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V Domingo de Cuaresma
Ciclo A – Marzo 6 de 2023
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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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Lázaro, de Betania, la aldea de María y Marta, sus hermanas, había caído enfermo, y ellas le mandaron a decir a Jesús: «Señor, tu amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó dos días donde estaba, y luego dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». Los discípulos le replican: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?». Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz». Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». Le dijeron sus discípulos:
«Señor, si duerme, se salvará». Jesús se refería a su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de que no hayamos estado allí, para que crean. Y ahora vamos a su casa». Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
«Vamos también nosotros y muramos con él». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén, unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y le dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y quién vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo». Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama». Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella consolándola, al ver que se levantaba y salía de prisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar. Cuando llegó adonde estaba Jesús, se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Jesús, viendo llorar a María y a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo han enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús lloró, y los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y quién le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?». Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quiten la losa.» Marta le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Jesús le replica: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera». El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo andar». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él (Juan 11, 1-45).
Hoy la Palabra de Dios nos invita a prepararnos para la Semana Santa situándonos en la perspectiva de la resurrección. El Evangelio nos muestra varios aspectos de esta perspectiva, pero destaquemos tres, teniendo en cuenta también las otras lecturas.
1. Jesús llorando nos enseña a compartir el dolor
Jesús les tenía un afecto especial a los hermanos Lázaro, Marta y María, y acudió con sus discípulos a la casa de estos amigos -por la cual solía pasar en sus viajes a Jerusalén-, para acompañar a Marta y María en el dolor. Es en los momentos difíciles cuando se muestra la verdadera amistad.
Por otra parte, en contra de la máxima que pretende impedir a los varones expresar sus sentimientos, Jesús expresa llorando el afecto que lo une a aquella familia. Ese es Dios hecho hombre, que nos enseña con su comportamiento cómo se comparte el dolor: no sólo solidarizándose con Marta y María en el llanto, sino además animándolas a tener fe y esperanza en el poder resucitador de Dios.
2. De las resucitaciones a la resurrección
Los Evangelios cuentan tres resucitaciones obradas por Jesús: la de la hija del jefe de la sinagoga en Cafarnaúm (Mc 5,35-43), la del hijo de una viuda en Naím (Lc 7,11-17), y la de Lázaro. En la Biblia aparecen además las de dos niños obradas por los profetas Elías (1 Re 17,8-24) y Eliseo (2 Reyes 4,8- 37), y las de una mujer y un joven efectuadas por los apóstoles Pedro y Pablo (Act 9,36-43; 20,9-10). Fueron “resucitaciones”, distintas de lo que podemos entender por resurrección cuando se afirma que Jesús “resucitó de entre los muertos”, o sea que Él después de su muerte pasó a una vida nueva, distinta de la terrena: una vida inmortal con un cuerpo glorioso, es decir, “espiritual”, como lo designa Pablo al explicar desde la fe lo que también será nuestra resurrección (1 Cor 15,35-44).
Por eso, más allá de explicaciones como las de estados de catalepsia o muertes aparentes por ausencia de signos vitales perceptibles, o “regresos” después de haber experimentado “el túnel”, el significado de fondo de las lecturas bíblicas de este domingo es que para todo ser humano, por la acción de Dios, puede comenzar un nuevo porvenir, como lo expresa simbólicamente la primera al referirse a la liberación del pueblo israelita esclavizado en Babilonia cinco siglos A.C. (Ez 37,12-14): “Esto dice el Señor: Pueblo mío, voy a abrir sus sepulcros; voy a sacarlos de ellos y hacerlos volver a la tierra de Israel. Y cuando yo abra sus sepulcros y los saque de ellos, reconocerán, pueblo mío, que yo soy el Señor. Pondré en ustedes mi aliento de vida, y ustedes revivirán; y los instalaré en su propia tierra.” Ese aliento de vida es el Espíritu Santo que produce en los seres humanos una nueva creación, y a esto se refiere Pablo en la segunda lectura (Ro 8,11): “así como con la fuerza de su Espíritu Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, vivificará también nuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en nosotros”.
3. La fe es condición indispensable para “ver la gloria de Dios”
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Estas palabras de Jesús a Marta son también dirigidas a cada uno de nosotros. “Ver la gloria de Dios” es experimentar y reconocer su poder –que es el poder del Amor– presente y actuante en las circunstancias concretas de nuestra vida, y que nos abre a la posibilidad de revivir a partir de las situaciones negativas en las que podemos encontrarnos, por oscuro que sea el panorama y por insolubles que nos parezcan los problemas.
Esta vivencia del poder vivificante de Dios no es posible sin una actitud de fe. La necesitamos siempre, pero de manera especial cuando las sombras del dolor y de la muerte amenazan con sumirnos en el pesimismo y la desesperanza. Al aproximarnos ahora a la celebración anual solemne de la pasión, muerte y resurrección de Cristo –su misterio pascual–, pidámosle que reavive en nosotros el don de la fe, para que podamos experimentar en nosotros la presencia y la acción renovadora de su Espíritu “dador de vida”. Así sea.
Preguntas para la reflexión:
- ¿Cómo siento que puedo aplicar este relato a mi vida?
- ¿Cuál de las frases de Jesús en este relato me impacta más y cómo me interpela?
- ¿Hasta qué punto hemos entendido en nuestra vida de fe que la Resurrección de Cristo ha sido en Espíritu y que de la misma forma la vida eterna que esperamos será también en espíritu?