Lecturas: Jeremías 31, 7-9; Salmo 126 (125); Hebreos 5, 1-6; Marcos 10, 46-52
Cuando Jesús salía de Jericó seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino. Al oír que pasaba Jesús de Nazaret, el ciego comenzó a gritar: “Jesús, Hijo de David, ¡ten compasión de mí!”. Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más todavía: “Hijo de David, ¡ten compasión de mí!”. Entonces Jesús se detuvo, y dijo: “Llámenlo”. Llamaron al ciego, diciéndole: “Ánimo, levántate; te está llamando”. El ciego arrojó su capa, y dando un salto se acercó a Jesús, que le preguntó: “Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Maestro, quiero recobrar la vista”. Jesús le dijo: “Puedes irte: por tu fe has sido sanado”. En aquel mismo instante el ciego recobró la vista y siguió a Jesús por el camino. (Marcos 10, 46-52).
1. “Jesús, Hijo de David, ¡ten compasión de mí!”
En las profecías del Antiguo Testamento, como la que trae la primera lectura de hoy (Jeremías 31, 7-9), los ciegos aparecen mencionados entre los beneficiarios de la acción salvadora de Dios, junto con las demás personas impedidas para emprender el camino hacia Jerusalén después de la liberación del destierro de Babilonia (“los traeré del país del norte”) en el siglo VI AC, cantada por el Salmo 126 (125) que hoy se recita como responsorial.
Ahora bien, todos necesitamos que Dios nos ilumine para reconocer el camino a la verdadera felicidad. Por eso podemos suplicar, como Bartimeo en la primera parte del relato: “Jesús, Hijo de David, ¡ten compasión de mí!”. Esta es la breve oración que, en un relato llamado El peregrino ruso, de autor anónimo y publicado en 1865, le sugiere un monje a quien va de camino atravesando el desierto de su país, que repita para encontrarse con Dios. La versión original en griego emplea la palabra “eleyson”, que pasó a la liturgia de la Iglesia en la triple invocación del “Kyrie eleyson”: “Señor, ten piedad”.
2.- “Ánimo, levántate; te está llamando”
Ante la súplica de Bartimeo, la segunda parte del relato nos muestra dos reacciones sucesivas de la gente:
– La primera es de molestia por los gritos del ciego: “muchos lo reprendían para que se callara”.
– La segunda, motivada por Jesús, es de solidaridad con él: “ánimo, levántate; te está llamando”.
Y nosotros podemos aplicar a nuestra vida los siguientes cuatro aspectos que aparecen también en esta segunda parte del relato del Evangelio:
– Primero: Jesús no llama directamente al ciego, sino que les dice a sus discípulos que lo llamen. Dios nos llama a través de personas que dispone en nuestra vida para animarnos cuando lo necesitamos.
– Segundo: este relato nos invita a preguntarnos si estamos dispuestos a reconocer y ayudar a nuestros prójimos necesitados, animándolos a levantarse y cooperando para que reciban una ayuda efectiva.
– Tercero: Jesús nos llama para sanarnos e iluminarnos si tenemos fe, y parte de esta fe es levantarnos y desprendernos de lo que nos estorba para acercarnos a Él, como lo hizo Bartimeo cuando “tiró su capa”.
– Cuarto: entonces podemos oír internamente que Jesús nos dice: “¿Qué quieres que haga por ti?”, y, reconociéndolo al igual que Bartimeo como el Maestro que puede iluminarnos, pedirle la recuperación de nuestro sentido de la vista espiritual, oscurecido por nuestro egoísmo y nuestros afectos desordenados.
3. Recobró la vista y siguió a Jesús por el camino
En la tercera parte del relato del Evangelio, Jesús, después de devolverle la vista, le dice a Bartimeo: “Puedes irte: por tu fe has sido sanado”. Este “puedes irte” significa anda, ya puedes emprender el camino. Y Bartimeo comienza a seguir a Jesús en el camino hacia Jerusalén, signo de nuestro camino hacia la felicidad, que debe pasar por la cruz para culminar en la resurrección. Y como muchas otras veces, el propio Jesús enfatiza la importancia decisiva de la fe como requisito para obtener la sanación que necesitamos: “Por tu fe has sido sanado”.
En la segunda lectura de hoy (Hebreos 5, 1-6), tomada de una carta a judíos recién convertidos a la fe en Cristo y cuyo tema central es que Dios Padre escogió a su Hijo Jesús para que fuera el Sumo y Eterno Sacerdote del nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia, se dice que “todo sumo sacerdote (…) puede compadecerse de los ignorantes y los extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades”, Ahora bien, como lo indica la misma carta en otro lugar (Hebreos 4, 15), Jesús por su encarnación como Dios hecho hombre se hizo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, precisamente para solidarizarse con nuestra condición humana, compadecerse de nuestras debilidades y realizar así su acción salvadora.
Él está siempre dispuesto, si nos reconocemos necesitados de salvación, a liberarnos de la ceguera que nos impide reconocer el camino hacia la verdadera felicidad, siguiéndolo a Él que va delante y nos muestra ese camino, que es el camino del Amor y que es precisamente Él mismo. Por lo tanto, invocando la intercesión de María santísima y de todos los santos, dispongámonos con fe a ser sanados por Jesús de nuestra ceguera espiritual, y a seguirlo por el camino que Él nos muestra al abrirnos los ojos para reconocerlo en cada uno de los acontecimientos de nuestra vida, especialmente en los momentos de oscuridad.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones o sentimientos espirituales suscita en mí la lectura de este relato del Evangelio?
2. ¿Cómo percibo que el Señor me está llamando para realizar en mí su acción sanadora?
3. ¿Cuál considero que debe ser mi actitud al saber que Jesús me está llamando?