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Junio 26: Condiciones para seguir a Jesús

Lucas 9:51-62, domingo, junio 26 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ  En su patria chica, Jesús fue rechazado por conocido (no hay profeta en su tierra) y porque rehusaba dejarse acaparar por los suyos. Ahora, el comienzo de su ascenso a Jerusalén es rechazado por una aldea samaritana, con el disgusto de sus discípulos Juan y Santiago (llamados Boanerges o hijos del trueno) quienes quieren castigo para la aldea: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pensaban que por ser discípulos tendrían tal poder taumatúrgico. Muestran cuánto trabajo les cuesta entender un Mesías sufriente. Ir a Jerusalén es subir y la palabra utilizada por el relato significa ascensión y muerte. Es la ambigüedad necesaria y apropiada para expresar lo que aguarda a Jesús en Jerusalén: la pasión y la glorificación, sufrimiento y muerte, resurrección y ascensión. Jerusalén da a Jesús la muerte, pero también la gloria. En general un judío no pedía acogida a un samaritano. Jesús daría muestras de apertura a aquellos que acogerán el evangelio con mayor generosidad que los judíos. Entre los samaritanos y los judíos existían tensiones religiosas y nacionales. Los samaritanos son descendientes de tribus asiáticas, que se asentaron allí cuando el reino del norte, Israel, fue conquistado por los asirios, y de la población autóctona que se había quedado en el país. Habían adoptado la religión israelita de Yahvéh, pero edificaron un templo propio sobre el monte Garizim. Los judíos despreciaban a los samaritanos como pueblo semi-pagano y evitaban el trato con ellos. Cuando oyeron los samaritanos que Jesús se dirigía hacia Jerusalén, se despertó la oposición y rehusaron el alojamiento.  Parece repetir el tema del comienzo del evangelio cuando en Nazaret: «Lo recostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.» (Lc 2:7). Santiago y Juan parecen aludir al fuego que habría hecho caer Elías sobre el enviado del rey y sus cincuenta hombres. Es verdad que Lucas utiliza la figura de Elías para hablar de Jesús, pero no la asume sin matices. El creyente no debe apelar a la venganza y, por el contrario, debe vencer el mal con el bien. Los apóstoles son enviados para que salven, no para que destruyan; para que perdonen, no para que castiguen; para que rueguen por los enemigos en el espíritu de Jesús, no para que los maldigan.
Jesús se decide a ir a Jerusalén, a sabiendas de que corre riesgos. En el evangelio de Juan se muestra su dubitación. « Pero despu és que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces él también subió no manifiestamente, sino de incógnito» (Jn 7:10). Santiago y Juan habrían mostrado el tipo de seguimiento que Jesús no quiere: la violencia en nombre de Dios. Contrastaría la decisión de Jesús con la de los tres voluntarios que buscan razones de comodidad o familiares para no aceptar la radicalidad de Jesús.
La subida de Jesús a Jerusalén se entiende y expresa como su éxodo del cual habla con Elías y Moisés en la escena de la Transfiguración. En la persona de Jesús ven los creyentes el reflejo de la historia del pueblo judío que Jesús representa y un episodio importante de tal historia es el Éxodo o salida de Egipto. Lucas da mucha importancia a Jerusalén y esto aparece desde la infancia: presentación en el Templo, Pascua en Jerusalén a los doce años y en las tentaciones donde dice: « Le llev ó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo» (Lc 4:9). En Mateo dice que lo lleva a un monte muy alto.
La respuesta que da Jesús al primer voluntario «el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza», indica que no tiene domicilio estable (casa, clan o tribu). Quizás también que no tiene esposa. Algo extraño en el judaísmo en el cual el principal mandato era crecer y multiplicarse. Jesús era un judío marginal. La condición de discípulo significa identidad con Jesús. Para el hombre es duro carecer de patria y de hogar, no tener un albergue donde reposar tranquilo. Hasta los animales más inquietos, las zorras y las aves, tienen donde acogerse y lo procuran. El discípulo de Jesús debe estar dispuesto a peregrinar, a ser expulsado, a renunciar al abrigo del hogar. El Hijo del hombre lleva la vida de un refugiado apátrida, no tiene casa, ni familia.
Jesús mismo invita al segundo voluntario a seguirle. La segunda respuesta: « Deja que los muertos entierren a sus muertos» parece contradecir el mandamiento de honrar a los padres, pero está en concordancia con otras citas del evangelio que mandan anteponer el reinado de Dios y el evangelio a cualquier valor familiar. Quizás prefiere aplazar su decisión hasta que haya muerto su padre tal vez de edad ya avanzada. Enterrar a los muertos es en Israel un deber riguroso[1]. Hasta a los sacerdotes y levitas se les impone en el caso de sus parientes, aunque les estaba severamente prohibido contaminarse con un cadáver. Este deber dispensa de todos los preceptos que imponía la ley. Parece por tanto plenamente justificado el permiso que pide este hombre. También se ha interpretado metafóricamente como el pueblo sordo y ciego que sigue como “muerto”. Sería una invitación a dejar atrás el judaísmo. Más importante es anunciar la vida y resucitar a los muertos en el espíritu que enterrar a los muertos corporalmente. El que se ha adherido a Jesús ha pasado de la muerte a la vida. « Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte.» (1 Jn 3:14) En el evangelio de Juan es precisamente el ciego de nacimiento el modelo de conversión del judío.
El tercer caso de vocación, se asemeja al primero en la circunstancia de que la iniciativa parte de la persona misma dispuesta a seguir a Jesús; coincide con el segundo en el hecho de que el interesado pone también una condición, la de decir adiós a los suyos. Para el tercer voluntario dice: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios». Jesús acude al relato de Elías y su despedida de Eliseo. Pero Elías habría aceptado que Eliseo se despidiera de su familia. « El abandon ó los bueyes, corrió tras de Elías y le dijo: Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré. Le respondió: Anda, vuélvete» (1 Re 19:20). Pero la exigencia del evangelio es aún mayor pues ni esta despedida se le permite. Jesús muestra la seriedad de la vocación de aquellos que quieran seguirle. También puede advertir Lucas a algunos creyentes entusiastas de su tiempo.
En las tres sentencias de Jesús se exige una y otra vez que se renuncie a tener hogar en este mundo. El hogar ofrece dónde reclinar la cabeza: el hogar tiene la impronta de la piedad con el padre y la madre; el hogar implica abrigo y protección de los que están en su casa. El discípulo de Cristo debe, como Jesús, entregarse totalmente sin dilación ni interrupción. Jesús tiene puesta la mirada en Jerusalén, donde le aguarda la muerte, pero también la gloria. La disponibilidad incondicional está a la base del seguimiento exigido por Jesús. Es más exigente que la relación entre maestro y discípulo vigente entre los doctores de la ley. Con su seguimiento los discípulos hacen visible que el reinado de Dios ha llegado. El reinado de Dios (de los cielos en Mateo) viene con Jesús, y Jesús viene con el reinado de Dios.
Las relaciones entre los rabinos y sus escolares y Jesús y sus discípulos son diferentes. Lo que atraía los alumnos hacia los rabinos era, en primer lugar, su autoridad como peritos en la ley, o sea, su erudición, siendo los alumnos los que, por propia iniciativa, encontraban el camino hacia ellos. Cada uno de los rabinos no dejaba de ser más que un maestro entre muchos. No así en el caso de Jesús quien es el que llama para hacer consigo una comunidad de vida. El discípulo del rabino sería algún día rabino, pero el discípulo de Jesús sería siempre discípulo en camino hacia Jesús.
 
[1] Quizás la asociación cristiana más primitiva sea la de Alejandría (los parabolari)  que se ocupaba de enterrar a los muertos.

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