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Julio 31: La verdadera riqueza

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C – Julio 31 de 2022 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ En aquel tiempo dijo uno del público a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparte conmigo la herencia”. Él le contestó: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?” Y dijo a la gente: “Miren: guárdense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y les propuso una parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha, y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: ‘Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?’. Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios” (Lucas 12, 13-21).
 
1. “Guárdense de toda clase de codicia”
Jesús no desaprovechaba las ocasiones que se le presentaban para invitar a sus interlocutores a orientar su vida en la onda del Reino de Dios. En esta ocasión, ante la solicitud que le hace “uno del público” pidiéndole que le ordene a su hermano repartir su herencia con él, lo invita no sólo a no tratar a Dios como un juez de quien esperamos fallos favorables a nuestros intereses materiales, sino también a descubrir lo que significa la verdadera riqueza. Y es precisamente éste el sentido de la parábola del granjero codicioso.
Este pasaje evangélico nos muestra una interesante consonancia con el texto bíblico de libro del Eclesiastés (en hebreo “Cohelet” –el Predicador–), del cual está tomada la primera lectura (Ecl. 1,2; 2,21-23: Vanidad de vanidades, todo es vanidad…), y plantea una reflexión sobre la codicia, que en definitiva tiene como resultado la avaricia, uno de los llamados “siete pecados capitales”, consistente en el afán desmedido de acumular dinero o bienes materiales.
San Ignacio de Loyola, cuya vida se conmemora el 31 de julio –que este año coincide con el día domingo–, y quien durante su convalecencia después de ser herido por una bala de cañón en 1521 decidió emprender una vida nueva desprendido de toda ambición terrenal, indica en sus Ejercicios Espirituales que la primera tentación que suele presentarse a todos los seres humanos es la “codicia de riquezas”, “para que más fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crecida soberbia” [EE-142]. Seguramente Ignacio, que pertenecía a una familia noble y acomodada y lo dejó todo para seguir el llamamiento de Jesús, tenía en mente la parábola del rico insensato al referirse a esa tentación.
 
2. “Lo que has acumulado, ¿de quién será?”
Las cuentas que comienza a hacer el hombre rico de la parábola son una muestra de lo que ocurre cuando uno se deja llevar por la ambición de poseer. En sus cálculos sólo entra él. Por ninguna parte aparece en su mente la idea de compartir sus bienes o de hacer algo productivo por los demás, ni siquiera por sus seres queridos, pues pareciera que ni los tiene. Sólo piensa en sí mismo. Por eso la pregunta que le hace Dios al final tiene la finalidad de bajarlo de esa nube: Lo que has acumulado,
¿de quién será? Es una pregunta que lo invita a reconocer lo transitorio de la vida y, a partir de este reconocimiento, cambiar su mentalidad.
El Salmo responsorial de este domingo [90 (89)] contiene una petición que va también en consonancia con la enseñanza del Evangelio: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. En otras palabras, se trata de una petición de sabiduría para reconocer que la vida presente es pasajera, y por tanto lo que importa es aprovecharla, no para acumular riquezas materiales que en definitiva son efímeras y no podremos llevarlas al más allá, sino para enriquecernos con los bienes espirituales, que sí tienen un valor perdurable.
 
3. “Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios”
En la segunda lectura, tomada de la carta san Pablo a los Colosenses (3, 1-5.9-11), el apóstol les hace a los cristianos de la ciudad de Colosas, en el Asia Menor (hoy Turquía), una invitación que es también para todos nosotros: “Aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra (…) No sigan engañándose unos a otros. Despójense de la vieja condición humana, con sus obras, y revístanse de la nueva condición”. Y entre las características de la “vieja condición”, que corresponde a “todo lo terreno” que hay en nosotros, san Pablo enumera precisamente “la codicia y la avaricia”.
Hay un detalle significativo: cuando san Pablo se refiere a la avaricia, dice que es una idolatría. En efecto, quien se deja esclavizar por la ambición de poseer se convierte en adorador del falso dios dinero. ¡Qué lamentable es la vida de quienes se postran ante este ídolo, entregándole y sacrificándole todo, dejándose arrastrar hacia la corrupción, la traición a la familia y a los amigos, la explotación de las personas, hasta llegar incluso a la violencia y a los crímenes más abominables, todo para satisfacer los caprichos de la ambición de poseer y acumular riquezas materiales! En nuestro país esta forma de idolatría la vemos a diario.
“Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios”, termina diciendo Jesús al concluir la parábola. ¿Y qué es ser rico ante Dios? Para responder a esta pregunta, conviene tener en cuenta los versículos que siguen en el mismo capítulo 12 del texto de Lucas, en los que Jesús nos invita a no andar afligidos por la búsqueda de lo material como si fuera el fin supremo de la vida, sino a buscar ante todo el Reino de Dios. Porque si buscamos primero que todo el Reino de Dios, que es reino de justicia, de amor y de paz, lo demás vendrá por añadidura (Lucas 12, 22-31).
Pidámosle pues al Señor, invocando la intercesión de María santísima, que nos conceda la sabiduría necesaria para saber usar de los bienes materiales de acuerdo con su voluntad, que es voluntad de amor dispuesto a compartir, sin dejarnos esclavizar por la ambición egoísta de poseer. Así sea.

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