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Febrero 13: Bienaventuranzas en Lucas

Lucas 6:17.20-26, domingo, febrero 13 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ  Las bienaventuranzas, en sus dos versiones de Lucas y Mateo, cuyos enfoques se complementan, han sido tenidas como elemento central de la predicación de Jesús e imagen del reinado de Dios que sentía presente en su persona. Al inaugurar su vida pública en la sinagoga, recurre Jesús al texto de Isaías que hablaba de anunciar buenas nuevas a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos, dar vista a los ciegos y liberar a los oprimidos. Las bienaventuranzas recogen estas ideas y muchas otras de la predicación de Jesús y las organizan en un discurso. Todas las bienaventuranzas contienen más o menos citas directas o indirectas de Isaías y de los Salmos, recogiendo en Jesús lo mejor de las esperanzas judías concordes con el pensamiento cristiano. En las bienaventuranzas se siente el eco también de la literatura sapiencial como el libro de los Proverbios[1]. Pero puestas en boca de Jesús, tienen las bienaventuranzas un sabor especial. Las bienaventuranzas tienen en Lucas una resonancia socioeconómica más marcada que en Mateo, como puede notarse en que en Lucas se proclama bienaventurados a los pobres materiales, pobres a secas, mientras que en Mateo se añade “pobres en el Espíritu”. Para algunos comentaristas se dirige Lucas a una comunidad de creyentes (en Atenas) de menor estrato social que los creyentes a los que se dirigiría Mateo (en Antioquía). El mensaje revolucionario del Magnificat, en boca de María, ya marcaría una tendencia. Lucas no olvida el contenido social de la buena nueva o mensaje de conversión. En cabeza de los beneficiarios de la acción de Dios en Isaías están los pobres, a los que se les anuncia el Evangelio, seguidos por los cautivos, los ciegos y los oprimidos. En las bienaventuranzas, Jesús nombra a los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos. En la respuesta a los enviados por parte de Juan Bautista a preguntar a Jesús si es el esperado, cita a los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos, los muertos y, como conclusión, los pobres. Igualmente enseña que se debe invitar a los banquetes a los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos. En la parábola del banquete, los remisos son reemplazados por los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos. Lázaro es básicamente pobre y enfermo en contraste con el rico epulón.
Pero aún más, Lucas construye su texto de las bienaventuranzas de una manera cerrada como si quisiera que el mensaje no dejara ninguna escapatoria para el lector: a los cuatro bienaventurados dirigidos al grupo de discípulos –caracterizados como pobres, hambrientos, llorosos y excluidos– les siguen cuatro “ay de vosotros” dirigidos a los ricos, satisfechos, alegres y bien considerados, sin que podamos identificar un grupo concreto opuesto al de los discípulos. No hay manera de escaparse mediante sutilezas en su contenido. Como expresaba Kierkegaard: “Le temo a las partes claras del evangelio, no a sus partes oscuras”. Lucas introduce un “ahora” (en el momento actual) en las bienaventuranzas segunda y tercera, así como en sus contrarias (¡ay los que ahora!), sin duda porque escribe para creyentes que están siendo probados. La dicha o bienaventuranza[2], sin embargo, está en futuro “seréis saciados, reiréis”. Podría pensarse que es un consuelo barato, pero conviene tener en cuenta dos cosas: la primera, que muchos creyentes pensaban en una segunda venida (parusía) cercana y segundo, que el Evangelio tiene una dimensión escatológica (de futuro) inherente. Una escatología que es como el horizonte que no alcanzamos nunca pero nos guía siempre en el camino. El reinado de Dios había llegado en Jesús pero aún no en todos los creyentes. El Concilio Vaticano II lo traduce con su expresión adverbial “ya, pero todavía no”. De ahí que para algunos comentaristas las bienaventuranzas son autobiográficas, es decir, que Jesús se refiere a sí mismo cuando las proclama. Jesús encarna las bienaventuranzas. Para algunos comentaristas las diferentes categorías de personas terminan siendo una sola que por la repetición, paralelismo, quiasmo de la literatura judía se enuncian de forma diferente. Los pobres, los hambrientos y los que lloran son los mismos: los pobres y los que sufren necesidad, que en la tierra son tenidos por los últimos. En efecto, el que es pobre no tiene nada con que saciar su hambre, el que es pobre es impotente y ve cómo se halla indefenso y sin protección. Los pobres, los hambrientos y los que lloran, de quienes habla Jesús, no poseen bienes materiales y sufren miseria, y la sociedad no les deja más a qué aferrarse sino a la confianza en Dios. Pero es por ellos, para ellos y con ellos que hay que construir el reinado de Dios. Era la experiencia del pueblo de Israel a lo largo de su historia: que Yahvéh toma bajo su protección a los oprimidos y a los pobres. En el tiempo de la opresión en Egipto, en la cautividad de Babilonia, en las invasiones, era Israel pobre y oprimido, y no perdió su confianza en Yahvé. Hoy diríamos que fue un pueblo resiliente que mantuvo siempre la esperanza (y la sigue teniendo) de que algún día vendrán unos nuevos cielos y una nueva tierra. Este proceder de Dios continúa en el tiempo de salvación anunciado por Jesús: que a los pobres se anuncia y se trae la buena nueva es el lema de su ministerio.
Pobreza, hambre, lágrimas por la miseria es un estado agobiante y, sin embargo, Jesús lo llama de bienaventuranza, porque quienes lo sufren son el criterio para juzgar los reinos de este mundo, que ordinariamente se construyen sobre las ambiciones humanas de tener, poder y valer.
La cuarta bienaventuranza va dirigida a los discípulos perseguidos. La comunidad de los discípulos se considera, al igual que Israel, como la comunidad de los pobres; es un pequeño rebaño, impotente, expuesto a la contradicción y a la persecución al igual que su maestro. Que los discípulos vivan tal situación y aún así sean capaces de mantener la alegría, la fe, la esperanza, la misericordia con los demás, es la expresión de que el reinado de Dios también empieza a llegar en ellos. A la iglesia le toca ponerse al servicio del reinado de Dios en el mundo, no al servicio de ella misma pues el reinado es mayor que la iglesia. Comparativamente los discípulos son como los profetas de Israel dentro de su pueblo. Les toca mantener vivo el mensaje y el llamado a la conversión, sabiendo que empieza por ellos mismos. A la iglesia, como la primitiva comunidad de los discípulos, le toca vivir en la paradoja de ser un espacio de conversión de creyentes con sus tendencias naturales al egoísmo; entregarse al servicio de otros, aunque los mismos que gobiernan y predican en la iglesia, sean egoístas y pecadores. Como dice el papa Francisco, la luz de la iglesia es la de la luna, no la del sol; refleja la luz de Cristo, no la propia. Para algunos grandes místicos y escritores cristianos, las bienaventuranzas por sí solas son un evangelio completo. Marcan un derrotero superior a cualquier movimiento de reivindicación o revolución que haya habido en la historia. Así las entiende el escritor ruso León Tolstoy. La redacción más popular usada en la liturgia de las bienaventuranzas es la de Mateo, al igual que su padrenuestro. Pero no por esto las versiones de Lucas son menos valiosas teológicamente. Si en última instancia es el amor al prójimo el criterio de fidelidad evangélica, ese amor se expresa en las bienaventuranzas, por duras que sean de vivir. Al menos nos sirven como horizonte para seguir siempre adelante.
 
[1] Serían los escritos más antiguos de toda la Biblia y tienen como fuente la reflexión frente a la naturaleza. Es literatura común a todos los pueblos.
[2] El nombre en griego es makarios (bienaventuranzas o makarismos) que significa feliz, bienaventurado e incluso cándido. Recordemos que pide a sus seguidores ser cándidos como palomas.

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