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Febrero 13: “Jesús miró a sus discípulos y, les dijo (…)”

Sexto domingo del Tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 6,17.20-26) – 13 de febrero de 2022 Por: Hermann Rodríguez Osorio, SJ
herosj@hotmail.com No se si es más difícil hablar de las Bienaventuranzas o de las advertencias de Jesús a los ricos, a los que están satisfechos, a los que ríen y a los que alaba todo el mundo… Cualquiera de las dos alternativas es muy compleja. No es fácil explicar o entender con nuestra lógica estas afirmaciones del Señor. Rompen nuestros esquemas y nos abren a una realidad a la que no se puede acceder por la razón. Nuestra sociedad y nosotros mismos hemos sido educados en otro esquema mental que considera exactamente lo contrario. El mundo, en este texto bíblico, parece vuelto al revés. No es cosa fácil entender por qué son dichosos los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados, expulsados, insultados y despreciados por causa del Hijo del hombre, pero el Señor lo dice categóricamente: “Alégrense mucho, llénense de gozo en ese día, porque ustedes recibirán un gran premio en el cielo; pues también así maltrataron los antepasados de esa gente a los profetas”.
Lo contrario tal vez nos lo ayude a entender un hermoso texto de un jesuita que ha vivido de cerca los dolores de Dios entre los más pobres. Benjamín González Buelta, SJ escribe desde la realidad del pueblo sencillo de la República Dominicana; desde la cercanía de los haitianos, doblemente marginados entre los marginados; desde las celebraciones apoteósicas del quinto centenario de la llegada de los españoles a tierras americanas, para lo cual se hicieron grandes avenidas para los turistas, desalojando familias enteras y ocultándolas detrás de inmensos muros de marginación para que la pobreza no pasara, como el muro que recorre la frontera entre México y los Estados Unidos, o el que construye Israel frente a los territorios palestinos; desde esa realidad, tienen sentido estas advertencias que actualizan las de Jesús:
«¡Ay de aquellos que saborean el dulce del azúcar en platos refinados, pero no tienen paladar para la amargura del haitiano que corta la caña;
que miran la belleza de las fachadas de los grandes edificios, pero no oyen en las piedras el grito de los obreros mal pagados;
que pasean en carros de lujo por las nuevas avenidas, pero no tienen memoria para las familias desalojadas como escombros;
que exhiben ropa elegante en cuerpos bien cuidados, pero no se preocupan de las manos que cosechan el algodón…
porque dejan resbalar sobre la vida su mirada de turistas y no contemplan detrás de las fachadas con ojos de profeta!
¡Ay de aquellos que sólo ven en el pobre una mano que mendiga y no una dignidad indestructible que busca justicia;
que sólo ven en los numerosos niños marginados una plaga y no una esperanza para todos que hay que cultivar;
que sólo escuchan en los gritos de los pobres caos y peligros y no oyen la protesta de Dios contra los fuertes;
que sólo contemplan lo bello, lo sano y poderoso y no esperan la salvación de lo más bajo y humillado…
porque no podrán contemplar la salvación que brota en el Jesús encarnado desde abajo!»
(Benjamín González Buelta, La Transparencia del Barro, Santander, Sal Terrae, 1989, 36-37).

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