovado. Era el pensamiento de los estoicos para quienes el mundo era destruido y renovado cada 6.000 años. Pablo habla de un fin diferente cuando todo sea recapitulado en Cristo; Juan habla del amor al cosmos (mundo) por el cual se dio la encarnación;  varios teólogos postulan una escatología más evangélica no basada en el temor. Por ejemplo, el dominico Edward Schillebeeckx afirma sobre el fin: “El infierno es el final de quienes hacen el mal de forma definitiva. Su muerte física es también su final absoluto. Por tanto, desde el punto de vista escatológico, sólo existe el cielo”, una escatología más en consonancia con el quehacer cristiano. En Juan el juicio lo hace cada cual cuando define su vida frente a Jesús: «El que no cree, ya está juzgado (condenado)» (Jn 3:18). Sin Jesús ya hemos hecho de la humanidad y el cosmos (pecado ecológico) un verdadero “infierno”; con Jesús podemos hacer de ambos una expresión del reinado de los Cielos. La imagen de Noé con su Diluvio y destrucción de todas las formas vivas exige ser revisada a la luz de Jesús y su salvación.

[1] Según del capítulo 10 del Génesis, de Noé surgen todas las naciones de la tierra (70 en total).

[2] Los tres primeros mandamientos referentes a las obligaciones para con Dios son exclusivos de Israel. Los 7 restantes forman el pacto de Noé (universal).

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