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Junio 12: El Espíritu y la verdad

Juan 16:12-15, domingo, junio 12 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ  La verdad religiosa, o verdad en la fe, tiene un carácter diferente a la verdad que afirman las ciencias. Mientras que a esta última se responde “así es” a la verdad religiosa se responde ¡amén![1] (que así sea). La verdad científica no me compromete existencialmente como sí lo hace la verdad religiosa. La verdad científica explica el fenómeno; la verdad religiosa le da sentido. El evangelio de hoy nos dice que la verdad religiosa se va conociendo en el futuro, se va revelando o develando en el futuro. Máximo el Confesor decía: “El Antiguo Testamento es la sombra, el Nuevo Testamento es el icono (imagen) y la verdad es el futuro”. Recordemos que Jesús, dispuesto en general a dar debates religiosos con fariseos, escribas, miembros del sanedrín, delegados de los sumos sacerdotes, calla ante la pregunta de Pilato ¿qué es la verdad? Si la verdad es el futuro, no es posible una respuesta tajante a tal pregunta. Mientras los griegos desarrollan una visión científica de la naturaleza, los judíos desarrollan una visión mística. No se contraponen las dos aunque hubo épocas en las que chocaron. El ejemplo más conocido es el de Galileo quien postulaba que era la tierra la que se movía y no el sol, lo cual iba en contra del texto que dice: «E l sol se detuvo y la luna se par ó hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos» (Josué 10:13). Las dos verdades se necesitan y reclaman una a otra. Como lo expresaba san Ignacio de Antioquía, cuando decimos que Cristo es la verdad, no expresamos que sea un principio científico que explique el universo sino que es vida; que todo el conjunto de los seres encuentra sentido en Cristo quien recapitula toda la creación y la historia. «P ara realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que est á en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1:10).
El apóstol Pablo nos dice que la cruz como sabiduría de Dios se opone tanto a la mentalidad judía como a la griega. «P redicamos a un Cristo crucificado: esc ándalo para los judíos, necedad para los gentiles » (1 Co 1:23). Pero tanto para griegos como para judíos afirmarán los creyentes que Cristo es la verdad. Mientras que la verdad griega nos exige mirar al pasado hasta el origen mismo de las cosas, la verdad religiosa puede oscurecerse si se mira al pasado y se aclara si se mira al futuro. Para suplir los baches del pasado se redacta el Génesis que no es un libro científico sino de fe y de sentido. Mientras que la verdad religiosa se inscribe en la dimensión histórica-temporal, la verdad científica se formula prescindiendo del tiempo y de la historia. Algunos autores han llamado a la verdad científica la verdad griega y la verdad religiosa la han llamado la verdad judía. La verdad griega se descubre, se oye, de percibe, se deduce, se muestra, mientras que la “verdad judía” se construye, se revela parcialmente, se da en el encuentro del pueblo y Yahvéh, se da en los sucesos de su historia de salvación, se construye con la decisión humana. Si lo contrario de la verdad griega es la mentira, lo contrario de la verdad judía es la falta de confianza en Yahvéh a quien pertenece el futuro. Es la promesa de Dios lo que puede considerarse como la verdad última y tal promesa coincide con la plenitud de la historia. En otras palabras es la verdad escatológica la que orienta al espíritu hacia el futuro.
La verdad de la historia reside en el futuro a pesar de los cambios y el deterioro que produce el tiempo; no porque sea un movimiento hacia un fin sino principalmente porque es un movimiento a partir de un fin. La historia no es entonces empujada por el pasado sino atraída por el futuro. Es el futuro el que le da sentido. Así se entiende la traducción de la conocida autodefinición de Dios en el Éxodo: «Yo soy el que soy» (Ex 3:14) por una equivalente y más teológica: “Yo soy el que seré”. Esta concepción es contraria a la de muchos padres de la iglesia (especialmente san Agustín) quienes pensaban que el hombre había sido creado perfecto y se habría deteriorado por la caída[2]. Los padres griegos de la Iglesia no aceptaron que la perfección perteneciera al estado original sino al futuro. En el campo cristiano le toca al creyente « Hacer la verdad en la caridad.» (Ef. 4:15) lo cual plantea la paradoja de que a veces su fe tenga que superar y enfrentar a su razón. Para la razón, por ejemplo, es irracional proceder según las Bienaventuranzas; pero es lo más concorde con la fe.
La definición del realismo clásico sobre la verdad como coincidencia entre lo que se piensa y la realidad apenas alcanza para definir un mineral, una planta, un animal pero está distante de la verdad religiosa que tiene que ver con confianza, esperanza, fe, empeño humano. Estas son las condiciones de la verdad bíblica que se realizan en la convivencia en la comunidad con otras personas y se fortalecen con la misma relación. En cierta forma la verdad religiosa no es sino que acontece. La verdad religiosa y la fidelidad se vuelven sinónimos. Aquí se muestra la peculiaridad de la concepción hebrea o bíblica de la verdad, referida al futuro, frente a la verdad griega (científica): la verdad no es algo que está bajo o tras las cosas, y que habría de ser descubierto mediante incursiones en su profundidad, en su interior, sino que verdad es aquello que va a surgir en el futuro. La verdad estaría más en el cielo que se espera que en el Paraíso que se perdió. Así, la verdad de Yahvéh se manifiesta en la contingencia de los acontecimientos históricos: desde la creación, pasando por la liberación de Israel del poder de Egipto, hasta la promesa de unos nuevos cielos y de una nueva tierra, prometida en la alianza. Para el cristiano tal alianza se concreta en Jesús, quien a su vez, al dejar el Espíritu, deja abierto el futuro al mismo Espíritu. Tras la resurrección Jesús es futuro para sí mismo. Aún no sabemos lo que seremos pero confiamos en que será un futuro maravilloso. « Queridos, ahora somos hijos de Dios y a ún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3:2). Pablo dice algo parecido.
Es el evangelio de Juan el que mejor desarrolla la idea de verdad religiosa. En este evangelio Jesús se proclama como camino, verdad y vida. Aunque Jesús mismo sea la verdad, dice que sin el Espíritu la verdad se quedaría a medio camino. El Espíritu debe guiar a los creyentes hacia la verdad, que siendo futuro, siempre es siempre abierta. « Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16:13).
Ya en el Génesis se nos dice que es el Espíritu (ruah, en hebreo) el que hace propiamente del hombre un ser viviente. En el Antiguo Testamento la era mesiánica se caracterizaría por un derramamiento abundante del Espíritu para crear una novedosa realidad escatológica (futura). El Espíritu inspira en las personas palabras, procederes, actitudes que lo llevan más allá de lo que la razón permite prever; más allá de lo que el ser humano puede con sus solas fuerzas. El Espíritu es el que pudo hacer de un gentil un creyente, de un pastor un profeta, de un hombre sencillo un héroe, de un pescador un discípulo de Jesús, de un perseguidor (Saulo) un apóstol incansable (Pablo). Todos ellos superan las expectativas humanas. El Espíritu obra en nosotros pero nunca es propiedad nuestra, como puede ser nuestro corazón o nuestra alma. Siempre es propiedad de Dios que sopla donde quiere y como quiere. No podemos domesticarlo, ni aprisionarlo, ni retenerlo; solo seguirlo, porque siempre busca hacernos semejantes a Jesús.
 
[1] En griego se tradujo “génoito “ que significa: que así ocurra
[2] La preguntan a san Agustín cuánto tiempo duró Adán en estado de perfección y responde que quizás unas pocas horas.

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