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II Domingo de Cuaresma
Ciclo A – Marzo 05 de 2023
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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo». Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no teman.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» (Mateo 17, 1-9).
El mensaje de este II Domingo de Cuaresma, se centra en el tema de la fe. La primera lectura (Génesis 12, 1- 4) nos muestra al patriarca Abraham como modelo del creyente; la segunda (2ª Carta de san Pablo a Timoteo 1, 8-10) nos invita a tener fe en la fuerza que Dios nos da para no desfallecer a pesar de las dificultades que implica seguir a Jesús, y el Evangelio (Mateo 17, 1-9) nos presenta a Jesús transfigurado fortaleciendo la fe de sus discípulos.
1.- La fe de Abraham, modelo del hombre creyente
La historia de Abraham, nombre que en hebreo significa “padre de multitudes” – cuya raíz lingüística corresponde al término “Abba” que Jesús emplearía para dirigirse a Dios Padre-, es narrada desde el capítulo 12 hasta el 25 del libro del Génesis como la de un hombre de fe que vivió unos veinte siglos antes de Cristo y que es reconocido como el padre del monoteísmo, es decir, de la fe en un solo Dios, creador del universo. Como dice la primera lectura, este hombre sale de su patria, dejando atrás la ciudad pagana y politeísta llamada Ur y situada en el país de Caldea –desde donde posteriormente iba a desarrollarse el imperio de Babilonia-, y emprende un camino hacia el futuro que el Dios único le promete como un porvenir de felicidad, no sólo para él y su descendencia, sino también para todos los seres humanos: “En Ti serán benditas todas las familias de la tierra”. También nosotros hemos sido llamados por Dios a ponernos en camino hacia un futuro de felicidad, y este llamado se actualiza cuando escuchamos con atención su Palabra.
Para responder positivamente, necesitamos disponernos a que el Señor nos conceda el don de la fe. Una fe que nos haga posible, como lo hizo Abraham, no sólo emprender, sino además seguir recorriendo con perseverancia el camino que Dios mismo nos muestra para alcanzar la meta prometida.
2.- Jesús transfigurado fortalece la fe de sus discípulos
Dios nos muestra en Jesucristo el Camino de la verdadera felicidad: amar a Dios sobre todas las cosas -es decir, sin convertir en ídolos nada que no sea Dios- y a nuestros prójimos no sólo como a nosotros mismos, sino como Dios mismo mostró en la persona de Jesús que nos ama a todos: con un amor misericordioso, hasta entregar la propia vida.
Jesús les había anunciado a sus discípulos que lo iban a matar y que al tercer día resucitaría (Mt 16, 21), y luego les había dicho: “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo (o sea, renuncie al egoísmo), cargue con su cruz y sígame” (Mateo 16, 24). Este anuncio y esta exhortación causaron en ellos un efecto de desaliento. Él había dicho al final que iba a resucitar, pero ellos no habían entendido esto y quedaron confundidos. Entonces, para animarlos y fortalecerlos en la fe, Jesús invita a tres de ellos a subir a una montaña -que la tradición ha identificado como el Monte Tabor- y allí les manifiesta su gloria haciéndoles ver en forma luminosa lo que sería el acontecimiento de su resurrección, e indicándoles que en Él se cumplirían las promesas contenidas en el Antiguo Testamento, específicamente en los textos bíblicos de la Ley y de los Profetas, simbolizados por las figuras de Moisés y de Elías, a quienes Dios se les había revelado en el Monte Sinaí, también llamado Horeb (Éxodo 3,1-14; 19,1-5 y 1 Reyes 19,8-14).
Nosotros necesitamos que, en medio de la oscuridad, de las circunstancias problemáticas y difíciles de nuestra existencia, cuando nos sentimos abrumados por el peso de la cruz que a cada cual le corresponde cargar, el Señor se nos manifieste animándonos desde la fe, iluminándonos con su propia luz y dándonos la fuerza que necesitamos para no desfallecer en el camino de esta vida, que no es un camino de rosas sin espinas, en el que debemos afrontar con valor las situaciones difíciles que se nos presentan y esforzarnos por superarlas con su ayuda. Para esto, es preciso que busquemos espacios de oración en los que podamos oír en nuestro interior, iluminados por el Espíritu Santo que en el relato del Evangelio se presenta en la forma de una nube de luz, la voz de Dios Padre que nos dice, como a aquellos discípulos de Jesús: “Este es mi Hijo… escúchenlo”.
3.- Jesús nos invita a confiar en Él, venciendo así los temores
«Levántense, no teman». Estas palabras de Jesús inmediatamente después de su transfiguración, son también para nosotros. Él se nos acerca transfigurado en la Eucaristía, alimentándonos con su propia vida y dándonos así la energía que necesitamos para levantarnos espiritualmente y recorrer sin desanimarnos, a pesar de las dificultades, el camino que Él mismo nos señala y que nos conduce a la felicidad verdadera, no sólo en esta vida sino sobre todo en la eterna, hacia la cual nos dirigimos con la esperanza que proviene de la fe en su resurrección gloriosa, prenda de nuestra resurrección futura.
La segunda carta del apóstol san Pablo a su colaborador Timoteo -segunda lectura- nos dice que todos los creyentes en Jesucristo hemos sido llamados con una “vocación santa”, y que este llamamiento es precisamente el que nos hace Jesús resucitado al invitarnos a seguirlo, ayudados por “la fuerza de Dios”, que es el Espíritu Santo. Pidámosle finalmente a María Santísima que nos alcance de su Hijo Jesús una disposición constante a escucharlo y poner en práctica sus enseñanzas. Así sea.
Preguntas para la reflexión:
- ¿Con qué palabra o frase resumiría la experiencia de la transfiguración y qué aplicación le encontraría a este relato para mi vida actual?
- ¿He tenido momentos de “transfiguración” en mi vida, es decir, he vivido situaciones en las cuales se me ha manifestado el Señor para animarme en medio y a pesar de las dificultades?
- ¿Qué significa para mí “escuchar” a Jesús? ¿De qué formas siento que él me ha hablado o me está hablando, y cómo siento que debo responderle?