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VI Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo A – Febrero 12 de 2023
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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su pleno valor. Pues les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, no se le quitará a la ley ni un punto ni una letra, hasta que todo llegue a su cumplimiento. Por eso, el que no obedece alguno de los mandatos de la ley, aunque sea el más pequeño, ni enseña a la gente a obedecerlo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero el que los obedece todos y enseña a otros a hacer lo mismo, será considerado grande en el reino de los cielos. Porque les digo a ustedes que, si no superan a los maestros de la ley y a los fariseos en hacer lo que es justo ante Dios, nunca entrarán en el reino de los cielos. Ustedes han oído que a sus antepasados se les dijo: “No mates, pues el que mate será condenado”. Pero yo les digo que cualquiera que se enoje con su hermano, será condenado. Al que insulte a su hermano, lo juzgará la Junta Suprema; y el que injurie gravemente a su hermano, se hará merecedor del fuego del infierno. Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda. Si alguien te lleva a juicio, ponte de acuerdo con él mientras todavía estés a tiempo, para que no te entregue al juez; porque si no, el juez te entregará a los guardias y te meterán en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo. Ustedes han oído que se dijo: “No cometas adulterio”. Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Así pues, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo y échalo lejos de ti; es mejor que pierdas una sola parte de tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtatela y échala lejos de ti; es mejor que pierdas una sola parte de tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo vaya a parar al infierno. También se dijo: “Cualquiera que se divorcia de su esposa, debe darle un certificado de divorcio”. Pero yo les digo que, si un hombre se divorcia de su esposa, a no ser en el caso de una unión ilegal, la pone en peligro de cometer adulterio. Y el que se casa con una divorciada, comete adulterio. También han oído ustedes que se dijo a los antepasados: “No dejes de cumplir lo que hayas ofrecido al Señor bajo juramento”. Pero yo les digo: simplemente, no juren. No juren por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni juren ustedes tampoco por su propia cabeza, porque no pueden hacer blanco o negro ni un solo cabello. Baste con decir claramente “si” o “no”. Pues lo que se aparta de esto, es malo. (Mateo 5, 17-37).
Jesús nos presenta en el Evangelio su propuesta de una nueva ética que, sin negar los preceptos de la ley divina contenida en los diez mandamientos, y sin desconocer las enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento, va más allá de la letra para proponer el espíritu del reconocimiento pleno de los valores de una vida recta. Los maestros de la ley y fariseos cuyas enseñanzas dice Jesús que hay que superar, solían quedarse en la letra de las fórmulas y los ritos. A lo que invita Jesús a sus discípulos es a cumplir el espíritu de la Ley de Dios, que va más allá de la letra.
1. No he venido a suprimir la ley o los profetas, sino a darles su pleno valor
Jesús propone metas positivas de realización de la convivencia humana, refiriéndose respectivamente a tres de los diez mandamientos promulgados por Dios en el monte Sinaí según el libro del Éxodo -el quinto (no matarás), el noveno (no desearás a la mujer de tu prójimo) y el segundo (no jurarás usando el nombre de Dios en vano)-, para el realizar el sentido pleno, el espíritu de lo que significan.
En cuanto al quinto mandamiento, no sólo no atentando contra la vida del prójimo, sino además tratándolo con respeto y procurando su bienestar integral. En cuanto al noveno, no sólo rechazando la práctica física del adulterio, sino purificando siempre espiritualmente la mirada y las intenciones hacia las personas. Y en cuanto al segundo, respetando el nombre de Dios en vez de usarlo vanamente, como se suele hacer cuando se dice Señor, Señor y no se cumple su voluntad, que es voluntad de Amor.
2. Deja tu ofrenda y ve primero a ponerte en paz con tu hermano
Uno de los temas centrales de la predicación de Jesús es la reconciliación. Pedir perdón a quien se ha ofendido, y estar siempre en disposición de perdonar, son dos elementos inseparables de las relaciones humanas según sus enseñanzas. Jesús nos invita a pedir perdón a quienes hayamos ofendido, y dice que hacerlo está por encima de cualquier rito religioso. No basta con pedirle perdón a Dios, hay que pedirles perdón -en lo posible- a quienes les hemos causado algún mal.
Y esto que quiere indicar Jesús nos dice que dejemos nuestra ofrenda delante del altar y vayamos primero a ponernos en paz con nuestros hermanos, es decir, a reconciliarnos con las personas a quienes hemos ofendido. Porque la reconciliación con Dios tiene que pasar por la reconciliación con el prójimo. No podemos estar reconciliados con nuestro Creador si antes no ponemos todo cuanto esté de nuestra parte para reconciliarnos con las personas a las que hayamos tratado indebidamente.
3. Si tu ojo o tu mano te hacen caer…
Finalmente, otro tema central de las enseñanzas de Jesús es la radicalidad en la lucha contra el pecado, lo cual implica evitar todo lo que en nuestro comportamiento pueda ser ocasión de ofender a los demás, teniendo en cuenta que toda ofensa al prójimo es al mismo tiempo una ofensa a Dios, creador de todos los seres humanos.
Las imágenes del ojo o de la mano que Jesús exhorta respectivamente a sacarse o cortarse antes de caer en el pecado, son formas simbólicas de expresar esa radicalidad. Esto no quiere decir que debamos atentar contra nuestro cuerpo, pero sí que orientemos nuestra mirada y nuestras acciones con respecto a los demás de tal manera, que siempre y cada vez más estén ordenadas de acuerdo con la voluntad de Dios. Pidámosle al Señor que nos ayude a tener siempre presentes estas enseñanzas suyas y a ponerlas en práctica todos los días de nuestra vida. Que así sea.
Preguntas para la reflexión previa y la puesta en común:
- ¿Me contento con cumplir los diez mandamientos, o trato de ir más allá, tratando a las personas con las que convivo o trabajo o me encuentro como quisiera que ellas me traten a mí?
- ¿Estoy en una disposición verdadera a reconciliarme con las personas a las que haya ofendido, antes de realizar mis ritos religiosos?
- ¿Procuro vivir la radicalidad que me propone Jesús en mi lucha contra el pecado, evitando las ocasiones de ofender a Dios -y por lo tanto al prójimo- de pensamiento, palabra, obra u omisión?