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Mayo 15: Gloria de Dios y gloria de Jesús

Juan 13:31-35, domingo, mayo 15 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ  En el judaísmo el concepto de gloria (kavod, en hebreo) tenía connotaciones sociales, morales y teológicas. La gloria implicaba respeto, honor, reverencia, importancia y distinción. Un judío daba gloria (kavod) a Yahvéh y a su vez Yahvéh era la gloria (kavod) del creyente. La gloria era una cualidad propia de Dios que el creyente se reduce a reconocerla, sin poder propiamente crearla. Ninguna acción del creyente judío puede aumentar la gloria de Yahvéh, pero curiosamente cualquier indignidad o acto de deshonor reduce tal gloria y causa una profanación, no solamente del buen nombre del judío sino de Yahvéh mismo, especialmente grave si se hace en público. En la liturgia, la gloria de Dios se expresa en las doxologías que proclaman su infinitud. En el Evangelio sigue Jesús tal pensamiento judío y reprueba que se pueda buscar la gloria de los hombres: «C uando des a los necesitados, no lo anuncies al son de trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente les rinda homenaje» (Mt 6:2). En el Evangelio de Juan es aún más crítico y hace el buscar gloria incompatible con la fe: «¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?» (Jn 5:44). El apóstol Pablo da la única razón valedera para el gloriarse del hombre y tal razón resulta contradictoria. « En cuanto a m í ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!» (Gal 6:14).
El judaísmo, que da por supuesta la existencia de Yahvéh (no trae pruebas de su existencia) ve en toda la creación la proclamación de la gloria de Yahvéh. « Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento» (Sal 19:1). El sacrificio de Isaac, que para el judaísmo se llama “atadura” (aqeda), exige su consentimiento y es para el judaísmo el modelo de quien está dispuesto a dar su vida por la gloria de Yahvéh. Algo similar es lo que expresa el Evangelio de hoy cuando hace del momento de mayor glorificación de Dios el momento de la muerte de Jesús. Esto lo lleva a narrar la pasión con una perspectiva diferente a la de los sinópticos, pues Jesús da su vida libremente y ni siquiera hay entrega o traición en Getsemaní: « Les pregunt ó de nuevo: ¿A quién buscáis? Le contestaron: A Jesús el Nazareno. Respondi ó Jesús: Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos» (Jn 18:7-8). En el caso de Isaac hay substitución por un cordero, lo que no sucede en el caso de Jesús. El canto del libro de Isaías, llamado el trisagio (tres veces santo), es puesto en boca de los serafines quienes proclaman la gloria unida a la santidad: « Y se gritaban el uno al otro: Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot: llena está toda la tierra de su gloria» (Is 6:3). Hoy nos resulta difícil asimilar lo de Sabaot pues alude al Dios de los ejércitos y proclamamos un Jesús pacifista. El trono de gloria para Yahvéh sería anterior a la creación. De acuerdo con el pensamiento rabínico, Yahvéh creó siete cosas antes de la creación del mundo: la Torah (sabiduría de Israel), el jardín del Edén, el arrepentimiento, la Gehena, el trono de gloria de Yahvéh, el templo celestial (del cual el templo de Jerusalén era una reproducción terrenal) y el nombre del Mesías. Tales pre-existencias no implican eternidad (atribuida solamente a Yahvéh) sino anterioridad al mundo. En desarrollo del pensamiento judío, la gloria (kavod) se transforma en Sekinah (inmanencia divina en la creación) que, según algunos comentaristas, sería lo más cercano a la idea cristiana de encarnación. La Sekinah se revelaría preferentemente en el Templo de Jerusalén. Yahvéh habría creado todo, incluyendo al hombre mismo, para su propia gloria, lo cual contrasta con el pensamiento de Juan de que Dios crea todo por amor, un amor que es básicamente sacrificial, que no busca lo propio. La gloria de Dios como objetivo del hombre fue expresada por san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales. Así lo expresa en el Principio y Fundamento: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado”. Pero tal idea, confrontada con Jesús quien no vino a ser servido sino a servir, nos va llevando a que alabar, hacer reverencia y servir a Dios es parecernos a Jesús. Así podríamos unir el principio judío de la gloria a Dios con el principio de Juan sobre el amor. San Ireneo de Lyon lo expresaba en la conocida frase: “La gloria de Dios es que el hombre viva [1] .”
Una oración frecuente del judío antes de leer la Torah, dice: “Bendito seas Dios que nos creaste para tu gloria y nos separaste de quienes andan extraviados; y nos has dado la Toráh y así has sembrado vida eterna en medio de nosotros. ¡Quieras abrirnos el corazón a la Toráh!”. Las riquezas, aunque se consideren a menudo bendición de Dios, igualmente son la tentación que puede oscurecer la gloria a Dios: «Así dice Yahvéh: No se gloríe el sabio por su sabiduría, ni se gloríe el valiente por su valentía, ni se gloríe el rico por su riqueza» (Jr 9:22). Pero la gloria, referida a Yahvéh, no lo designa en sí mismo, en su esencia, sino en su manifestación. A la manera como en el nacimiento de Jesús en Lucas los ángeles entonan el gloria: « Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace» (Lc 2:14). Se requiere de todo el recorrido de los evangelios para entender lo que significaba la encarnación como gloria.
Jesús muestra su mayor gloria, según el evangelio de Juan, cuando asciende a la cruz por amor a sus amigos. Quien más utiliza la palabra gloria (doxa, en griego) en el Nuevo Testamento es el apóstol Pablo y luego el Evangelio de Juan. Pablo usa expresiones como: “dar gloria a Dios”, “para gloria de Dios”, “alabar y glorificar a Dios”, “el padre de la gloria”, “gloria de Dios”, “esperanza de la gloria”. En esto quizás refleja su mentalidad judía. Así como en el Evangelio de Juan buscar la gloria de los hombres es incompatible con la fe, en Pablo es incompatible con ser cristiano. Pablo soporta, por el Evangelio, la deshonra. En esta vida, el glorificado debe ser Dios no solamente en el culto sino también en la predicación y la acción. En el culto, se cierra con el ¡amén! que expresa el deseo y el compromiso de que sea así (un subjuntivo más que un indicativo).
Si el momento de mayor gloria de Jesús es su muerte, es porque le gana la resurrección. En este Evangelio coinciden, como se ha dicho varias veces, muerte, resurrección, glorificación y ascensión. En los evangelios de Mateo y Lucas aparecen en escenas separadas en el tiempo y el espacio. Que por la resurrección el poder transfigurador de la gloria actúa ya desde ahora en los creyentes, es afirmado por Pablo varias veces. En la carta a los romanos nos dice que toda la creación gime con dolores de parto esperando la transfiguración que deben manifestar los hijos de Dios. Es tema frecuente en la teología ortodoxa (oriental), más que en la occidental, enfatizar el carácter cósmico, universal de la resurrección. No abarca solamente al hombre sino toda la creación. Algo de esto resuena en la encíclica Laudato si´ (sobre el cuidado de la casa común) y en el Evangelio de Marcos en donde, luego de la resurrección, son enviados los discípulos a predicar a toda la creación (a todo el cosmos). En Mateo son enviados a predicar a las naciones (los gentiles o incircuncisos).
En el Evangelio de Juan, de escatología realizada, la gloria de Dios se manifiesta en la historia, aquí y ahora. «El que cree en él, no es condenado; pero el que no cree, ya está condenado» (Jn 3:18). Vida abundante es la gloria de Dios.
 
[1] San Oscar Arnulfo Romero la parodiaba diciendo que la mayor gloria de Dios es que el pobre viviera o al menos sobreviviera.

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