Marcos 16:15-20, domingo, mayo 16 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ Que las personas que han prestado grandes servicios a la humanidad deban tener un final concorde con su vida, es idea común a muchas culturas. En la literatura judía se atribuía un final diferente a la tumba a personajes como Moisés, Elías, Enoc, Isaías, Baruc, Esdras e incluso algunos rabinos como Yishma’el ben Elisha pues habrían ascendido (aliyyah, en hebreo) al cielo. Esto porque los consideraban cercanos a Yahvéh y sin tumbas conocidas. El relato más sugerente es el de Moisés que muere solo, en presencia únicamente de Yahvéh. También había literatura en contrario, pues el judaísmo no era de dogmas absolutos. Algunos personajes como Elías podrían viajar del cielo a la tierra en cualquier momento. Igualmente se llamaba ascensión (aliyyah) el “ascender” a la tierra de Israel desde la diáspora y el “ascender” a la lectura de la Torah. Los 15 salmos llamados de ascensión (124 al 135) eran para cantarse camino a Jerusalén, ubicada en la elevación del monte Sión. Los mapas de los cristianos medievales colocaban a Jerusalén como el centro de la tierra, como el centro del universo, por ser el lugar de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Marcos, sin embargo, ubica la ascensión en Galilea. Ir al seno de Abrahán, como el pordioseo Lázaro en el evangelio de Lucas, era más bien ir al limbo de los patriarcas a esperar la resurrección final. De Enoc dice el Génesis que vivió “365 años (los días del año) y caminó con Yahvéh pero no estaba porque Yahvéh lo tomó” (Gn 5:21-24). Incluso de Alejandro Magno se decía que no habría muerto (murió joven y de paludismo, lo sabemos) sino que habría ascendido en un carro de fuego al cielo. Le aplican el esquema narrativo de la “apoteosis” (camino a Dios) del emperador, propio de las literaturas egipcia, griega y romana. Cristo estaría a nivel de los emperadores y faraones. Como el sol que asciende sobre la tierra. Es el esquema cosmológico de Ptolomeo de la tierra plana, con el infierno bajo ella y el cielo encima de ella. También se hablaba de ascensión del alma al cielo y del rapto, aplicado incluso a Rómulo, fundador legendario de Roma[1]. Igualmente se dice de Mahoma, el profeta, que ascendió desde una roca en Jerusalén, en donde habría quedado la huella de su pie. Por otro lado sabemos que la Biblia es eminentemente geocéntrica y la única mención expresa de ascensión sería la de Elías, por razones que responden a la mentalidad judía de volver a la tierra a explicar las Escrituras. Sería el rabino de los rabinos esperado. No en vano se compara a Jesús, al igual que al bautista, como un nuevo Elías.
En sentido figurado se habla de ascensión espiritual, no solamente en el judaísmo sino en muchas religiones en sus escritos místicos. Hasta en Platón debemos ascender al mundo de las ideas y en Aristóteles, al estado divino de la contemplación. En el cristianismo, dada la importancia y número de los mártires, se habló de su ascensión inmediata al cielo, incluso sin bautizar, pues habrían recibido “bautismo de sangre”. Hacia finales del siglo II aparece la fiesta cristiana de Pentecostés, sobre la fiesta judía de Shavuot, para marcar los 50 días desde Pascua y en el siglo IV se une a ella la fiesta de la ascensión, hoy ubicadas a los 40 y 50 días de Pascua[2]. En un esquema cronológico, sube primero al cielo y desde allí envía su Espíritu. En el evangelio de Juan todo es simultáneo. La ascensión de Moisés al Sinaí se transmuta en la ascensión de Jesús al cielo. En Pablo no aparece cronología ninguna en un esquema similar al del evangelio de Juan. La ascensión no coloca a Cristo lejos en un lugar geográfico inexistente sino como finalidad de las creaturas; modelo de lo que les espera; pre-anuncio de lo que pueden esperar y a lo que pueden aspirar. En una lectura alegórica de la ascensión, al llevarse Jesús su cuerpo al cielo, la creación en la que se había encarnado se hace inseparable de la redención. Es así como en Marcos el mandato es a predicar no a todas las naciones como en Mateo, o a esperar instrucciones del Espíritu como en Lucas, sino a toda la creación. Creación, encarnación, resurrección, salvación forman una cadena ininterrumpida en Juan.
La ascensión, sin embargo, deja preguntas inquietantes para la comunidad creyente. Se preguntan ahora por el descenso en gloria pues el primer descenso habría sido en cruz y muerte. Es lo que se llama “segunda venida” o parusía. “Y dijo Jesús: Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo” (Mc 14:62). En Dios no podía funcionar el esquema normal humano de nacimiento al comienzo y muerte al final. Si Cristo era la finalidad última de la creación, esta aún no veía su realización. Abandonar el mundo sería negar la razón de la encarnación, al menos como la entiende Juan, que habría sido por amor al mundo (cosmos). Igualmente la resurrección en Pablo, quien la proclamaba para toda la creación. Para Jesús volver a la derecha del Padre era su “viaje redondo”, pero para el creyente era señalar su meta. Como se decía de Santa Teresita del Niño Jesús, se trata de bajar el cielo a la tierra. Para la salvación tan necesario es el cielo como la tierra. Una mera ascensión interior, ascensión hacia adentro, no puede terminar en una huida del mundo que negaría la vida terrena de Jesús. Niega la nueva creación, los nuevos cielos y la nueva tierra, el hombre nuevo; todo lo que debe surgir de lo que ya hay como señala la resurrección. “ ¡Yo hago nuevas todas las cosas! ” (Ap 21:5). La conversión no arranca de cero sino de lo que hay dando sobre él una nueva visión, un nuevo destino, un nuevo derrotero hacia el futuro de lo que ya existe.
El Jesús que asciende no marca una ausencia sino una nueva presencia, como sucede con la resurrección. Sigue vivo en la comunidad como en las tres veces en que dice a Saulo en el camino de Damasco: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hechos 9:5, 22:8, 26:15). Se identifica con los creyentes como es la idea de cuerpo de Cristo en la carta a los corintios. El Jesús que reina a la diestra de Dios Padre es el mismo que sufrió y sigue sufriendo con su pueblo. La ascensión, más que marcar y consagrar la distancia de la tierra al cielo, marca su unión. Los cielos invaden la tierra, y la tierra es preocupación del cielo. En esa dialéctica incesante entre cielo y tierra, entre encarnación y ascensión, se da la salvación. Si bien con solo el mundo no hay salvación, sin el mundo tampoco la hay. Si existe el nacimiento de Dios en el hombre (la encarnación), también existe el nacimiento del hombre en Dios (la ascensión). Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios, nos dice la teología ortodoxa (oriental). La naturaleza humana, aún siendo creada, está llamada a ser divina por gracia. Al hombre creyente le toca acostumbrarse a vivir en estas antinomias, pues si el hombre dice: “Yo soy imperfecto”, Dios le responde: Sed perfecto (misericordioso) como el Padre que está en los cielos es perfecto (misericordioso); el hombre dice: “Soy polvo y nada”, y Cristo le dice: “Ustedes son dioses y son mis amigos”. El ser humano es el único en la creación que aún no es, que está en proceso, en construcción. La categoría de ascensión, al igual que la de resurrección, no es para aplicarse únicamente a Jesús (verdadero hombre), sino a todo ser humano cuya naturaleza confesamos que está presente a la derecha del Padre. La ascensión expresa la dignidad a la que está llamado y lo confesamos sucedido ya en María. Del cielo queda excluido el pecado, no el cuerpo.
[1] No hay ascensión en Buda quien muere anciano en su lecho, como corresponde a una religión naturalista.
[2] El esquema de fiestas cristianas es similar al de las fiestas judías en un ciclo de un año y tres años para las lecturas. Surgen de los ciclos de la naturaleza (4 estaciones). La naturaleza es la liturgia original de todas las religiones.