Lucas 12:13-21, domingo, julio 31 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ Las parábolas de Jesús parecen muy sencillas tomadas a la letra. Sin embargo han sido interpretadas de muy diferentes maneras, algo que se remonta a la iglesia primitiva cuando se las interpretó como alegorías[1]. Las parábolas ya eran comunes en la literatura de la época de Jesús y lo novedoso es que ahora aluden al reinado de Dios que despunta. Así, capturan la atención del oyente y lo enfrentan a un mensaje y a una respuesta con mayor efectividad que si se usara un lenguaje no poético. La respuesta a la parábola depende de la generosidad del corazón humano. En cierta forma más que interpretar nosotros la parábola, es ella la que interpreta nuestra vida. La mejor manera de llegar al sentido de la parábola es empezar con lo que no es. La parábola no es una alegoría. Tiene un solo punto de contacto. La parábola es una metáfora o comparación tomada de la naturaleza o de la vida diaria, que provoca en el oyente (hoy lector) una aplicación que active el pensamiento y la imaginación. Los detalles de la parábola no intentan tener un significado independiente. Hay un solo punto de parecido entre la historia y el significado de manera que los detalles son simples ayudas para hacer realista la historia y servir a la fuerza central de la parábola. La parábola derriba ideas generalizadas que actúan a la manera de los mitos. La parábola de hoy, del rico insensato, es un ataque a la autosuficiencia, el individualismo, el egocentrismo. La audiencia de Jesús pensaba básicamente que el judío correcto merecía su riqueza y viceversa: quien era rico era porque era correcto. Lo que se poseía era recompensa por el propio trabajo. Yahvéh, como Dios justo, recompensa la obediencia con posesiones materiales y castiga la desobediencia retirando las posesiones materiales[2].
La parábola de hoy es provocada por alguien de la muchedumbre que le pide a Jesús «di a mi hermano que parta conmigo la herencia». Pero Jesús rehúsa hacer de árbitro aunque la ley de Moisés le daría tal prerrogativa. « Él respondi ó: ¿Quién te ha puesto de jefe y juez sobre nosotros? ¿Acaso estás pensando en matarme como mataste al egipcio? Moisés, lleno de temor, se dijo: La cosa ciertamente se sabe» (Ex 2:14). Jesús rehúsa responder al reclamo auto-referencial de justicia yendo a la auto-referencialidad que produce el reclamo. Si el reclamo fuera justo, las leyes de herencia hubieran respondido al reclamante. El evangelio no nos invita tanto a reclamar nuestros propios derechos cuanto a defender los de los demás, incluso renunciando a los propios. Lo que la parábola trata de aclarar es que « no est á la vida en la hacienda,» algo que el soliloquio del rico insensato (no conversa sino consigo mismo) va a aclarar. Su pensamiento sigue el libreto familiar de alguien dominado por la riqueza: «T ienes muchos bienes almacenados para muchos a ños; descansa, come, regálate». Jesús se manifiesta en contra de quien acumula bienes adicionales y no comparte con los necesitados. Quien se sienta bendecido con sus bienes, debe ser bendición para los demás con sus riquezas en vez de acumular para sus propósitos egoístas. En ningún momento insinúa que la riqueza del rico insensato se deba a acciones deshonestas. El granjero alude a “lo mío” cuatro veces pero no es posible, en aquel tiempo, trabajar solo y conseguir tal cosecha. ¿Dónde están los otros? En el cristianismo, no reconocer la existencia de los otros es no reconocer la existencia de Dios. «Q uien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.» (1 Jn 4:20) La parábola pinta la figura de un hombre que no necesita a nadie. Puede proveerse por sí mismo por muchos años en adelante. No necesita de la seguridad ni del cariño de familiares ni amigos. No necesita de la comunidad ni de la seguridad del amor de Dios.
La ambición es la antítesis moral de la generosidad. La ambición ha anulado en este rico insensato toda la compasión que pudo en algún momento tener. No le queda más que maximizar sus propios placeres. Si suponemos que se trata de un judío[3], pudo practicar el mandato de dar limosna pero tal palabra había desaparecido de su vocabulario. Dice el libro de los Proverbios: « Quien se apiada del d ébil, presta a Yahveh, el cual le dará su recompensa» (Prov 19:17). Ser rico frente a Dios se expresa en generosidad hacia los necesitados. Podría decirse del rico insensato que en vez de poseer sus bienes era poseído por ellos. « Porque donde est é tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6:21). Para algunos comentaristas el punto de contacto de esta parábola es el tema de la muerte y las posesiones. Muy temprano en la Edad Media la parábola fue interpretada como una crítica simple y directa a la avaricia. Pero leída en el contexto del evangelio de Lucas, el énfasis recae en el cuidado del pobre. Cuando se confronta con textos sapienciales, el tema de la muerte no recibe atención ninguna. Durante la Reforma (Lutero, Erasmo, Calvino) leyeron la parábola como una advertencia contra la ambición y el lujo, con interesantes observaciones sobre la muerte y la ansiedad. A partir del siglo XIX se vuelve casi que exclusivamente al tema de la riqueza y la avaricia. De acuerdo con libros sapienciales como el Cohelet (Eclesiastés) la muerte es inevitable y el fin de nuestras posesiones. Siendo éstas regalos de Dios, nos toca disfrutarlas como algún modo de control antes de que las perdamos con la muerte. Dejarlas en herencia no entra en consideración. «E sta misma noche te pedir án el alma, y lo que has acumulado, ¿para quién será?». El Siracida (sabiduría de Ben Sirá) también entiende la muerte como incontrolable, pero no el fin del ser. La muerte implica cierto tipo de juicio y debemos entonces, antes de que sea tarde, disfrutar de las posesiones y ser generoso dando a Dios y al prójimo. Importan las limosnas tanto como los temas de herencias. En el libro de Enoc hay juicio luego de la muerte y el rico, que gozó de sus posesiones, es injusto y malvado por principio. No escapará el juicio y no recibirá recompensa luego de la muerte. Así leemos en Lázaro y el epulón: « Abraham le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.» (Lc 16:25)
Los textos sapienciales judíos, griegos y romanos se refieren a 6 posibles destinos de los bienes con vista a la muerte inexorable: disfrute, herencia, dar a Dios, generosidad, hospitalidad y limosnas. El rico insensato del evangelio de hoy no piensa en ninguna de ellas con coherencia; solo en el disfrute que termina no dando. No lo piensa más que para esta vida y desprecia su propia mortalidad. La parábola identifica la fragilidad y las incertidumbres de la vida que amenazan el control y sugiere que cualquier esfuerzo por asegurar el control con base en los bienes, es una empresa fútil. En las Escrituras se usan varios términos para designar la avaricia; ordinariamente están asociados a injusticias de los diferentes poderes (económico, político, religioso). El apóstol Pablo usa el término (pleonesia, ambición) para designar la tendencia de las pasiones humana por el tener, el poder y el valer. Señala algo que nunca se sacia y solamente la gracia le puede poner límites: si tienes comparte. El apóstol Pablo identifica la ambición como idolatría, como el dios Mamón.
[1] Fue el biblista alemán Adolf Jülicher quien desacreditó, con buenas razones, la lectura alegórica de las parábolas.
[2] Dice una leyenda musulmana que si pedimos bienes a Alláh (nombre musulmán para Dios) entonces Alláh nos quita los que tengamos.
[3] En la época de Jesús buena parte de la tierra estaba en manos de los romanos y de sus funcionarios.