Marcos 6:30-34, domingo, julio 18 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ Los creyentes, buscando respuestas a sus necesidades y preguntas, indagan la vida de Jesús, los detalles que se conserven en la memoria, las tradiciones que circulen de boca en boca, la más mínima insinuación para asumir actitudes en consonancia. Pensar que en vida pública, que dura según Juan tres años y según los sinópticos un año, hicieran los apóstoles incursiones para volver a contar a Jesús lo que habían hecho y enseñado, es poco probable. Máxime cuando la esencia de la predicación (el kerigma, en sentido técnico) incluye la experiencia pascual que aún no se habría dado. Sin embargo, al hacerlo luego de la resurrección quieren mostrar que su ministerio está en consonancia con la vida pública de Jesús, que no es un encargo que se hayan dado a sí mismos. Todos los evangelios se recogen luego de la resurrección, por lo cual a menudo no responden a un esquema temporal. Desde el punto de vista histórico están en bastante desorden. En el evangelio de hoy se habla de retirarse a un lugar desierto, con todo el sentido simbólico que el desierto tiene en el judaísmo. El desierto es el lugar del encuentro con Yahvéh pero también el lugar de las tentaciones. Retirarse a un desierto también puede significar un lugar solitario, aislado, abandonado, vacío. Los monjes se retiraban al desierto buscando la propia perfección. El sentido de descansar del evangelio de hoy es bastante improbable, pues no se encuentra su uso en el griego clásico. Marcos más bien parece aludir al sábado o día de descanso para todos (incluyendo los animales) con lo cual enfatizaría el origen judío de Jesús y de sus seguidores.
En los evangelios, Jesús aparece en el desierto en varias ocasiones como en las tentaciones y cuando busca huir de las multitudes, algo que no consigue. Las multitudes lo siguen como un taumaturgo pero él lo que quiere es que lo sigan en la pasión, en el sufrimiento por los demás. De hecho en el evangelio de hoy las multitudes lo siguen y de nuevo Jesús se compadece (se le hinchan las entrañas) y las califica con el término acuñado por Ezequiel criticando a los líderes civiles y religiosos, como “ovejas sin pastor”. El buen pastor no solamente protege las ovejas sino que las lleva a verdes pastos y frescas aguas. La imagen del pastor será desarrollada con mayores implicaciones en el evangelio de Juan donde Jesús no tiene empacho en identificarse con la puerta, con el redil y dar la vida por las ovejas.
El desierto es el lugar en donde los judíos encuentran el maná que prefigura la distribución de panes y peces a judíos que sigue a la compasión que siente Jesús. Igualmente Juan elabora todo su discurso del pan de vida alrededor de la imagen del maná y el contraste entre Moisés, el Padre y Jesús. Se narra otra repartición a los gentiles. Jesús se retira con sus apóstoles; un término que utiliza Marcos en lugar de “los doce” que es más propio de Lucas. Apóstol significa enviado y en consonancia con este sentido habrían sido enviados a hacer y predicar. Marcos utiliza apóstol más que discípulo quizás para evitar que se confundan con los discípulos de Juan el Bautista que cumplirían una función diferente.
En los esfuerzos que se hicieron en el pasado para armonizar los evangelios, comparando uno con otro, se estableció que, según Lucas, Jesús se retira con los apóstoles a la ciudad de Betsaida, a un paraje deshabitado. Esto significaría salir del territorio de Herodes Antipas, algo que daría sentido al temor que pudo surgir tras la muerte del Bautista. Pero el plan queda frustrado por la multitud que atraviesa el Jordán (nunca ha sido un rio grande). La barca habría partido de Cafarnaún. El desierto ha tenido un valor simbólico como retiro del mundo, lugar de interiorización, de reflexión en los escritos de espiritualidad y de mística que han buscado a Dios en el interior de sí mismo. Esto, llevado al extremo, tiene el riesgo de promover una espiritualidad más platónica que evangélica. El evangelio exige que a Dios se le encuentre en el otro, especialmente en el necesitado. La mística judía es bien distinta, en este sentido, a la mística griega. Cuando el emperador Carlos V, decepcionado del mundo político, se retira al monasterio de Yuste, al agustino fray Luis de León escribe los conocidos versos: “¡Qué descansada vida/ la del que huye del mundanal ruido,/ y sigue la escondida senda, por donde han ido/ los pocos sabios que en mundo han sido!”, exaltando una sabiduría que se conseguiría huyendo del mundo. Pero el compromiso del cristiano no es huir del mundo sino transfigurarlo, que es algo más que transformarlo o redimirlo: resucitarlo. Como bien lo escribe el apóstol Pablo la resurrección ha de llegar a toda la creación. Éste es un trabajo más importante que meramente laborar que es la idea del hombre surgida con la industrialización. Algo que para muchos ha terminado en trabajar para vivir y vivir para trabajar. En tal caso vale la pena “retirarse” temporalmente para buscar sentido para la propia vida. El monacato temporal del budismo predica la necesidad de pasar una temporada viviendo como monje para dar sentido a la vida. La integración de lo sagrado y lo secular en la misma persona (en occidente suelen ir separadas ambas vidas) es una necesidad para una personalidad madura. Como en la imagen evangélica de Marta (la acción) y María (la contemplación) podemos decir que una contemplación o una plegaria sin acción no difieren mucho de una anestesia, de una mera auto-superación poco interesada en los demás y por el contrario, muy interesada en sí mismo.
El cristianismo empieza como una desacralización de muchas cosas que se habían sacralizado en el judaísmo como los ritos del Templo, las comidas puras e impuras, la concepción de la enfermedad como castigo divino y otras más. Luego de Constantino muchas estructuras temporales, incluso el poder de los reyes, fueran nuevamente sacralizadas. La Edad Media dividirá las clases sociales en tres estratos casi que inamovibles: a) los orantes que comprendía clero y monasterios, dedicados a la oración; b) los bellantes (del latín bellum = guerra) que era la clase de los príncipes, caballeros, guerreros, dedicados a mantener y defender el sistema; y c) los laborantes (del latín laborare = tambalear) que eran los siervos de la gleba dedicados a trabajar para las dos clases anteriores. Los unos retirados en vida y toda la vida y otros que no tenían chance de retirarse a descansar o reflexionar y pensar. Un reflejo de la sociedad griega donde los ciudadanos se dedicaban al ágora (política y demás debates) mientras los esclavos trabajaban para ellos. Dice Aristóteles en su obra La Política, que en Atenas había diez esclavos por cada ciudadano. Una religión que sólo sirva para la salvación del alma y se mueva en la esfera de lo sublime, de lo divino, deja la conciencia libre para la explotación de los pobres, de los recursos naturales, de otros pueblos y culturas. El evangelio predica algo diferente y aún en el retiro con sus apóstoles se conmueve Jesús con las multitudes. Como expresa el papa Francisco en su exhortación sobre la santidad (Gaudete et exsultate): “Algunos, por prejuicios espiritualistas, creen que la oración debería ser una pura contemplación de Dios, sin distracciones, como si los nombres y los rostros de los hermanos fueran una perturbación a evitar” (# 154). En el judaísmo, donde a Yahvéh no se le podía ver, quien buscara su rostro debía desviar su mirada a la viuda, el huérfano y el extranjero. En el evangelio es todavía más claro y el juicio lo harán los que tuvieron hambre y recibieron de comer, los que tuvieron sed y recibieron de beber. La historia nos confirma que la religión puede inspirar lo más sublime pero también lo más bajo del ser humano y que ha sido responsable de las manifestaciones más heroicas, pero también más terribles de la humanidad. El evangelio nos invita a sacar lo mejor de cada uno y de la sociedad, siempre en bien de los demás.