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Febrero 6: Condiciones personales del evangelizador y contenido de su anuncio

Tiempo Ordinario – domingo V C
(6-febrero-2022)
Por: Jorge Humberto Peláez, SJ
jpelaez@javeriana.edu.co  Lecturas:

Profeta Isaías 6, 1-2ª. 3-8
I Carta de san Pablo a los Corintios 15, 1-11
Lucas 5, 1-11

La principal responsabilidad que tiene la Iglesia es el anuncio de la buena noticia del Señor resucitado. Es la tarea que le confió Jesucristo antes de su regreso glorioso junto al Padre. Cada uno de los bautizados asumimos esta tarea, que debemos llevar a cabo dentro de nuestra área de influencia: la familia, el círculo social en que nos movemos, el trabajo.
La liturgia de este domingo nos ofrece unas indicaciones muy pertinentes sobre lo que significa este llamado a la evangelización:

El texto del profeta Isaías nos invita a profundizar en las condiciones personales del evangelizador.
El apóstol Pablo, en la I Carta a los Corintios, nos presenta el contenido fundamental de este anuncio.

Vayamos, pues, al texto del profeta Isaías, quien nos comparte una visión que ha tenido. En este texto trata de expresar lo inexpresable. Ha quedado sobrecogido por una experiencia de la gloria de Dios, que excede la capacidad de comprensión del ser humano. Sus palabras son un tímido testimonio de lo que ha vivido: “El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Junto a Él estaban los serafines…”. La escenografía que nos dibuja el profeta es impactante.
El profeta vive una especie de shock pues estaba frente a algo que superaba su capacidad de comprensión. En medio de esa escena vio cómo “uno de los seres de fuego voló hacia mí con un tizón en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; lo aplicó en mi boca y me dijo: Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa”.
El dramatismo de esta escena nos comunica un mensaje muy profundo: aquel que proclama la Palabra de Dios y explica su sentido a la comunidad debe purificarse interiormente. Esa es la razón por la cual, en la celebración de la eucaristía, el que vaya a proclamar el Evangelio, sea diácono o sacerdote, dice la siguiente oración: “Purifica, Señor, mi corazón y mis labios, para que digna y competentemente anuncie tu santo Evangelio”.
Somos instrumentos al servicio de la Palabra de Dios. Ante todo, debemos purificar nuestro corazón y nuestros labios. ¿Qué más debemos hacer? También debemos prepararnos para poder explicar el significado de esta Palabra. De ahí la importancia de una adecuada formación teológica y bíblica de los predicadores y catequistas. Es una irresponsabilidad presentarse delante de la comunidad sin haber preparado cuidadosamente la explicación que vamos a dar. Finalmente, hay que conocer las herramientas pedagógicas y de comunicación para que esta explicación de la Palabra de Dios sea comprendida y asimilada por quienes la escuchan.
En síntesis, los anunciadores del Evangelio debemos prepararnos espiritualmente, académicamente y pedagógicamente. Sólo así podremos cumplir la misión que se nos ha confiado.
En este texto del profeta Isaías hemos reflexionado sobre las condiciones personales del evangelizador. Avancemos en nuestra meditación y exploremos el texto de san Pablo en su I Carta a los Corintios. Allí nos ofrece una síntesis maravillosa de lo que constituye la esencia de la predicación de la Iglesia. La misión consiste en dar a conocer la Persona del Señor resucitado. Muchos predicadores no han entendido algo tan básico y desarrollan sus homilías y catequesis alrededor de temas jurídicos, morales o socio-políticos. Por interesantes que sean esos comentarios, distraen del objetivo primordial, que es dar a conocer la Persona del Señor resucitado y su mensaje.
Hay una frase de san Pablo que fácilmente pasa desapercibida, y que tiene una enorme importancia: “Yo les transmití en primer lugar, lo que también yo recibí…”. Lo que la Iglesia viene enseñando desde hace dos mil años es la experiencia vivida por los Apóstoles sobre el Señor resucitado y consignada en el Nuevo Testamento. Su testimonio sobre el Resucitado es el fundamento sobre el cual se levanta todo el edificio de la Iglesia.
Este texto de la I Carta a los Corintios contiene el núcleo del kerigma o anuncio central de la Iglesia Apostólica y que sigue resonando hasta el final de los tiempos.
En nuestra época ha tomado mucha fuerza una espiritualidad ligera o fácil que desvirtúa la esencia del mensaje evangélico. Estas corrientes ligeras de espiritualidad presentan la persona de Jesús como un líder social, un inconforme, un poeta… Aunque se trata de rasgos verdaderos de la riquísima personalidad de Jesús, de ninguna manera lo expresan de manera integral. Si queremos hablar de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, tenemos que proclamar el misterio de la encarnación y del nacimiento, explicar sus parábolas y hablar de sus milagros, y explicar el drama de la pasión y muerte, y proclamar su resurrección de entre los muertos. No podemos hacer anuncios parciales como si se tratase de una estrategia de mercadeo para vender mejor el producto.
Todos nosotros, como bautizados, hemos recibido la misión de anunciar la buena nueva de Jesús. Y esta retadora tarea exige preparación. Meditando el texto del profeta Isaías, hemos visto que la preparación del anunciador empieza por una profunda purificación interior; además es necesario estudiar la Palabra desde el punto de vista teológico y exegético pues no podemos hablar de lo que no sabemos; igualmente, debemos buscar la manera pedagógica de transmitir esos acontecimientos de la historia de salvación. El texto del apóstol Pablo en su I Carta a los Corintios nos delimita, con precisión teológica, el alcance de este anuncio, que tiene como foco el Señor resucitado tal como lo hemos recibido por el testimonio de los Apóstoles a través de la Tradición de la Iglesia.

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