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Febrero 27: Juzgar a los demás

Lucas 6:39-45, domingo, febrero 27 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ  Una de las expresiones de la capacidad intelectual humana es emitir juicios. Lo hacemos a diario para afirmar la manera como vemos la realidad. Pero hay un tipo de juicio más complejo cuando los juicios son de valor; es decir, cuando dan por cierta una apreciación subjetiva. Cuando decimos: “Es de día” apenas hacemos un juicio de hecho pero cuando decimos: “Es un día hermoso” o por el contrario “es un día horrible” ya estamos haciendo un juicio de valor. El Evangelio de hoy no nos dice nada respecto a juicios de hecho pero nos advierte acerca de nuestros juicios de valor que son ordinariamente los que nos comprometen existencialmente; es decir, determinan nuestra forma libre de actuar. Creamos realidad con nuestros juicios de valor como Yahvéh en la creación cuando dice en el Génesis que juzgó que todo era muy bueno (hermoso). Cuando decimos a alguien: eres mi amigo (o eres mi enemigo) estamos creando una nueva realidad, así sea subjetiva, pero terminamos obrando en consecuencia con dicho juicio. Razón tenía Santiago para afirmar: “N ing ún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento; está llena de veneno mortífero. Con ella bendecimos al Se ñor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios” (Sant 3:8-9).
Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras y el Evangelio de hoy nos presenta una imagen vívida y casi cómica de la manera como nos vemos y como vemos a los demás. La paja en el ojo ajeno y la viga en el propio son de una desproporción humorística. Esta exageración tiene un valor pedagógico pues hace que la recordemos más fácilmente. Nos invita a revisar la propia visión para evitar ser ciegos guiando a otros ciegos. Si los maestros tienen su visión sesgada, como serían los fariseos que eran ordinariamente los maestros de entonces, el alumno fácilmente asume igual sesgo. Hoy la pedagogía invita al alumno a superar a su maestro hasta el punto de hacerlo innecesario. El mismo Jesús, reconociendo sus limitaciones humanas, espera que sus discípulos hagan obras aún mayores [1]. “ En verdad, en verdad os digo: el que crea en m í, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún” (Jn 14:12). La caricatura de la paja o mota en el ojo ajeno y la viga en el propio, nos advierte de la prudencia necesaria en los juicios de valor sobre los demás. ¿Vemos lo suficientemente claro para criticar a otros? Mateo nos da en su Evangelio unos criterios para lo que se ha llamado la “corrección fraterna” en donde deben tomarse medidas sobre lo que se dice, a quién se dice y cómo se dice. Para algunos psicólogos es necesario sospechar del propio juicio condensado en una frase de advertencia: “quien descubre falta ajena confiesa la propia”. Primero que el juicio sobre el otro está la acogida, que es lo que Jesús nos muestra en el Evangelio. Acoge enfermos y pecadores; incluso evita juzgar a la mujer sorprendida en flagrante adulterio. Nos invita a una actitud creativa. El sabio chino Confucio decía, 500 años antes de Jesús, que “el hombre justo, cuando ve una cualidad en los demás, la imita; cuando ve un defecto en los demás, lo corrige en sí mismo ”. La paja y la viga pueden bien ser una imagen de lo que la psicología y la psiquiatría llaman la “proyección”, que se presenta cuando la persona sabe que hay algo malo en sí mismo y trata de evitarlo acusando a otro de tenerlo. En lenguaje del refranero popular: “Cree el ladrón que todos son de su condición” . En el judaísmo y el cristianismo se invita, por el contrario, a que sea la persona misma quien confiese su falta. Así dice el libro de los Proverbios: “ El que encubre sus pecados no prosperar á, pero el que los confiesa y los abandona hallará misericordia” (Prov 28:13). Lógicamente no se refiere a prosperidad económica la cual, a menudo, encubre la mentira. En la fiesta del Yom-kippur o perdón nacional, todo el pueblo confesaba sus faltas.
En tiempos de Jesús el “gran inquisidor” era el código extraído de la Toráh. Se habían desglosado 613 mandatos (248 positivos “haz” y 365 negativos “no hagas”) que terminaban oscureciendo el mandato principal de tratar con misericordia a la viuda, el huérfano y el extranjero. Las normas para el culto eran excesivas y terminaban en el ritualismo, por lo cual Jesús recoge la crítica de los profetas para expresar: “ Id, pues, a aprender qu é significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9:13). Había una tendencia a hacer a Israel cada vez más santo, a costa de separarlo de las otras naciones e incluso de marginar a muchos judíos que no cumplirían normas de santidad. Israel utilizaba una lupa para ver lo condenable entre los gentiles sin percatarse de sus propias fallas. La expresión: “Un cordero entre setenta lobos” era la auto-definición que daba Israel de sí mismo. Pero ni Israel fue siempre tan cordero ni los extranjeros fueron siempre tan lobos. Como expresaba santa Teresa de Lisieux: “La caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades”. En otra recomendación sobre la manera de afrontar las dificultades diarias, expresaba: “D ios, quien nos ama tanto, está suficientemente preocupado con habernos dejado en esta tierra para soportar nuestro tiempo de prueba, sin que tengamos que estar continuamente apresurándonos a decirle que no somos felices acá. Debemos comportarnos como si no nos diéramos cuenta”.
Quizás lo dicho sobre la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio pueda aplicarse igualmente a los creyentes como grupo o como iglesia. A veces se embarcan en discusiones bizantinas sobre detalles sin mayor transcendencia dejando de lado los grandes temas del Evangelio. El amor propio puede desfigurar la verdad. Las más pequeñas faltas del otro se ven aumentadas, las mayores faltas propias se ven disminuidas. La “corrección fraterna” y la ayuda a otro con el propio juicio de valor exige renunciar a tenerse por justo y a querer imponerse. En algunas fórmulas de absolución del penitente en la iglesia oriental (ortodoxa) el confesor empieza confesando: “Yo, que soy tan pecador como tú, ruego a Dios para que te absuelva…”. También el Evangelio nos advierte de evitar la hipocresía (literalmente encarnar un actor de teatro) cuando se pretende con severidad corregir al mal en el otro sin solidarizarse con él en superar su defecto. En el Evangelio el criterio no es la propia conciencia ni la conciencia del otro sino que el criterio es el reinado de Dios. Algo que compromete a quien corrige y a quien es corregido. Toca a los dos empeñarse en un esfuerzo común. El que pretenda juzgar a otro no se puede tomar a sí mismo como referente, sino algo externo a los dos, como es Jesús y su predicación. Actitud que no resulta siempre fácil, pues la tendencia natural es a hacerse uno mismo el referente. El Evangelio de Mateo asume en el tema del juzgar una posición extrema: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mt 7:1), prácticamente imposible en la vida diaria. Si creemos en un Dios atento a las necesidades de los demás, para ejercer la misericordia, no es posible una espiritualidad de “ojos cerrados” que no ve más que su propio interior. Por el contrario la espiritualidad cristiana es de “ojos abiertos” de responsabilidad frente a los demás. El creyente no puede cerrar los ojos al mal ni a las injusticias y juzgarlas; pero le toca luchar contra ellas sin responder con otro mal o con violencia. “ No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12:21). Algo que poco se ha aplicado en la historia de la humanidad que ha buscado acabar con la violencia con más violencia. El llamado básico de Jesús es a la conversión, programa de vida que atañe a todos, incluidos los discípulos. Es el proyecto en el que cabe tanto quien corrige como quien es corregido; abarca la paja y la viga.
 
[1] Por ejemplo, llevar el Evangelio a tierras lejanas.

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