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Febrero 6: “Rema mar adentro”

V Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C – febrero 6 de 2022 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echen las redes para pescar”. Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron a ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron” (Lucas 5, 1-11).
La invitación que le hace Jesús a Simón el pescador –el mismo a quien llamó “Pedro” (Piedra) para significar la misión que le confiaría de ser fundamento de su Iglesia y conducirla como a una barca siendo su máximo representante en la tierra–, podemos escucharla como dirigida también a nosotros. Las palabras “Rema mar adentro”, más allá de su significado inmediato de ir a buscar la pesca en altamar, donde se puede encontrar abundante, quieren decir justamente “ve más allá”, no te quedes aquí estancado, busca nuevos horizontes y ábrete a la aventura de la fe.
 
1. “Por tu palabra echaré las redes”
Un gran poder de atracción debió de ejercer Jesús entre la gente que “se agolpaba alrededor de Él para oír la Palabra de Dios” a orillas del lago de Genesaret o Tiberíades, también llamado “Mar de Galilea” por su extensión y profundidad. Y así como lo hizo con quienes habían bregado toda la noche sin resultados positivos y gracias a la energía que les infundió pudieron ver premiados sus esfuerzos, Jesús nos exhorta a no desanimarnos y confiar en su poder.
Este de “la pesca milagrosa” es un relato de vocación. En él se concreta el contenido del llamamiento de Jesús a sus primeros cuatro discípulos: Simón, su hermano Andrés (que no es nombrado aquí, pero podemos deducirlo por el contexto: echen las redes para pescar), y otros dos, también hermanos, Santiago y Juan, los “socios de la otra barca” que ayudaron a Simón y Andrés a recoger la pesca abundante.
 
2. “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”
En la primera lectura, el profeta Isaías (6, 1-8), quien vivió en el siglo octavo A.C., describe su propia vocación y cabe destacar en su relato la actitud humilde de quien se reconoce pecador, indigno de ser escogido por Él para ser su “profeta”, es decir, para hablar en su nombre. La actitud de Simón Pedro en el pasaje del Evangelio es similar, pero su experiencia vocacional no acontece en el Templo de Jerusalén como en el caso de Isaías, sino en el lago donde realiza su trabajo como pescador.
También a nosotros se nos ofrece la posibilidad de vivir la experiencia del Dios hecho hombre en Jesús, quien, a pesar de nuestra condición de pecadores, que reconocemos al comenzar la celebración eucarística, y precisamente para liberarnos del pecado, se nos comunica tanto con sus enseñanzas como con su vida entregada y resucitada que se nos da en alimento. Esto puede acontecer no sólo cuando nos reunimos en un lugar de culto; también en nuestra actividad cotidiana podemos experimentar la presencia y la acción salvadora del Señor, cuando, en medio de las dificultades que nos toca afrontar para lograr lo que nos proponemos, nos muestra que es posible obtener resultados positivos si confiamos en Él.
 
3. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron 
Los Evangelios nos cuentan de distintas formas cómo los primeros discípulos fueron atraídos de tal manera por la personalidad de Jesús, que lo siguieron “dejándolo todo”. La invitación que le hizo Jesús a Simón Pedro en el sentido de ser “pescador de hombres” es especialmente significativa por lo que implica esta forma simbólica de expresar la misión que les iba a dar a quienes serían sus apóstoles, es decir, sus enviados. La imagen de la red repleta de peces es símbolo del reino de Dios, es decir, del poder del Amor que, a través del esfuerzo paciente de quienes siguen de verdad a Jesús, hace posible que crezca y se desarrolle la Iglesia, que es la comunidad convocada por Dios Padre alrededor de su Hijo Jesucristo y asistida por el Espíritu Santo.
En la segunda lectura (1ª Corintios (15, 1-11), Pablo reconoce que Dios fue y sigue siendo compasivo con él, a pesar de su condición de pecador: “por la gracia de Dios soy lo que soy”. También él, que no había conocido a Jesús antes de su muerte en la cruz, pero tuvo una experiencia del Señor resucitado que lo llevó a convertirse pasando de ser perseguidor de los cristianos a propagador de la fe en Jesucristo, sería, como Pedro y sus compañeros, llamado a ser pescador de hombres.
Jesús asimismo nos llama y nos envía, a cada uno y cada una con una vocación y una misión específicas, para colaborar con él en la tarea de motivar a todas las personas que podamos, con nuestro testimonio de vida, para construir juntos un mundo nuevo, la nueva civilización del amor, cada cual poniendo todo cuanto esté de su parte, “remando mar adentro”. Para ello, confiando plenamente en Él y acogiéndonos al amparo de María, cuyo nombre precisamente significa “Estrella del Mar”, dispongámonos a dejar nuestras “redes”, desenredándonos de todo cuanto nos impide seguir de lleno a Jesús, y a emplear las suyas, que son las redes del amor misericordioso, poniendo en práctica lo que dice una canción que suele cantarse en las celebraciones eucarísticas: “Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre. En la arena he dejado mi barca, junto a Ti buscaré otro mar”.

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