Juan 14:15-16.23-26, domingo, junio 5 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ El nombre de Paráclito para el Espíritu es típico del evangelio de Juan y aparece en el discurso, testamento o sermón de despedida de Jesús. Un largo texto que va del capítulo 13 al capítulo 17 de su evangelio. El Paráclito garantiza a los discípulos un acceso continuo a Jesús en su triple función: a) recordarles sus enseñanzas; b) guiarlos a la verdad plena; y, c) inspirarlos en los momentos de dificultad (tribunales, persecuciones, sinagogas, Sanedrín). Según el evangelio de Juan tal Paráclito les será dado solamente luego de la muerte de Jesús. « Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendr á a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16:7). Paráclito era el “abogado de la defensa en un tribunal”. La Biblia de Jerusalén lo traduce como “defensor”. Aunque a veces no es fácil diferenciar entre Espíritu y Paráclito y a veces se combinan ambos términos (Espíritu Paráclito) puede decirse que el Paráclito alude a una función restrictiva y específica en el evangelio de Juan. El Paráclito como consolador, defensor, es como el lado materno de Dios[1] que nunca abandona a sus hijos en su camino, sin que esto implique que los libere del sufrimiento. El Paráclito hablará a través de los discípulos en sinagogas y tribunales. Esto no los librará a muchos de la cárcel, ni a otros del martirio (testimonio), pero les hará sentir que su sufrimiento es similar al de Jesús y que se asimilan a su vida. Al creyente le tocará aceptar ser atacado incluso al interior de su misma familia biológica. El espíritu, que tanto en hebreo como en griego es llamado viento, es lo que acontece en el hombre pero no es su propiedad. Para el judaísmo era siempre propiedad de Yahvéh (el único que realmente era espíritu) que lo insuflaba al hombre. En la oración de la mañana, llamada Modeh-Aní, el judío rezaba, luego de no sentir el espíritu durante el sueño: “Gracias, Señor, por haberme devuelto el espíritu”. La muerte definitiva era cuando Yahvéh quitaba definitivamente su aliento (ruah ). Confundido con la respiración fue, por años, el signo de muerte física. Cada mañana podíamos estrenar Espíritu, pero siempre como don recibido, no como bien poseído.
En la traducción griega (Septuaginta) de las Escrituras Hebreas (Antiguo Testamento) se tradujo ruah (viento, en hebreo) por psyché que significa en griego simultáneamente vida y alma. Por eso algunas traducciones españolas hablan de “perder la vida para ganarla” o de “perder el alma para ganarla”. Algunos padres de la Iglesia hablan del sacramento de la psyché, es decir, de la manifestación de Dios en el hombre mediante sus funciones. Es Juan quien define a Dios como Espíritu: « Dios es esp íritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad» (Jn 4:24). En Pablo, el Espíritu es el que reparte carismas para construir la comunidad.
Tanto el evangelio de Marcos como el evangelio de Juan son de final abierto, gracias al Espíritu. Juan lo expresa diciendo: «Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran» (Jn 21:25). Esto apunta a que el Paráclito tiene una función de continuidad reveladora para el creyente. El Paráclito como una Parusía, una Pascua, un Pentecostés siempre disponible para el creyente a condición de que se abra a él. El Paráclito sintetiza la Pascua (paso a la resurrección), la parusía (segunda venida en gloria luego de la primera en pasión y muerte) y Pentecostés (llegada del Espíritu Santo en el evangelio de Lucas). No se trata propiamente de pedir el Paráclito cuanto de aceptarlo, pues no nos es dado sino enviado. Si el judío debía esperar que la palabra llegara por medio de los profetas, de la ley, de los jueces, de la interpretación de las Escrituras, el cristiano tiene todo eso más el Paráclito (consolador) que lo inspira.
En el evangelio de Juan no aparece el Espíritu en la encarnación como en Mateo y Lucas pues lo que se encarna es el logos (la palabra, el verbo), que más que pre-existente es pro-existente y es luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En un complejo juego entre lo dicho y lo por decir, el Espíritu Paráclito recuerda las enseñanzas de Jesús y abre a enseñanzas nuevas. «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello» (Jn 16:12). Pero lo nuevo se encadena con lo viejo; lo dicho con lo por decir. «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida» (1 Jn 1:1). Incluso el mandamiento del amor, que es el tema central de Juan, lo presenta como renovación de un mandamiento ya existente. En el evangelio de Juan el Espíritu Paráclito es el que actúa en el creyente para transformarlo o capacitarlo para el amor oblativo (ágape). Decía San Ireneo de Lyon que la creación, con el Espíritu (ruah) que se cernía o incubaba (como una gallina sus huevos) sobre el caos, era el comienzo de un largo proceso en el cual el Espíritu se acostumbraba a convivir con la materia. No son contrapuestos sino las dos caras de una misma moneda. El Espíritu Paráclito es parte de esta convivencia. En las escenas narradas en la Biblia, donde interviene el Espíritu, se conjunta con la materia. La sola agua del Jordán no bautiza sin el Espíritu que desciende. Los solos panes y peces repartidos no pasarían de un convite sin la oración de bendición, la acción de gracias; al igual que la cena judía sería mera comida sin la berakah [2] o bendición. Es lo que se recuerda que hizo Jesús con sus discípulos en la última cena.
En la comunidad de Qumrán se tenía la idea de una duplicidad de espíritus: el espíritu de la verdad y el espíritu de la mentira que luchaba contra el anterior. Pero indudablemente que no se refiere a cualquier verdad sino a la verdad atinente a nuestra salvación. Ya lo decía san Agustín: “No leemos en el evangelio que el Señor prometió enviar al Paráclito para enseñarnos el curso del sol y la luna; él deseaba hacer cristianos, no matemáticos”.
En el judaísmo, en general, rara vez se personifica el Espíritu de Yahvéh aunque se le conecte a veces con la Sabiduría personificada. Dicha Sabiduría corresponde en Juan con el logos. En el Antiguo Testamento solo tres veces se usa la expresión Espíritu Santo y se prefiere la expresión Espíritu de Yahvéh (ruah, en hebreo). Éste se expresaba básicamente por boca de los profetas y se habría alejado de Israel con la muerte del último profeta. El judaísmo conecta al Espíritu divino con lo que para los creyentes será el Padre pero los primeros cristianos asociaron al Espíritu con el Hijo. « Estando ya cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo consinti ó el Espíritu de Jesús» (Hc 16:7). Siendo el Paráclito un concepto exclusivo de Juan el cual utiliza en cinco pasajes, todos pertenecientes al sermón de despedida, es casi imposible dar de él una buena traducción. Cada una de las traducciones clásicas, tomadas básicamente de su significado en griego, como ayudante, consolador, abogado, etc., suministra solo un aspecto. En general puede decirse que en Juan el Paráclito cumple las funciones que antes cumplía Jesús y las cumple dentro de la iglesia. En este sentido el Espíritu Paráclito no es otro que el auténtico representante del Jesús terrenal durante el período post-pascual. Incluso, al menos hasta el siglo XII se utilizó la expresión “vicario de Cristo” para aludir al Espíritu Paráclito o al pobre. Luego se hará un título aplicado al obispo de Roma. Hoy Francisco quiere reducir sus títulos a sucesor de Pedro y obispo de Roma.
[1] Irónicamente Paráclito es masculino en griego mientras que Espíritu es neutro.
[2] A partir de la Berakah o bendición judía de la mesa, se desarrollan los prefacios y las anáforas eucarísticas que hoy conocemos.