Pascua – domingo V B (2-mayo-2021) Por: Jorge Humberto Peláez, SJ
jpelaez@javeriana.edu.co Lecturas:
Hechos de los Apóstoles 9, 26-31
I Carta de san Juan 3, 18-21
Juan 15, 1-8
Estas semanas de Pascua van transcurriendo velozmente. Ya estamos en el V domingo. Hemos venido meditando sobre las experiencias de la Iglesia Apostólica y su actividad evangelizadora. Para nosotros estas escenas de alegría y esperanza se ven ensombrecidas por el agotamiento que nos produce esta larga pandemia con sus crueles secuelas de aislamiento, pobreza, enfermedad y muerte. Hoy, más que nunca, necesitamos dirigir nuestra mirada al Señor resucitado y encontrar en Él la energía y la esperanza que se nos están agotando.
La orgullosa tecnociencia del siglo XXI contempla impotente la crisis de las UCI, la curva ascendente de las personas que resultan positivas y los muertos. Atemorizados, pedimos: Señor, ten misericordia de nosotros.
Nuestra meditación dominical desarrollará tres puntos:
En primer lugar, observaremos a Pablo de Tarso en sus primeras acciones evangelizadoras, poco después de su conversión.
En segundo lugar, profundizaremos en la sencilla e inspiradora visión de la vida cristiana que hace san Juan en su I Carta.
En tercer lugar, contemplaremos el profundo mensaje de espiritualidad que nos presenta Jesús al desarrollar la imagen de la vid y los sarmientos. Es un rico tratado de teología espiritual.
Empecemos por el relato de los Hechos de los Apóstoles, que nos muestra a Pablo en la ciudad de Jerusalén, poco después de su conversión. En este texto queda consignado un interesante comentario sobre los sentimientos y temores de algunos miembros de la comunidad. Nos dice el texto: “Llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, porque no se fiaban de que era realmente discípulo”. Un manto de sospecha cubría a Pablo. Todos recordaban su activa participación en la cruel lapidación de Esteban. Pablo se había distinguido por su apasionado fanatismo contra los seguidores de Jesús. En consecuencia, era muy difícil que la comunidad lo aceptara como uno de los suyos.
Era, pues, de vital importancia que Pablo se encontrara con los apóstoles. Bernabé fue quien facilitó esta reunión. Leemos en los Hechos de los Apóstoles: “Entonces Bernabé lo presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús”.
A partir de este encuentro, Pablo fue acogido dentro del grupo e inició su actividad apostólica. Es impactante su energía y la elocuencia de su argumentación. En el texto que hoy nos propone la liturgia, leemos que su predicación encontraba la admiración de unos y suscitaba rabia en otros.
Vayamos ahora a la I Carta de san Juan. Allí encontramos una interesante visión sobre la vida cristiana, que consta de dos puntos: la actitud interior del creyente y la manifestación externa de sus convicciones:
“Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”. Esta es la esencia de la fe; el amor a Dios y al prójimo son inseparables. La fe cristiana no consiste en un largo listado de formulaciones teológicas y preceptos morales. Se resume en el doble mandamiento del amor.
Esta actitud profunda del corazón del creyente genera una dinámica que impregna su obrar: “Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”.
Así el apóstol Juan nos una ofrece una visión sintética sobre la vida cristiana, en la que el amor es la inspiración. Estos criterios tan concretos y prácticos reemplazan muchos libros que se han escrito sobre la fe en el Señor resucitado.
Llegamos así al tercer punto de nuestra meditación, el hermoso relato sobre la vid y los sarmientos, que ofrece una profunda lección sobre la oración y la vida interior. Para comprender la riqueza de este símbolo, recordemos que Israel tenía unas condiciones excelentes para el cultivo de las uvas.
La argumentación que utiliza Jesús era muy simple y comprensible para todos los que lo escuchaban: “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí”. Cuando una rama es separada del tronco, se queda sin nutrientes y muere.
Con esta imagen tan sencilla, tomada de la vida campesina, Jesús nos da una profunda lección de espiritualidad. La oración y la participación en los sacramentos de la Iglesia nos nutren espiritualmente. Si nos alejamos de estas prácticas, nuestra vida interior languidecerá. Se debilitarán la fe, la esperanza y el amor. Nos sentiremos desmotivados para la lucha diaria. “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada”.
Este texto sobre la vid y los sarmientos debería ser meditado continuamente por los sacerdotes y demás agentes pastorales. La Iglesia no es una ONG que ofrece servicios diversos. En la Iglesia se nos comunica la vida divina. Por lo tanto, sus ministros debemos estar íntimamente conectados con Jesucristo que es la fuente de la gracia. No somos unos simples influencers que promovemos unos productos. Somos sembradores de la Palabra de Dios, absolvemos los pecados en nombre de Jesucristo, presidimos la eucaristía. Si no estamos íntimamente unidos al Señor, nuestras vidas carecerán de sentido.