1. “Maestro bueno: ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”
Muchos de quienes escuchaban a Jesús veían en Él un modo de enseñar diferente del de los otros maestros (“Jamás hombre alguno habló como este hombre” -Juan 7,46-). De ahí el calificativo de bueno con el que lo llama quien le hace la pregunta. Jesús, sin embargo, le da un significado especial: el único “bueno” en el sentido pleno de la palabra es Dios, y de esta forma invita a su interlocutor a ver en Él no sólo a un ser humano, por buen maestro que sea, sino a reconocer en su Persona a Dios mismo.
La pregunta sobre cómo “alcanzar la vida eterna” corresponde al anhelo que Dios ha puesto en todo ser humano de ser plenamente feliz. En el libro de la Sabiduría, del que está tomada la primera lectura (7,7-1) y que se le atribuyó al rey Salomón -quien vivió en el siglo X antes de Cristo-, pero que fue escrito en griego mucho después, entre los años 80 y 50 igualmente antes de Cristo, se presenta la Sabiduría, también llamada la prudencia, como un don que se le pide a Dios y que consiste en la capacidad de discernir y obrar de acuerdo con la voluntad divina para lograr la verdadera felicidad. En este sentido, en el Salmo 90 (89), que se reza hoy como responsorial, le pedimos a Dios que nos enseñe a calcular nuestros años para adquirir un corazón sensato, centrando así nuestra mirada no en lo transitorio, sino en lo perdurable, reconociendo lo que verdaderamente vale en perspectiva de eternidad.
2. “Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres (…). Luego ven y sígueme”
Suele entenderse este pasaje de los Evangelios, que en el relato de Mateo se refiere a un joven, y en los de Marcos y Lucas a un hombre rico, en el sentido de la vocación a la vida religiosa consagrada para entregarse por entero al servicio de Dios. Sin embargo, en un sentido más amplio, lo que Jesús le responde vale para toda persona que quiera “alcanzar la vida eterna”. En un primer momento, su respuesta se refiere a los diez mandamientos, citando en forma explícita sólo los preceptos relacionados con el prójimo, pues es en el amor al prójimo como se realiza el amor a Dios. Pero cuando el rico le dice que todos esos preceptos ya los ha venido cumpliendo, Jesús le hace ver que, para realizar efectivamente lo que Dios espera de él (“si quieres ser perfecto”, en la versión de Mateo, el mismo Evangelio en el que Jesús dice “sean ustedes perfectos como su Padre celestial es perfecto” -Mt 5,48-), no es suficiente que evite hacer el mal -“no mates, no cometas adulterio, no robes, no digas mentiras en perjuicio de nadie no engañes”, incluso tampoco que honre a su padre y a su madre-; lo invita a desapegarse de los bienes materiales y disponerse a compartirlos con los necesitados. Es decir, no basta con evitar hacer el mal; hay que hacer el bien, y esto implica y exige desprenderse de toda forma de ambición egoísta.
Es significativa en el relato la mirada de Jesús: primero, miró con cariño a aquel hombre, y luego, cuando éste se marchó desatendiendo su invitación, miró alrededor. También el Señor nos mira con cariño a nosotros, y nos dice lo que debemos hacer para lograr la verdadera felicidad. Pero, para ponerlo en práctica, debemos estar dispuestos a dejarnos transformar por la Palabra de Dios, que, como dice la segunda lectura (Hebreos 4, 12-13), penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu.