Tiempo ordinario – domingo XVI B
(18-julio-2021) Por: Jorge Humberto Peláez, SJ
jpelaez@javeriana.edu.co Lecturas:
Libro de Jeremías 23, 1-6
Carta de san Pablo a los Efesios 2, 13-18
Marcos 6, 30-34
Uno de los aprendizajes más importantes que nos deja esta pandemia es la convicción de que solos no podemos vivir y es necesario fortalecer los vínculos de solidaridad entre los seres humanos. Hay que dibujar un nuevo mapa de las relaciones sociales.
Cada uno de nosotros puede expresar, con sus propias palabras, este descubrimiento a partir de las experiencias vividas durante estos largos meses de incertidumbre. Una forma de describir esta realidad es a través de la expresión ética del cuidado: Yo me cuido, tú te cuidas, todos nos cuidamos… Esta interminable pesadilla de la COVID-19 nos obliga a romper los muros del individualismo y construir puentes de encuentro y solidaridad.
Las lecturas de este domingo nos ofrecen elementos muy ricos para identificar estos cambios profundos que debemos introducir en nuestro modo de vida. Hay un oficio que no es suficientemente valorado por la sociedad. Se trata de los cuidadores, que son aquellas personas que están pendientes de los niños, acompañan a las personas enfermas y ancianas. Esta palabra, que no había sido muy valorada, ha adquirido, en los últimos años, una profundidad y una riqueza extraordinarias.
En su encíclica Laudato si sobre el Cuidado de la Casa Común, el papa Francisco nos hace caer en la cuenta del caos socio-ambiental que estamos causando los seres humanos y cómo debemos convertirnos en administradores prudentes de nuestro planeta. Este rol de cuidadores del medio ambiente exige cambios muy hondos en el modo de vida. No podemos seguir este camino que nos lleva al abismo.
Los invito a escuchar atentamente las lecturas de este domingo que nos muestran cómo Jesús cuidaba de sus discípulos y cómo el buen pastor se hace cargo de sus ovejas. Esto nos motivará a trabajar, con renovado entusiasmo, en la construcción de vínculos de solidaridad y cercanía con las personas que nos rodean.
Empecemos por el relato del evangelista Marcos. Vemos a Jesús que está acompañado de sus discípulos, después de que ellos regresaron de su primera experiencia evangelizadora. Leemos en el Evangelio de Marcos: “Cuando los apóstoles regresaron de su misión y se reunieron con Jesús, le comentaron todo lo que habían hecho y enseñado. Entonces les dijo: Vengan ahora ustedes a un lugar solitario y despoblado y descansen un poco”.
Jesús conoce en profundidad a cada uno de sus discípulos: sus ideas, sentimientos, temores, expectativas. Como sabio pedagogo, entiende que ellos necesitan compartir sus experiencias para decantarlas. Jesús cuida de ellos, los acompaña en su proceso de maduración en la fe y como evangelizadores en formación.
Un auténtico trabajo en equipo exige prestar atención a las necesidades de cada uno de los miembros. No basta con que un equipo funcione con eficiencia. Si estamos hablando de la labor evangelizadora de la Iglesia, necesitamos crear auténticas comunidades con sólidos vínculos espirituales y afectivos. Jesús nos da un hermoso ejemplo como cuidador de sus discípulos.
Esta escena tan apacible e íntima de Jesús con sus discípulos después de atender una extenuante agenda apostólica, se refuerza con el segundo tema bíblico que aparece en las lecturas de este domingo. Se trata de la figura del buen pastor. Es el mismo contenido del rol de cuidador, pero expresado en esta imagen campesina.
El Salmo 22 describe al Buen Pastor: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”.
Si hacemos una rápida revisión de nuestra historia personal, identificamos que todos hemos vivido, con mayor o menor intensidad, las dos experiencias: momentos amables y cañadas oscuras, pero siempre acompañados por Jesús, buen pastor.
El texto del profeta Jeremías que acabamos de escuchar hace una dura crítica contra los pastores que han sido infieles en su tarea y no han cuidado a sus ovejas: “¡Ay de los pastores que dejan que se pierdan y dispersen las ovejas de mi rebaño!”.
Estas dos imágenes que nos ofrecen las lecturas de este domingo (la imagen de Jesús que cuida de sus discípulos y la imagen de pastor que cuida sus ovejas), nos invitan a hacer una revisión de la calidad de nuestras relaciones: ¿Están ellas impregnadas de empatía, solidaridad y preocupación por el bienestar de los otros? ¿O son simples relaciones funcionales y ¡sálvese quien pueda!?
Hay familias que carecen del calor del hogar. Son simples cobertizos donde se duerme, se sirven unos alimentos y se lava la ropa. ¡Nada más!
Con tristeza vemos cómo las relaciones de los feligreses con los sacerdotes, con frecuencia se reducen a la prestación de unos servicios: bautismo, confirmación, primera comunión, exequias. Pero faltan el amor y la solidaridad que caracterizaban a las primeras comunidades cristianas.
Hay jefes que solamente están interesados en los indicadores de productividad de sus empleados y el cumplimiento de unas metas establecidas en el presupuesto anual. No les interesa el factor humano.
La destrucción sistemática de nuestro planeta y la pandemia de la COVID-19 han activado todas las alarmas y nos han abierto los ojos: tenemos que tejer fuertes vínculos de solidaridad, solos no podemos salir adelante. Debemos asumir nuestro rol como cuidadores de la naturaleza y cuidadores los unos de los otros. Tenemos que rediseñar el mapa de las relaciones con nuestros hermanos, con la naturaleza y con Dios. No queda otro camino.