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Mayo 2: Sin mí no pueden hacer nada

V Domingo de Pascua, Ciclo B – 2 de mayo de 2021 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ Jesús les dijo a sus discípulos en la última cena: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas, la limpia, para que dé más. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y así yo estoy unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece unido a mí, será echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman. Si ustedes permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará. En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos” (Juan 15, 1-8). 
Estas palabras de Jesús en la última cena con sus discípulos antes de su pasión y en el contexto de la institución de la Eucaristía a partir de las especies del pan y del vino, tienen como trasfondo el poema de la viña o del cultivo de la vid que produce como fruto la uva de la cual se fabrica el vino. Este poema, conocido como “el canto a la viña”, había sido escrito unos ocho siglos antes por el profeta Isaías (5, 1-7) para representar al pueblo de Israel, y Jesús la evoca, por una parte, para manifestar su propia fidelidad a Dios Padre en contraste con la infidelidad del pueblo escogido, y por otra, para exhortar a sus discípulos a permanecer unidos a Él. Reflexionemos sobre lo que dice Jesús, teniendo también en cuenta los demás textos bíblicos [Hechos de los Apóstoles 9, 26-31; Salmo 22(21); 1ª Carta de Juan 3, 18-24]. 
 
1. “Yo soy la vid verdadera (…) y ustedes son las ramas 
La expresión Yo soy, empleada repetidamente por Jesús en el Evangelio de Juan, (Yo soy el pan de vida, Yo soy la vid, Yo soy la luz del mundo, Yo soy la puerta, Yo soy el buen pastor, Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy el camino, la verdad y la vida; Yo soy, el que habla contigo -como le dice a la Samaritana cuando ella le pregunta por el Mesías-; Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo soy -como les dice a sus opositores-; o simplemente Yo soy –como se identifica ante quienes llegan a apresarlo en el huerto de Getsemaní-), corresponde al nombre con el que se le había revelado Dios a Moisés doce siglos antes: Yahvé, que quiere decir Yo soy (Éxodo 3, 14), 
En el leguaje bíblico, el ser que es Dios está indisolublemente unido a su acción. Por eso más exactamente Yahvé significa Yo he actuado, actúo y seguiré actuando, al contrario de los ídolos, que no actúan porque no tienen vida. Y la forma en que actúa lo expresan las imágenes del viñador o cultivador de uvas que llena de sus cuidados la planta que sembró, de la que espera los mejores frutos para producir el mejor vino, y de la vid verdadera con la cual Jesús se identifica. 
Hay en esta alegoría un detalle significativo: Jesús dice que al que lleva fruto lo limpia (en griego καθαίρει -kathairei-, de donde viene “catarsis”, o sea “purificación”) para que dé más fruto. Esto quiere decir que, en el proceso de crecimiento espiritual que implica nuestra unión o comunión con Él, debemos estar dispuestos a experiencias de purificación, a veces dolorosas, para arrancar de nosotros los apetitos o afectos desordenados, que nos impiden una vida más productiva de acuerdo con su voluntad. 
Ahora bien, ¿cómo podemos entender la frase “Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho”? Esto no quiere decir que sólo la escucha de la palabra de Dios nos purifica, sino que, si la recibimos con una disposición sincera y activa para llevarla a la práctica, el mismo Jesús, que es la Palabra de Dios hecha carne y que nos alimenta en la Eucaristía, nos libera de todo cuanto nos impide permanecer unidos a Él y producir así cada día más y mejores frutos. 
 
2. “Quien permanece unido a mí da mucho fruto” 
El fruto resultante de permanecer con Jesús es la práctica del amor, cumpliendo el mandamiento por el cual son reconocidos sus seguidores, como Él mismo había dicho poco antes y lo repetiría luego en el mismo Evangelio (Juan 14, 34-35; 15, 12.17); como lo manifestaría la Iglesia en sus inicios, de la cual se dice en la primera lectura que tenía paz y crecía espiritualmente (Hechos 9, 31); y como lo recalca la segunda lectura: su mandamiento es que creamos en su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros como él nos mandó (1ª Carta de Juan 3, 23). 
Ahora bien, para estar y permanecer unidos a Jesús debemos dejarnos vivificar por la savia que Él quiere comunicarnos: su Espíritu Santo, que nos mueve a escuchar, comprender y poner en práctica sus enseñanzas, y nos conecta con su vida resucitada en la Eucaristía. Siete veces aparece en este pasaje del Evangelio la idea de estar en unión con Jesús. Esta repetición es especialmente significativa en la época actual, cuando las tecnologías de la información y la comunicación parecen estar diciéndonos que sin ellas nada podemos hacer. Por eso la afirmación de Jesús “sin mí ustedes no pueden hacer nada” constituye el núcleo del mensaje de este domingo y nos da la clave para examinarnos, preguntándonos: ¿Qué he hecho, qué hago y qué debo hacer para estar cada día más y mejor conectado con Jesús? 
 
3. “Si permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran …” 
¡Ama y haz lo que quieras! Con esta frase expresó San Agustín de Hipona (siglo IV d.C.) el sentido de lo que Jesús les dijo a sus discípulos -y que ahora nos dice a nosotros- en la última parte del pasaje evangélico de hoy: Si ustedes permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará. Con frecuencia suele ocurrir que nos sentimos desatendidos por Dios porque no parece escuchar nuestras peticiones o tenerlas en cuenta. Lo que sucede tal vez es que, por una parte, no cumplimos la condición que indica Jesús -si permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas-; y, por otra, que no sabemos pedir lo que en realidad nos conviene. Por eso lo que está implícito en la frase “pidan lo que quieran” es que nuestras peticiones siempre deben estar de acuerdo con la voluntad de Dios, que conoce mejor que nosotros mismos lo que más nos conviene para nuestra vida espiritual y eterna. 
Pidámosle entonces a Dios Padre, en el nombre de Jesús e invocando la intercesión de María Santísima al iniciar este mes de mayo dedicado a su especial veneración, que nos disponga con la acción del Espíritu Santo a estar cada día más unidos a Él, que nos enseñó con el ejemplo de su vida a cumplir el mandamiento nuevo del amor. Así sea. 

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