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Junio 6: Esto es mi cuerpo – Esto es mi sangre

El Cuerpo y la Sangre de Cristo
Ciclo B – Junio 6 de 2021 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ  
 El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos de Jesús le preguntaron: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?” Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad. Allí encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo, y donde entre, digan al dueño de la casa: ‘El Maestro pregunta: ¿Cuál es el cuarto donde voy a comer con mis discípulos la cena de Pascua?’ Él les mostrará en el piso alto un cuarto grande, arreglado y ya listo para la cena. Prepárennos allí lo necesario”. Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: “Tomen, esto es mi cuerpo.” Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: “Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos. Les aseguro que no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios.” Después de cantar los salmos, se fueron al Monte de los Olivos. (Marcos 14, 12-16. 22-26). 
La fiesta solemne del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que comenzó a celebrarse en la ciudad belga de Lieja en el año 1246, fue extendida en el 1264 a toda la Iglesia Católica por el papa Urbano IV, para proclamar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y contrarrestar así las enseñanzas de quienes la negaban y decían que el pan y el vino consagrados eran simplemente un símbolo conmemorativo de la última cena del Señor con sus discípulos antes de su pasión. A la luz de las lecturas bíblicas que nos propone la liturgia para esta solemnidad, meditemos sobre el significado de nuestra fe en esta presencia real que él mismo nos ofrece para alimentarnos con su propia vida resucitada, y que en la reserva del sagrario y la exposición sacramental están disponibles para nuestra adoración y para que sintamos espiritualmente su compañía. 
 
1. La Eucaristía es sacrificio y sacramento 
Como sacrificio, la Eucaristía es memorial que no sólo recuerda, sino además actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. La primera lectura (Éxodo 24, 3-8) nos presenta una prefiguración de este sacrificio redentor de Jesús, quien iba a cambiar con la entrega de su propia vida el antiguo rito realizado con la sangre de animales para sellar una alianza de amistad entre Dios y su pueblo, que inicialmente fue el de Israel, pero que a partir de Cristo sería un nuevo pueblo del que podría formar parte todo ser humano. Con su sacrificio redentor, Jesús se constituye en mediador de una alianza nueva, como lo dicen la segunda lectura (Hebreos 9, 11-15), y el propio Jesús en el texto del Evangelio: esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada en favor de muchos. La palabra muchos significa que, aunque la acción redentora de Jesús tiene como destinataria a toda la humanidad, sólo reciben sus efectos quienes acogen sus enseñanzas, que se resumen en el mandamiento nuevo del Amor. 
Como sacramento, la Eucaristía es por excelencia el signo de la presencia salvadora de Jesucristo, que nos alimenta espiritualmente con su propia vida entregada y resucitada, y que por la acción del Espíritu Santo nos une en comunidad. “Comunión” significa precisamente tanto el hecho de participar por este sacramento de la vida eterna del Señor, como también el de formar con Él y entre nosotros, al compartir su vida una comunidad fraterna de hijos e hijas de Dios. 
En su homilía del Corpus Christi del año pasado, el Papa Francisco dijo: “ Dios sabe lo difícil que es, sabe lo frágil que es nuestra memoria, y por eso hizo algo inaudito por nosotros: nos dejó un memorial. No nos dejó sólo palabras, porque es fácil olvidar lo que se escucha. No nos dejó sólo la Escritura, porque es fácil olvidar lo que se lee. No nos dejó sólo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve. Nos dio, en cambio, un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor. Cuando lo recibimos podemos decir: “¡Es el Señor, se acuerda de mí!”. Por eso Jesús nos pidió: «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,24). Haced: la Eucaristía no es un simple recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se renueva por nosotros (…). Sigamos celebrando el Memorial que sana nuestra memoria (…) Y, al mismo tiempo, redescubramos la adoración, que continúa en nosotros la acción de la Misa. Nos hace bien, nos sana dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos». 
 
2. En la Eucaristía se hace realmente presente Jesucristo resucitado 
La presencia de Jesús en la Eucaristía es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno material verificable por los sentidos, sino la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esta presencia suya en medio de nosotros después de su muerte y resurrección, quiso invitarnos Él a reconocerla en las especies del pan y el vino consagrados con el rito que, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran después en conmemoración suya. 
En este sentido, el pan (las “hostias” hechas de pan ácimo o sin levadura) y el vino, en virtud de su consagración, se convierten para nosotros, gracias a la acción de su Espíritu Santo, en la presencia misma de Jesús. Él es la Palabra de Dios hecha carne que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su propia vida entregada y resucitada que está siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de las hostias consagradas que se guardan en el sagrario para nuestra adoración y para la comunión de quienes, por enfermedad u otra razón similar, no han podido o no pueden participar presencialmente en la celebración eucarística. 
 
3. Celebrar la Eucaristía es expresar que somos y queremos ser comunidad de amor fraterno 
San Ignacio de Loyola, al proponer en sus Ejercicios Espirituales la contemplación de la cena pascual con sus discípulos la víspera de su pasión, indica que Jesús instituyó la Eucaristía “en grandísima señal de su amor” (EE 289). Y el papa emérito Benedicto XVI, en su Encíclica Dios es Amor (Deus Caritas est en latín, O Theos agape estin en griego), publicada al finalizar el año en que inició su pontificado (2005), ofreció una reflexión muy apropiada para meditar en el significado de la Eucaristía, que a su vez guarda una estrecha relación con la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús que celebraremos el próximo viernes: 
“Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta Encíclica: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí […]. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el Ágape se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el Ágape de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros. […]. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa […], el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser «mandado» porque antes es dado.” (Encíclica Dios es Amor, 12 – 14). 

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