Marcos 6:1-6, julio 4 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ El repudio de Jesús en su tierra de Nazaret contrasta con los relatos anteriores que hablaban de multitudes. Una mujer sencilla (hemorroisa) y Jairo (jefe de sinagoga) habían acudido a Jesús. Pero es precisamente en su patria donde Jesús choca con la incredulidad mayor [1]. Aunque Marcos persigue un interés teológico, no hay razón para dudar históricamente de este rechazo en Nazaret. Probablemente, con mentalidad aldeana, desconfían del valor de las obras de Jesús mientras no sean reconocidas por los doctores de Jerusalén. Por otro lado, era creencia que no se sabría el origen del Mesías. El ministerio de Jesús, tanto como su persona, no resulta evidente para sus coterráneos ni siquiera con sus signos (expulsión de demonios o curaciones). Muchos no pasan del asombro, la curiosidad e incluso la burla, como en el caso de la hija de Jairo. Los de Nazaret serían un caso típico de quienes “ven, pero no perciben; oyen, pero no entienden” (Mc 4:12). También el evangelista Juan registra una impresión parecida: “A pesar de haber realizado Jesús tantas señales en presencia de ellos, no creían en él” (Jn 12:37). En cierta forma Marcos muestra que si Jesús es incomprensible para sus coterráneos, la incredulidad de estos es también incomprensible para Jesús.
Jesús se presenta nuevamente en la sinagoga de Nazaret (no es una visita privada a su pueblo) como maestro. Hace uso del derecho de todo israelita adulto de leer y exponer la Toráh. Esto asombra a sus paisanos, pero con una mezcla de admiración y desconfianza. En un relato similar en Lucas se discutirá sobre la “autoridad” de Jesús para interpretar, no teniendo la “ordenación” reglamentaria de los rabinos de la época. En esta ocasión ni siquiera se aplica la Escritura a sí mismo. Marcos quiere resaltar el asombro incrédulo. Conocen lo que ha hecho en otros lugares, pero ni aún así le dan asentimiento a Jesús. Los paisanos conocen a Jesús como “el carpintero [2] ” o, según otra lectura, “el hijo del carpintero”; también se le conoce como “hijo de María” y “hermano” de otros hombres que forman su familia. También sus “hermanas” habitan allí, como miembros más o menos lejanos del clan afincado en Nazaret. Por ello la gente no puede entender que Jesús tenga algo especial y se escandalizan. Esta será una palabra usada para expresar tanto el acceso a la fe en Jesús (bienaventurado el que no se escandaliza) como la dificultad para aceptarla (los discípulos quedarán escandalizados).
El episodio, tan al comienzo, es como la advertencia de Marcos para quienes lean su evangelio: quienes piensen conocer a Jesús, como sus paisanos, pueden no haberlo comprendido y hasta alejarse de él. Necesitan cambiar la manera de entender a Dios, porque hay tropiezos y caídas en el terreno de la fe. En Lucas se registra cómo los mismos discípulos más allegados a Jesús se escandalizan cuando se deja conducir sin resistencia alguna por sus enemigos, en la hora oscura. A los paisanos incrédulos les lanza Jesús unas palabras que tal vez era un proverbio conocido: “A un profeta sólo lo desprecian en su tierra”. Como todos los proverbios, expresa una generalidad que puede a veces tener excepciones. Jesús dice estas palabras precisamente luego de recorrer la tierra de los gerasenos, de donde luego de curar a un joven, le ruegan que se marche de esa región. La única diferencia sería que en Gerasa se presentó como un desconocido, mientras que en Nazaret vino precedido de la fama y quizás la esperanza en los suyos. También el evangelista Juan registra estas palabras sobre el profeta mal recibido entre los suyos, cuando Jesús vuelve a Galilea desde Jerusalén. Es una experiencia amarga. El profeta Jeremías tuvo una similar experiencia cuando sus paisanos incluso buscaron atentar contra su vida. Por lo demás, buena parte de los profetas fueron perseguido o muertos violentamente. En la actitud de los coterráneos de Nazaret se pre-anuncia el misterio de la pasión de Jesús, que lograrán entender cuando reconozcan en el destino de Jesús el destino propio. Jesús se ha apartado de sus parientes y se ha creado una nueva “familia” y también sus discípulos lo han abandonado todo por causa del Evangelio. A la sentencia del profeta que originariamente sólo es despreciado en su propia “tierra”, ha añadido expresamente el evangelista “entre sus parientes y en su casa”. La pasión de alguna forma los toca a todos. En tal contexto Jesús no puede realizar allí ninguna obra más que curar a algunos imponiéndoles las manos, es decir, que hace la misericordia que puede y le permite la incredulidad de los paisanos. Acaso unas pocas sanidades de personas lo suficientemente humildes y necesitadas para no entrar en el debate de la sinagoga. Valga aclarar que en el pensamiento de las Escrituras es Dios Padre el que obra por medio de Jesús y no cabría pensar que el “no pudo” realizar milagro alguno fuera meramente retórico por “no quiso”. Jesús no cuenta más que con lo que le ofrecen, o le permiten sus conciudadanos, como se muestra en tantos relatos como los de los panes y los peces, y en los que nunca obra en provecho propio. Allí donde los hombres se le cierran con una incredulidad obstinada, Jesús no acude más que a paciente espera. Es otra gran consecuencia de la encarnación: la salvación dentro de los cauces de la historia humana para poder superarla. En el evangelio de Juan aparece como una declaración de principios: “De verdad os aseguro: nada puede hacer el Hijo por sí mismo, como no lo vea hacer al Padre” (Jn 5:19) y lo que el Padre ha hecho es amar al mundo (humanidad) hasta el punto de entregarle a su Hijo. En Marcos, los milagros ostentosos que piden los incrédulos, Jesús los rechaza. Las señales en sí mismas nunca pueden producir la fe a no ser que logren un llamado a una resolución y decisión personal, pero no son inherentes a esta. Jesús hace señales con relativa parsimonia y en respuesta a la fe; no son exactamente para convencer incrédulos obstinados a quienes las señales les resbalan. Aquí hay una gran diferencia entre la lectura apologética de los milagros y la lectura como señal en un diálogo entre el creyente y la vida de Jesús. La generación perversa que reclama un signo del cielo le hace suspirar (o gemir). También nuestra fe debe ser capaz de soportar la ausencia de signos evidentes sin escandalizarse. Jesús “quedó extrañado de aquella incredulidad”, como podemos nosotros quedar extrañados de la presentación que Marcos nos hace de Jesús. Usualmente Marcos dice que la gente estaba maravillada de Jesús; aquí dice que Jesús estaba extrañado de ellos, de sus propios paisanos. Los de Nazaret despreciaban a Jesús porque era un obrero, un simple artesano. Para nosotros es parte de su gloria. No se eximió de las durezas en este mundo; asumió la vida corriente con todos sus desafíos cotidianos. Durante el tiempo en que Jesús vivió en medio de ellos, no habría manifestado don especial. Los evangelios no ocultan la humanidad de Jesús que luego en concilio se definirá como verdadero Dios y verdadero hombre.
[1] Dejamos de lado la alusión a los hermanos de Jesús: Santiago, José, Judas y Simón que aparece en un comentario anterior.
[2] Τεκτων (TEKTON) carpintero, ebanista, constructor de buques, cantero, herrero, escultor, obrero, artesano en general, artista, maestro. La Vulgata traduce artesano. San Justino popularizó la traducción de carpintero hacia finales del siglo II. Algunos comentaristas habla de “todero” o “chapucero”.