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Enero 30: Reflexiones sobre la misión que Dios confía a cada uno de nosotros

Tiempo Ordinario – Domingo IV C
(30-enero-2022)
Por: Jorge Humberto Peláez, SJ
jpelaez@javeriana.edu.co  Lecturas:

Profeta Jeremías 1, 4-5. 17-19
I Carta de san Pablo a los Corintios 12, 31 – 13, 13
Lucas 4, 21-30

Los textos de este domingo proponen a nuestra meditación dos grandes temas teológicos:

El primer tema es la misión que Dios confía al profeta Jeremías y a Jesús. Jeremías nos ofrece una pequeña síntesis biográfica sobre su vocación profética. Jesús se presenta en la sinagoga de Nazaret, frente a los amigos de la infancia; su intervención en la sinagoga termina de una manera brusca porque los vecinos se sintieron ofendidos por las palabras de Jesús.
El segundo tema que nos propone este IV domingo del Tiempo Ordinario es el archí-conocido Himno del Amor, de la I Carta de san Pablo a los Corintios. Se trata de un texto escrito desde la profunda experiencia humana y espiritual del apóstol, quien nos explica cómo el amor es el que da sentido a nuestra existencia. Este texto de Pablo es utilizado, con mucha frecuencia, en las celebraciones del sacramento del matrimonio.

En esta meditación dominical nos vamos a focalizar en el primer tema teológico, la misión confiada por Dios. Para ello, empezaremos por el texto del profeta Jeremías. El profeta utiliza un lenguaje muy personal, lo cual nos indica que está compartiendo una experiencia muy íntima: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del vientre materno, te consagré:  te constituí profeta de las naciones”.
Estas inspiradoras palabras de Jeremías nos invitan a reflexionar sobre el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros. Es un amor personalizado. ¿Qué implica esto? No somos un simple accidente biológico; no somos un agregado de células; no somos unos procesos bioquímicos. Dios nos ama a cada uno. Nos conoce por nuestro nombre. Nos llama a ser colaboradores en su obra creadora y redentora.
Jeremías nos sigue compartiendo la historia de su vocación: “Tú cíñete los lomos; prepárate para decirles todo lo que yo te mande”. Detrás de estas palabras hay un contexto histórico muy importante: Yahvé fue manifestando su plan de salvación al pueblo elegido y, para ello, se valió de personas muy especiales, que fueron los profetas. Ellos fueron quienes, en nombre de Yahvé, ayudaron al pueblo a leer la voluntad de Dios que se manifestaba dentro de su historia.
Ahora bien, esta misión de interpretar el plan de Dios manifestado a través de los acontecimientos no era una tarea fácil, pues entraba en conflicto con los dirigentes religiosos y políticos. Por eso leemos en esta crónica del profeta Jeremías: “No les tengas miedo (…) Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce frente a todo el país”.
El trabajo de los auténticos profetas no ha sido fácil porque su servicio a la comunidad no consiste en halagar los oídos sino en proclamar la verdad. Esto genera todo tipo de presiones. Cuando reflexionamos sobre la historia de la Iglesia, vemos cómo su anuncio ha sido objeto de duras críticas, que llegan hasta la persecución, por aquellos que sienten afectados en sus intereses.
Es importante tener en cuenta que no se puede considerar como manifestación profética cualquier crítica que formulen los miembros de la Iglesia en contra de lo que llamamos el sistema o establecimiento. Con frecuencia, particularmente cuando se acercan las elecciones, surgen algunas voces críticas que, aunque parecen inspiradas en los valores evangélicos, responden a agendas políticas. De ahí la importancia de llevar a cabo un discernimiento serio. No se puede confundir la proclamación del Evangelio con el proselitismo político.
Después de estas reflexiones sobre la vocación profética de Jeremías, trasladémonos a la sinagoga de Nazaret, en la que Jesús interviene en los inicios de su actividad apostólica. Nazaret era una población pequeña en la que todos se conocían. Allí se habían dado cita todos los vecinos. Estaban sorprendidos por lo que habían oído decir sobre Jesús, la sabiduría de sus palabras y las curaciones que realizaba. Por eso comentaban entre ellos: “¿No es este el hijo de José?”. Ciertamente, estaban confundidos.
Las primeras palabras que pronuncia Jesús en la sinagoga captan su atención: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír”. Pero a continuación pronuncia unas palabras que caldean el ambiente:

Empieza por una afirmación muy crítica: “En verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su tierra”. Ilustra esta afirmación con dos ejemplos que tenían como protagonistas a grandes figuras de la historia de Israel, los profetas Elías y Eliseo.
Recuerda un episodio de la vida de Elías quien, en medio de una terrible hambruna que azotaba la región, fue enviado por Dios para hospedarse en casa de una viuda, en Sarepta. Jesús después recuerda la curación realizada por el profeta Eliseo a un general del ejército sirio, llamado Naamán. Ninguno de ellos era judío.
Estas palabras de Jesús desataron la furia de sus oyentes, a pesar de ser conocidos de toda la vida. ¿Por qué su rabia? Porque estos dos personajes, la viuda y el general, eran dos paganos, que fueron beneficiados por la acción de estos dos profetas, por encima de los privilegios que los judíos pretendían exigir. Por eso interrumpieron la ceremonia en la sinagoga, echaron del pueblo a Jesús y quisieron lincharlo.

Esta escena en la sinagoga de Nazaret contiene un profundo mensaje teológico: la misión que el Padre le ha confiado a Jesús es la redención de toda la humanidad. Su acción salvífica desborda las fronteras de una cultura particular. Desde los comienzos de su predicación, Jesús deja claramente definida la universalidad del mensaje de salvación.
¿Qué enseñanzas particulares nos dejan estas lecturas sobre la misión de Jeremías y de Jesús? Cada uno de nosotros ha venido a este mundo con una tarea: Jeremías tenía la misión de anunciar la Palabra en medio de unas circunstancias difíciles, y Jesús anuncia la Buena Nueva a todos los pueblos. Cada uno debe encontrar, por medio del discernimiento, la misión que Dios nos ha confiado teniendo en cuenta nuestros carismas y potencialidades.

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