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Julio 17: “Una sola cosa es necesaria”

XVI Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C – Julio 17 de 2022 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ Cuando iban de camino hacia Jerusalén, llegó el Señor a un pueblo, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María. María se sentó a los pies del Señor a escuchar su enseñanza. Marta, en cambio, andaba ocupada en el trajín del servicio, hasta que se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, mi hermana me dejó sirviendo sola. Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, tú te afanas y preocupas por demasiadas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará.
 
1. Dos formas distintas de atención al Señor
El pueblo cercano a Jerusalén al que se refiere Lucas sin nombrarlo es Betania -mencionado en el Evangelio de Juan-, donde vivían Lázaro, Marta y María, tres hermanos que tenían una gran amistad con Jesús. Lucas dice que Marta lo recibió en su casa, lo cual parece indicar, por una parte, que ella era quien manejaba los asuntos domésticos, y, por otra, que el huésped principal era Jesús, aunque no el único, pues el evangelista menciona que los apóstoles iban de camino con Él hacia Jerusalén. De Lázaro no se dice nada en esta ocasión. Cada una de las dos hermanas atiende al invitado de distinto modo. Marta preparándole algo de comer, y María escuchándolo. Son dos formas de ejercer la hospitalidad, pues así como hay que ofrecerles algo a los visitantes, también es preciso conversar con ellos. Sin embargo, según el Evangelio, una de estas formas de atención es la “única necesaria”. ¿Qué nos quiere decir con esto la Palabra de Dios?
Se suele interpretar este pasaje del Evangelio en el sentido de una contraposición entre la vida contemplativa -representada en María- y la vida activa -representada en Marta-, para concluir que la primera es más valiosa que la segunda. Sin embargo, en lugar de oponerlas, podemos más bien considerarlas como complementarias. Existen distintas formas de servir al Señor, unas caracterizadas por la dedicación intensiva a la oración, que son las propias por ejemplo de las comunidades religiosas llamadas de “vida contemplativa”, y otras dedicadas al trabajo en distintos frentes de la acción pastoral, educativa o social, que es el que realizan las comunidades de “vida activa” y también el que corresponde a variadas modalidades del apostolado laical, incluso en el ejercicio de una profesión o un oficio. Ambas formas de servir a Dios son valiosas, pero en todas es necesario escuchar con atención la Palabra del Señor como condición indispensable de un servicio cualificado.
 
2. No desperdiciar la presencia del Señor
La primera lectura bíblica de este domingo (Génesis 18,1-10a) cuenta cómo Abraham recibió a tres visitantes y se puso a atenderlos con la colaboración de su esposa Sara. Dios mismo les manifestó su presencia a través de aquellos visitantes para anunciarles que tendrían un hijo -el cual sería Isaac-. Abraham no desperdicia la presencia de Dios que se manifiesta trinitariamente.
Como les sucedió en Mambré a Abraham y Sara, y en Betania a Marta y María, el Señor se hace presente en nuestra vida cotidiana de muchas formas. Por ello es necesaria una disposición constante a no dejarlo pasar de largo, a aprovechar al máximo su cercanía. Esta cercanía de Dios para nosotros es precisamente la de Jesús, que como dice san Pablo en la segunda lectura (Colosenses 1,24-28), “está entre ustedes y es la esperanza de la gloria que tendrán”. Él ha querido dejarnos su presencia real en la Eucaristía de modo que podemos encontrarlo en el Sagrario y disponernos a escucharlo en un ambiente de silencio interior. También está por su Espíritu presente en cada uno de nosotros, por lo que asimismo podemos escucharlo en lugares y momentos propicios. Y asimismo se nos hace presente en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados de atención. ¿Qué hacer para no desperdiciar su presencia?
 
3. “Sólo una cosa es necesaria…”
El ajetreo de las preocupaciones materiales puede impedirnos atender a lo que nos quiere decir el Señor, dejándonos envolver por el activismo, sin encontrar tiempo para escuchar la Palabra de Dios. El atafago cotidiano, sobre todo cuando nos dejamos llevar de la adicción al trabajo sin descanso, nos puede llevar a carecer de espacios de silencio interior para disfrutar de una buena lectura -y ante todo de la lectura de la Palabra de Dios-, para meditar sobre el sentido de lo que hacemos, o para atender a lo que el Señor quiere decirnos a través de quienes conviven con nosotros bajo el mismo techo o laboran en nuestros mismos lugares de trabajo, o para detenernos a contemplar las maravillas de su creación, o para reflexionar sobre los acontecimientos mismos de nuestra vida cotidiana en los cuales puede estar presente un llamado especial de Dios.
Pensemos por ejemplo en la familia: esposos enfrascados en sus ocupaciones, que no buscan espacios para escucharse mutuamente; padres y madres que trabajan para darles bienestar material a sus hijos, pero no ponen atención a sus necesidades afectivas e incluso se pierden de lo que podrían aprender de ellos y de las oportunidades que tendrían de ayudarles si dedicaran por lo menos algo de su tiempo a escucharlos. O pensemos también en empresas u organizaciones en las que lo único importante es trabajar, trabajar y trabajar para producir, producir y producir, sin que haya espacios para la atención a las necesidades emocionales y espirituales de las personas, para propiciar el diálogo y la re-creación (así, separado, para expresar que se trata de una renovación del espíritu, de una nueva creación).
Revisemos cómo estamos procediendo y dispongámonos a poner en práctica los correctivos requeridos para actuar en función de la verdadera prioridad, que en definitiva es lo “único necesario”: abrir espacios en nuestra vida para escuchar a Dios en el silencio interior de la oración personal y en lo que pueden o necesitan decirnos las personas con quienes convivimos y trabajamos. Todo lo demás vendrá por añadidura. Así sea.

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