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Junio 27: Un toque de feminismo

Marcos 5:21-43, domingo, junio 27 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ  El evangelio de hoy se refiere al comportamiento de Jesús respecto a dos mujeres que se unirían en un problema común clave en la comprensión judía de la mujer. Como sabemos la sociedad judía era patriarcal, de manera que el mandato “creced y multiplicaos” había sido dado al hombre y la mujer tenía que aceptar resignadamente ser un medio para que el hombre cumpliese con tal mandato. Los hijos pertenecían al padre, el cual podía disponer de ellos incluso para pagar una deuda. La mujer, en contraste con el patriarcalismo, nunca era libre pues dependía totalmente del padre y luego de su marido o hermano mayor si enviudaba. Por otro lado, la mujer era la fuente de la mayor contaminación por su período que precisamente se consideraba llegar a los doce años, edad de la hija de Jairo y que a la mujer enferma mantuvo impura por doce años. Si la mujer no valía sino por su fecundidad, la hija de Jairo no valía por no haberse casado aún y la hemorroísa no valdría por no poder engendrar. A los doce años la mujer ya era núbil. ¿Sería su primera regla una enfermedad de muerte? Estaban ambas excluidas religiosa y socialmente por su situación. En el mismo evangelio de Marcos se habla dos veces de Jesús hijo de Dios y solamente una vez como hijo de María. “¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros? Y se escandalizaban a causa de él” (Mc 6:3). El valor de la cita es que recuerda el lado femenino del linaje de Jesús. El Antiguo Testamento usa “hijo de Adán” (masculino) como sinónimo de hombre, que más bien sería humanidad. Es el debate que aún no termina si Jesús se encarna como hombre o como humanidad[1]. Lo masculino terminó absorbiendo el sentido del Génesis de “anthropos” al traducirlo, en casi todas las Biblias, por hombre.  “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya” (Gn 1:27). El efecto de esta idea es fatal incluso en los escritos del apóstol Pablo y en muchos padres de la Iglesia. 
Sin embargo, en el judaísmo perviven algunas imágenes femeninas de lo religioso como la idea de sabiduría (Sofía, en griego), imagen femenina de lo divino. Los escritos sapienciales (de la “Sofía”) hablan de Dios como quien nutre, amamanta, da a luz, levanta a sus hijos, en contraste con la imagen masculina de Dios como juez, rey, contrayente del pacto del Sinaí, general militar, padre o novio de Israel. Hasta las promesas a Sara e Isabel se hacen a través del varón (Abrahán y Zacarías).
Jesús es presentado en Marcos como un profeta con sabiduría (Sofía) pero no como un filósofo. Marcos no solamente atribuye a Jesús rasgos femeninos de la sabiduría (Sofía) hebrea, sino cosas que la cultura de los gentiles atribuía peyorativamente a la mujer como irracionalidad, vulnerabilidad, susceptibilidad al sufrimiento y vergüenza, estilo de vida como siervo o servidor. Aunque su figura histórica sea masculina, reviste características femeninas para la época[2]. Hay psicoanalistas como Gustav Jung que hablan de la psique humana como animus masculino y ánima femenina o animus como la parte masculina de la psique de la mujer, y ánima a las cualidades femeninas de la psique del hombre. El evangelio de Lucas, el que mejor trato da a la mujer de los cuatro, ordinariamente presenta las curaciones en paralelo de hombre y mujer, como buscando un balance de género. Claramente enumera mujeres discípulas: “Lo acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes” (Lc 8:1-3).  Alimentar es una función típica femenina y de ella se ocupa Jesús. La preocupación de Jesús por los hambrientos, mostrada en las dos reparticiones de panes, aparece también en dar algo de comer a la hija de Jairo así como en la sirofenicia que espera tener derecho a las migajas que caen de la mesa. En el momento culmen, el mismo Jesús se hace comida de pascua. 
En los dos relatos de curación de hoy, los discípulos no logran captar el sentido profundo. Ni siquiera los que acompañan a Jesús a casa de Jairo. La hemorroísa piensa en tocar el manto de Jesús para salvarse o curarse (el término griego original tiene ambos sentidos) aunque no se dice que lo toque. Se dice que Jesús siente una fuerza (dynamis) que sale de él y de la que concluye que lo han tocado. Este episodio, que tiene un paralelo con detalles diferentes en Lucas (dónde toca el manto), sirvió de apoyo a la veneración medieval de las reliquias que perdura hasta hoy. Pero en Mateo el sentido parece más sacramental pues al final son las palabras de Jesús las importantes:  “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz”. Como los demás relatos de curaciones: sin las palabras son completamente ambiguos y son las palabras las que les dan sentido. Algo similar sucede con los sacramentos: sin la acción del Espíritu en el creyente, que invocan las palabras, no superarían el mero rito. En el caso de la hija de Jairo, hace Jesús alusión al debilitado poder de la muerte (no ha muerto; está dormida) con la resurrección. Dado que las tres resurrecciones narradas en los evangelios: la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín y Lázaro, no son la resurrección cristiana, para algunos comentaristas son una extensión del relato de curaciones, su caso extremo. Traída la resurrección a esta vida, como lo hace el evangelio de Juan, significa que la mujer que padeció por doce años, ahora puede llevar una vida normal, quizás matrimonial y la niña de doce años ahora es una casamentera normal. Han vuelto a la vida en esta vida. 
Marcos en general es muy irónico con los discípulos y en cambio muestra a las mujeres ordinariamente con mejor entendimiento y sabiduría. Terminan cumpliendo papeles en que los hombres fracasan. La única persona que es calificada de “diaconisa” (servidora) es la suegra de Pedro: “Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles” (Mc 1:31). El servicio a los demás es la clave de la vida cristiana en todos los evangelios. Al final, serán ellas las mirróforas (portadoras de especies) que van a la tumba las que mantengan viva la memoria de Jesús. Son las mujeres las que comunicarán la noticia a Pedro y los discípulos y su misión en Galilea. Los profetas utilizaron la imagen de la mujer menstruante como metáfora de Israel contaminado con la idolatría. Pero la metáfora es ambigua e injusta. También se asocia a la fecundidad de Israel. Si Jesús quería curar a Israel de idolatría, entonces curando a la hemorroísa estaría curando a Israel. Quizás a la vez estaba destruyendo la injusta metáfora que atribuye lo malo a la mujer. En Marcos no hay en Jesús rechazo de la mujer como no lo hay del leproso, del paralítico o del poseso. Si Jesús critica a los discípulos por falta de fe, aquí alaba la fe de la mujer hemorroísa. También alaba la fe de la sirofenicia que por siglos se llamó el evangelio de la mujer que convirtió a Jesús; lo saca de su nacionalismo judío. Si los hombres fallan en seguir a Jesús a la cruz, en servir a los demás, en estar preparados para morir, en dar testimonio del reinado de Dios, en ungir enfermos, las mujeres cumplen tales funciones: lo siguen y sirven, siguen a Jesús hasta la cruz, lo buscan en la tumba, observan hasta la sepultura y posteriormente, se preparan para embalsamarlo y para ungirlo; son testigos de la resurrección, evangelizan a los evangelizadores. Estamos en deuda con la teología feminista. 
 
[1] El axioma salvífico decía que solo se salva lo que se asume.
[2] Algunos escritos del Talmud presentan a Adán como andrógino, es decir, quien sintetiza lo masculino y lo femenino en su propio cuerpo.

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