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Febrero 26: «Llevado al desierto para ser tentado»

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I Domingo de Cuaresma

Ciclo A – Febrero 26 de 2023

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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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“Después de su Bautismo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le contestó: «Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.»» Después el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras»». Jesús le replicó: «También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios»». Luego el diablo lo llevó a un monte altísimo y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo esto te daré si te postras y me adoras». Jesús le respondió: «Vete Satanás, porque está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto»». Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían (Mateo 4, 1-11).

El miércoles pasado comenzó la Cuaresma: cuarenta días de preparación para la Semana Santa mediante una actitud de renovación espiritual y unas prácticas de penitencia orientadas a la caridad, compartiendo con los necesitados. Con la señal de la cruz que nos identifica como seguidores de Cristo, marcada con ceniza bendita sobre nuestra frente, recibimos la invitación a convertirnos, a reorientar nuestra vida hacia Dio, y a creer en el Evangelio, es decir, en la Buena Noticia que nos trae Jesús (Marcos 1,15). Hoy, continuando como trasfondo a la misma invitación, las lecturas giran en torno a tres temas: la tentación, el pecado y la misericordia de Dios.

1.- La tentación de Jesús tiene como trasfondo la tentación original del ser humano

La humanidad desde sus orígenes ha experimentado la tentación, y es esto lo que nos pone de presente la primera lectura (Génesis 2, 7-9; 3,1-7). El relato simbólico del pecado original nos muestra a su vez en qué consiste la tentación original: la pretensión de “ser como Dios”, presentada bajo una falsa concepción del poder divino, como si Dios determinara lo que es bueno o malo según sus propios intereses o caprichos.

La tentación de comer el fruto del “árbol del conocimiento del bien y del mal” significa el deseo de determinar arbitrariamente qué es bueno y qué es malo. En este sentido, el “pecado original” del ser humano consiste en orientar torcidamente su conducta al determinar como bueno aquello que satisface sus apetitos egoístas, y como malo lo que no los satisface, desconociendo así su condición de criatura y oponiéndose al plan creador de Dios.

2. Jesús nos enseña con su ejemplo a vencer las tentaciones

Los apetitos egoístas básicos de todo ser humano son el ansia de poseer, el ansia de aparentar y el ansia de poder. En otras palabras, el hambre de tener mediante el éxito logrado mágicamente, la inclinación a obrar para obtener prestigio según la ley del “qué dirán”, y la ambición de dominio sobre los demás para someterlos a los propios caprichos. En Jesús no tuvieron poder alguno estos apetitos, pero Él quiso ser sometido a las tentaciones para darnos ejemplo y enseñarnos a vencerlas con la fuerza de su Espíritu. Acababa de ser proclamado Hijo de Dios en su bautismo, e inmediatamente después lo encontramos en el desierto, en un retiro de cuarenta días, al final de los cuales el tentador (en hebreo satán y en griego diábolos: el adversario) empieza diciéndole “Si eres el Hijo de Dios”, y finaliza con una promesa condicionada a la adoración de él, que es el mal personificado.

Al contestarle Jesús, citando el Deuteronomio y los Salmos, el Evangelio nos está diciendo que Él vence las tres grandes tentaciones en las que había caído el pueblo de Israel: la ambición de riquezas materiales, el culto a las apariencias y la sed de poder, cuya consecuencia es la injusticia también en todas sus formas, es decir, el desconocimiento de Dios como Creador y el consecuente desconocimiento de los seres humanos como hijos e hijas de Dios.

El relato de las tentaciones tiene además un significado especial con respecto a la misión de Jesús. En aquel tiempo, existían las falsas expectativas del Mesías anunciado, entendido como un líder político que solucionaría mágicamente los problemas, que sería reconocido como caudillo supremo y que se convertiría en el dominador de todas las naciones. Jesús, con su triple respuesta, rechaza esas falsas expectativas y, no sólo lo hace en el marco de aquellos cuarenta días con sus noches, sino durante toda su vida pública: cuando le dice a Simón Pedro “apártate de mí Satanás”, al intentar este discípulo disuadirlo de padecer y morir en la cruz; cuando los doctores de la ley y los fariseos le exigen señales espectaculares para creer en Él; cuando la gente quiere proclamarlo rey después de la multiplicación de los panes y los peces; e incluso cuando muchos que presencian su agonía en el Calvario le gritan que se baje de la cruz para demostrar que es el Mesías.

3.- Conversión: reconocimiento de nuestro pecado y reorientación de nuestra vida hacia Dios

Jesús no cayó en las tentaciones humanas -como tampoco María, su madre-, pero nosotros sí hemos caído. Por eso, debemos reconocernos pecadores, pero no sumiéndonos en sentimientos negativos de culpa, sino confiando en la misericordia infinita de Dios. Cuando el apóstol Pablo nos dice en la segunda lectura (Romanos 5, 12-19), que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia de la misericordia de Dios en virtud de la salvación obrada por Jesucristo, nos invita a reconocer no sólo nuestra realidad de pecadores, sino también su amor infinito, dispuesto siempre a perdonarnos.

Démosle un sentido auténtico a la Cuaresma, revisando nuestra vida con un sincero examen de conciencia y convirtiéndonos, es decir, reorientando nuestra existencia según la voluntad de Dios, implorando su misericordia con la intención de ser también nosotros compasivos con los demás, y pidiendo la fuerza de su Espíritu para vencer todo lo que amenace con apartarnos del plan de Dios, tal como Jesús mismo nos enseñó a pedir en el Padre Nuestro: no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Y esta petición final se refiere primordialmente al maligno, que personifica todo cuanto se opone a la voluntad de Dios, que es voluntad de Amor porque Él mismo es Amor (1ª Juan 4, 8.16).

Preguntas para la reflexión:

  1. ¿En qué formas considero que puede estar presentándose hoy la tentación original del ser humano?
  2. ¿Cómo creo que se puede estar dando hoy, la falsa expectativa acerca de Jesús como el Mesías?
  3. ¿Qué sentimientos ha suscitado en mí la lectura meditada de este Evangelio?
  4. ¿Qué pensamientos ha hecho surgir en mí el relato de las tentaciones de Jesús?
  5. ¿A qué acciones concretas percibo que Dios Amor me invita a partir de este relato, para contribuir efectivamente a que su Reino -el poder del Amor- se realice en mi vida y a mi alrededor?
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