III Domingo de Cuaresma
Ciclo C – marzo 20 de 2022 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ En cierta ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre derramó Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Piensan ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Les digo que no; y si ustedes no se convierten, todos perecerán lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes no se convierten, todos perecerán de la misma manera». Y les dijo esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”. Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”» (Lucas 13, 1-9).
Las lecturas de este III Domingo de Cuaresma plantean tres temas importantes para nuestra reflexión: el encuentro con Dios que nos libera [Éxodo 3,1-8a. 13-15 y Salmo 104 (103)]; la vigilancia (1 Corintios 10, 1-6.10-12) y la invitación a la conversión (Lucas 13, 1-9) .
1. Cuaresma: un tiempo propicio para el encuentro con Dios liberador
La primera lectura (Éxodo 3,1-8a. 13-15) nos presenta la escena en la cual el Señor se le revela a Moisés con el nombre de Yahvé, que en hebreo significa Yo soy, y cuya traducción más completa sería Yo actúo. Ser y actuar son verbos inseparables en el lenguaje bíblico y por eso los ídolos no “son”, porque no actúan. La acción de Yahvé es una acción liberadora del Dios único que se compadece del pueblo de Israel y decide librarlo de la esclavitud que sufre en Egipto.
La rememoración de la historia del pueblo de Israel tiene un sentido especial para nosotros en este tiempo de Cuaresma: el de invitarnos a renovar, desde la fe, nuestra experiencia de la acción salvadora de Dios, que está siempre dispuesto a librarnos de la mayor esclavitud que puede padecer un ser humano: la esclavitud del pecado, que no es otra que la del egoísmo con todas sus consecuencias. Este mismo Dios liberador viene a nuestro encuentro personalmente en Jesús, cuyo nombre en hebreo –Yehoshua– proviene del término Yahvé y significa Yo actúo salvando.
Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para tener una experiencia profunda de Él, para sentir su presencia y su acción liberadora que nos anima y nos impulsa a salir de las situaciones de pecado que nos oprimen.
2. Cuaresma: un tiempo propicio para reforzar nuestra vigilancia
“El que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”, les dice el apóstol san Pablo en su primera carta a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 10, 1-6.10-12), a quienes él mismo había evangelizado. Esta exhortación a reforzar la vigilancia constante para no caer en la tentación, la hace evocando la historia del pueblo de Israel después de haber sido liberado de la esclavitud en Egipto, en su camino por el desierto hacia la tierra prometida. Durante ese camino, fueron muchas las tentaciones que experimentaron los hebreos y muchos los que cayeron descuidándose y dejándose seducir por los apetitos desordenados. Pero también hubo un resto de personas que permanecieron fieles a Dios, poniendo toda su confianza en él y siguiendo el camino del bien.
También nosotros, en medio del desierto que tenemos que atravesar durante esta vida hasta llegar a la felicidad eterna que el Señor nos promete, debemos reforzar constantemente nuestra vigilancia para no dejarnos vencer por las tentaciones, para no caer. ¿Cómo hacerlo? Pues acudiendo al poder liberador de Dios mediante la oración, poniendo cada cual de su parte mediante el autocuidado y buscando también cada cual la ayuda de otra o de otras personas cuando esté en problemas.
3. Cuaresma: un tiempo propicio para renovar nuestra actitud de conversión
La parábola de la higuera que presenta el Evangelio viene precedida de dos referencias a hechos que habían sucedido en Israel. Ambos habían sido hechos de muerte, uno por asesinato, proveniente del gobierno de los romanos, y otro por un accidente. Jesús los menciona para indicar que ninguna de estas muertes había ocurrido porque quienes las sufrieron eran pecadores, como si los hechos trágicos o las calamidades fueran consecuencia necesaria del pecado personal o colectivo, una creencia muy difundida en la antigüedad y que todavía es muy común. Contra esta suposición, Jesús nos dice que la muerte, sea cual fuere su causa, es el destino de todos y, por lo mismo, todos debemos estar listos para que no nos sorprenda desprevenidos.
Como a la higuera de la parábola, Dios nos concede el tiempo de vida terrena que nos queda para producir el fruto que espera de nosotros. Hagamos entonces en esta Cuaresma una revisión de nuestra vida. Como el labrador de la parábola, Jesús intercede por nosotros ante su Padre eterno, que es también Padre nuestro como Él mismo nos lo reveló, para que nos dé la oportunidad de vivir productivamente durante el tiempo que nos queda en este mundo. Como diría casi veinte siglos después de Cristo el famoso escritor Og Mandino en su libro El vendedor más grande del mundo (1975), “hoy es el primer día del resto de mi vida”.
Con un examen sincero de nuestra conciencia, podemos ver en qué debemos cambiar y qué debemos hacer para aprovechar lo que nos queda de vida en este mundo. Una manera muy adecuada de hacerlo es acudir al sacramento de la Reconciliación para expresar nuestra intención sincera de conversión, como también para pedir orientación y consejo y recibir, junto con la absolución de nuestros pecados, la gracia de Dios propia de este sacramento. Este tiempo de Cuaresma es especialmente propicio para ello. ¡Aprovechémoslo!