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Junio 20: Metáfora de la tempestad

Marcos 4:35-41, domingo, junio 20 de 2021
  Por: Luis Javier Palacio, SJ  La teodicea, ciencia teológica que buscaría explicar el mal en el mundo, empieza en el Génesis introduciendo una figura (la serpiente) como demonio disfrazado para poder dar sentido a la existencia del mal. En otras religiones la serpiente era protectora y símbolo de las cosas buenas de esta vida. En la evolución del judaísmo fueron muchas otras imágenes las que se utilizaron para el mal, muchas de ellas meras fuerzas físicas o de la naturaleza. No podían tener un dios para cada una de dichas fuerzas, como los griegos, por respeto a su monoteísmo. Pero fuerzas como los mares, los monstruos marinos, las tormentas, las sequías, los eclipses, la oscuridad, los abismos, huracanes, las plagas, y otras cumplieron tal fin. Aún en culturas muy primitivas se consideraba que el ayuno practicado antes de la caza podría alejar las catástrofes naturales, entonces impredecibles e inexplicables. Santo Tomás de Aquino da por sentado los que llama milagros de la naturaleza y lista entre ellos el calmar tempestades. La escuela bíblica de Alejandría les daba una lectura alegórica desde sus comienzos aunque enfatizaba hasta el extremo la divinidad de Jesús de manera que se oscurecía su humanidad. En la Edad Media, guardando el monoteísmo, se asignaba un santo patrón a muchas fuerzas de la naturaleza y enfermedades y así Santa Bárbara sigue siendo protectora de rayos y tormentas en muchas devociones populares[1]. La virgen del Carmen protegería de las tormentas marinas y muchos pueblos pescadores tienen sus santos locales. 
Muchas obras literarias y figuras de ficción utilizan el simbolismo de la tempestad y lógicamente no es ajena a la Biblia. Sabemos que en el lago de Galilea, un mar para los judíos, por su ubicación bajo el nivel del mar (-212 metros) y por la cadena de montañas a su rivera, se producen vientos con frecuentes tormentas de poca duración. Ya hay un antecedente con el relato de Jonás. Pero aquí la tormenta terminará en bien de los habitantes de Nínive. La forma como Jesús calma la tormenta,  “¡calla, enmudece!”,  es similar a la que utiliza con los endemoniados, dándoles una orden. La tormenta estaría como regida por un demonio así como se concebía como posesión demoníaca la epilepsia, la mudez, la sordera o la tartamudez. Pero esto no impide el reinado de Dios pues como con el endemoniado de Geresa, al final lo manda Jesús a predicar en la Decápolis lo que Dios ha hecho en él. El mal real se disocia aquí de la metáfora y corre el riesgo de oscurecer su dimensión de daño a los demás. Así podemos obrar el mal con buena conciencia que es el mal que nos devela lo que se llama pecado social o estructural. “ E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios”  (Jn 16:2). El papel del mito (relato imaginario) en el origen del mal no desaparece pues es fuente de nuevos pensamientos, nuevos planteamientos y nuevas re-mitificaciones.
Los estudios Bíblicos desde Rudolf Bultmann no tienen nada que temer al mito que no es una mentira sino una forma de hablar de aquello a lo que no alcanza el lenguaje normal (indicativo). Por ejemplo, “mi media naranja” no es más que rescoldo de un mito de creación (del andrógino) que sigue vigente. Hacer de un mito algo histórico es desfigurarlo y volverlo verdaderamente mítico en sentido negativo. La desmitificación del Antiguo Testamento la empieza el mismo judaísmo con Baruch Spinoza. El Nuevo la insinúa. Así leemos en la carta a Tito que recrimina a los que: “ se dejan llevar ya de mitos judíos y de preceptos humanos que se vuelven de espaldas a la verdad”  (Tit 1:14). Para Spinoza nada puede ocurrir por fuera de las leyes de la naturaleza puesto que esta es Dios mismo. Dios, por tanto, no puede conocerse de la violación de las leyes de la naturaleza (lo contrario de Santo Tomás de Aquino). Judíos y cristianos tuvieron a Spinoza por hereje y panteísta pero hoy se reivindica su pensar y más bien se armoniza con la misma Biblia.
Si leemos con cuidado el relato de hoy podemos poner el énfasis, no en la tempestad calmada sino en el regaño a los discípulos. Marcos es especialmente crítico con los discípulos que nunca entienden a Jesús. El más cercano, que es Pedro, es llamado Satanás por no entender que el mesianismo entraña pasión. “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?”. La fe no permite calmar tormentas pero permite soportarlas, tanto si son físicas como si son simbólicas. Precisamente la fe judía no era lo contrario del ateísmo sino de la desesperanza, de la falta de confianza. Con Yahvéh saldrían adelante en las dificultades como habrían salido de las manos del poderoso faraón de Egipto. Había que aferrarse a la Toráh (sabiduría propia de Israel) en tiempos difíciles. Dice el Siracida: “El varón sabio no aborrece la ley, mas el que finge observarla es como nave en la tormenta” (Si 33:2). Humana y significativa resulta la imagen de Jesús durmiendo en un cabezal de la barca. No tendría sentido pensar que mientras duerme actúan las fuerzas de la naturaleza (del mal) y cesan de hacerlo cuando despierta. En el relato paralelo de Mateo sobre la tempestad calmada parece reflejarse más claramente que es una redacción de tiempos de persecución. En Marcos sería una simple briza del lado de Galilea pero bien utilizada para expresar lo que quería decir. Las metáforas sobreviven por su capacidad sugerente y poética. Hoy seguimos diciendo, por ejemplo: “El sol sale por el oriente” a pesar de que sabemos que es la tierra la que gira de oeste a este y el sol está fijo.
En el evangelio de Lucas critica Jesús a la generación que sabe leer los signos de los tiempos para predecir la lluvia o la tormenta pero que no saben leer los signos de los tiempos como señales del reinado de Dios. Quizás los signos externos serán siempre los mismos, pero el creyente los ve con otros ojos. Fe es ver el mundo con los ojos de Jesús. “Milagro es ver lo extraordinario en lo ordinario”. Ya los rabinos enseñaban que el mayor milagro es la vida diaria.
En el evangelio de Marcos hay más de un pregunta sin respuesta sobre Jesús. Si no lo entienden los discípulos, menos las multitudes que no buscan sino curaciones. En Marcos no son las multitudes ni los discípulos los que reconocen a Jesús como hijo de Dios. Solamente lo reconoce un “demonio” al principio y el centurión al pie de la cruz cuando lo ve morir. En la primera expulsión de demonios la gente se pregunta: “¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen” (Mc 1:27). Cuando Jesús se sienta como invitado se preguntan: “¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?” (Mc 2:16). Cuando perdona al paralítico bajado en camilla se preguntan: “¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?” (Mc 2:7). Hoy, con la tempestad en el lago se preguntan “pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?”. Parece que no sintieron tanto la confianza en Jesús como el temor por la vida que finalmente no perdieron. Llevará buen tiempo para que los discípulos en Marcos y básicamente luego de la resurrección, empiecen a entender el sentido del mensaje de Jesús. Igual nos pasa a nosotros cuando vivimos la experiencia pascual en la propia vida. Entonces nos sentimos capaces de superar toda tormenta. Aunque el prurito por los milagros de naturaleza llevó a enlistar en ellos: la pesca abundante, la didracma en la boca del pez, la tormenta calmada, caminar sobre las aguas, la higuera seca, volver el agua vino y otros, es la fe la que permite ver el milagro y es esa fe la que nos enseña el relato aunque a través de su ropaje.
 
[1] Una de dichas devociones es quemar ramo bendito en las tormentas.

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