Lucas 4:1-13, domingo, marzo 6 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ Las tentaciones de Jesús en el desierto son narradas en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas. En el Evangelio de Marcos no se especifica su contenido como se hace en Mateo y Lucas, con cierta similitud. En ambos relatos ofrece Satanás a Jesús “todos los reinos del mundo” a cambio de su obediencia con la singularidad en Lucas que Satanás alega su soberanía y autoridad sobre dichos reinos porque “a mí me ha sido entregada, y a quien quiero se la doy”. En Mateo no alega tal derecho y pide a Jesús que se arrodille: “ Todo esto te daré si postrándote me adoras”. En tiempos de Jesús quien alegaba tener dominio sobre todos los reinos era el poder romano. Tal poder habría sido dado al Emperador por Satanás, en concepto de Lucas. Jesús habría contrapuesto el principio consagrado en el Deuteronomio: “ A Yahveh tu Dios temer ás, a él le servirás” (Dt 6:13). Será el modelo de comportamiento a seguir para sus discípulos frente al imperio: resistir a la idolatría y adorar solo a Yahvéh. La oposición de los judíos a sus invasores surgía de sus convicciones teológicas. Esperaban una teocracia, un gobierno de Dios; por esto los reyes debían ser ejecutores de la voluntad divina; cuando se apartaban recibían la crítica de los profetas. Varios textos del Nuevo Testamento ven la muerte y resurrección de Jesús como el destronamiento de Satanás y el fin de su dominio. Las tentaciones están precedidas de una especie de chantaje: “ si eres Hijo de Dios”, lo que debía darle poder para convertir una piedra en pan, dominar los reinos de la tierra y lanzarse del pináculo del Templo. Es decir, que tal sería la imagen que Satanás tendría de lo que sea ser hijo de Dios. Una comprensión errada de lo que mostrará Jesús con su vida. La gente de Nazaret, en contraste, lo llama hijo de José: “ Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: ¿No es éste el hijo de José?” (Lc 4:22). Pero el programa que Jesús expone en la sinagoga de Nazaret, citando al profeta Isaías, se opone al programa de Satanás en las tentaciones.
En el Evangelio de Marcos, donde aparece el llamado “secreto mesiánico”, son los demonios los que reconocen a Jesús como “hijo de Dios”. Igual sucede en Lucas: “ Sal ían también demonios de muchos, gritando y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo” (Lc 4:41). Jesús llega a las tentaciones “guiado por el Espíritu” y son ocasión para que aclare desde el comienzo lo que no es su misión: no es de alimentarse ni alimentar a otros con piedras vueltas panes; ni es de dominio de las naciones; ni es de espectacularidades en el Templo de Jerusalén. Sus enseñanzas irán en la línea opuesta de compartir, servir, crecer como semilla sin ser notada. Jesús volverá a ser tentado o puesto a prueba en su vida con preguntas capciosas o malinterpretación de sus gestos. Jesús rechazará una falsa comprensión de la manera en que debe comportarse el Hijo de Dios en este mundo. La escena de las tentaciones no es más que una serie de rechazos a las ambiciones humanas de tener, poder y valer que son connaturales al hombre. Pero Jesús, en el desierto, muestra los criterios de su misión futura.
Aunque algunos escritos cristianos dirán que Jesús vence las tentaciones mediante el ayuno, como se expresa en la vida de san Antonio, monje del desierto, escrita por san Atanasio, lo que nos dice el texto es que acude a las Escrituras para contra-argumentar y resistir. Juan nos dice que es la Palabra (verbo, logos) encarnada. Sus palabras y gestos serán el corazón de las Escrituras Cristianas. En vez de volver una piedra pan, hará una distribución de panes y peces, narrada seis veces en los evangelios. En vez de desear o alabar el dominio sobre los reinos de este mundo, expresará que su reino no es de este mundo y que “los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no as í vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve” (Lc 22:25-26). En vez de arrojarse desde el alero del Templo para ser recibido por ángeles, asciende a la cruz condenado precisamente por los que hablaban a nombre del judaísmo y del Templo. Precisamente en la cruz volverán las tentaciones con un chantaje similar al del desierto: “Si eres hijo de Dios”. En la cruz escucha “a otros ha salvado, que se salve a sí mismo” (Lc 23:35). Resuena tres veces la llamada a salvarse a sí mismo, introducida dos veces como las tentaciones del desierto: “Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!” (Lc 23:37) y la tercera con: “¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!” (Lc 23:39). Esto está en concordancia con lo que expresa el Evangelio de hoy: “Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno”. Las tentaciones no abandonan a Jesús a lo largo de su vida como no abandonan a los creyentes. Siempre nos toca enfrentar las ambiciones de tener, poder y valer. El programa de Nazaret sigue siendo el programa de la iglesia, lo mismo que las tentaciones de Jesús en el desierto siguen siendo las tentaciones de la iglesia a las que le toca resistir. Ha sido clara, por ejemplo, la tentación de dominar reinos[1].
El desierto (palabra que significa igualmente soledad, lugar solitario) tiene un sentido ambiguo para el pueblo judío. En el desierto es encontrado por Yahvéh, durante el éxodo de Egipto, en el oasis de Kadesh-Barnea pero igualmente en el desierto es tentado el pueblo con la adoración del becerro. En el desierto se puede escuchar la voz de Yahvéh puesto que en él se realiza el pacto del Sinaí pero se pueden sentir también las tendencias humanas que se revelan contra Dios. Por ejemplo, cuando se quejan de hambre y prefieren las ollas de Egipto al maná sin cuerpo. En la primera tentación, Jesús se resiste a utilizar a Dios para convertir la piedra en pan porque “no solo de pan vive el hombre”, que es una lección del desierto: “ Te humill ó, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh” (Dt 8:3). En la segunda tentación, figurativamente Jesús mira el mundo desde una montaña alta. A sus pies se le presentan “todos los reinos”, construidos con base en la fuerza, la violencia, la guerra, la invasión y muchas injusticias más. Pero Jesús busca otro reino que es el reinado de Dios, con base en lo contrario. Satanás le ofrece “el poder y la gloria” si se le somete. Nuevamente Jesús reacciona con una expresión que viene de la experiencia en el desierto: “C uida de no olvidarte de Yahveh que te sac ó del país de Egipto, de la casa de servidumbre. A Yahveh tu Dios temer ás, a él le servirás, por su nombre jurarás” (Dt 6:12-13). El reinado de Dios no viene del poder. No es posible imponer el poder sobre los demás sin servir a fuerzas de destrucción humana. A quienes buscan el dinero o el poder les toca arrodillarse ante fuerzas que deshumanizan. En lo alto del Templo es tentado Jesús de buscar seguridad. Nuevamente Jesús acude a las Escrituras que reflejan la experiencia del desierto: “ No tentar éis a Yahveh vuestro Dios, como le habéis tentado en Massá” (Dt 6:16). Los judíos esperaban no caer en las tentaciones de los pueblos vecinos y crear una sociedad singular, de contraste con ellos. Similar idea es la cristiana con su grupo de seguidores de Jesús: crear una sociedad alternativa fraterna y solidaria. Es la idea que debe mantener viva la iglesia: ser sacramento de salvación para la humanidad; no para sí misma. El cristianismo no es una religión para refugiarse del mundo sino para transformarlo en un mundo más humano, al modo de Jesús.
[1] Tentaciones que llegaron, por ejemplo, con Constantino y Carlomagno.