Domingo VII de Pascua, ciclo B Por: Antonio José Sarmiento Nova, SJ Lecturas:
Hechos 2: 1-11
Salmo 103
1 Corintios 12: 3-13
Juan 20: 19-23
El 3 de octubre de 2020, en la ciudad italiana de Asís, cuna del popular san Francisco, el papa que se honra en llevar su nombre sorprendió gratamente al mundo con la publicación de su encíclica Fratelli tutti: sobre la fraternidad y la amistad social.[1] Si bien este tipo de escritos son dirigidos principalmente al mundo católico, en este documento –como en el anterior suyo Laudato si: sobre el cuidado de la casa común [2]– el papa sale de los límites del catolicismo para tocar asuntos que son esenciales para el bien común de toda la humanidad.[3]
En Fratelli Tutti, Francisco se fija en los desencuentros de los seres humanos, causantes de guerras y extremismos que ponen a la humanidad en violenta contradicción, en el modelo económico que en su gráfico decir produce miles de millones de seres humanos descartados, en la política y en los políticos que no se comprometen seriamente con la justicia y con la solidaridad. El primer capítulo “Las sombras de un mundo cerrado” es su análisis de la realidad mundial contemporánea: “En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales”.[4]
Es indiscutible una pérdida del espíritu vital que enlaza a los humanos para proyectos de justicia, inclusión y solidaridad. Nuevamente está sobre el tapete la interminable discrepancia entre el Estado de Israel y el derecho de los palestinos a tener una nación propia con su territorio y Estado debidamente constituídos; en Colombia, multitudes se pronuncian vigorosamente sobre un estado de cosas marcado por la injusticia y la desatención del Estado a los serios problemas de la mayoría de los ciudadanos, los grupos violentos hacen su agosto sembrando el caos y dando pie a interpretaciones malintencionadas. Penosamente la tesis de Hobbes[5] en su Leviatán, el hombre es lobo para el hombre, adquiere aquí carta de “naturalización”. [6]
La soberbia humana tiende a confundir el encuentro entre los seres humanos, introduce la incomprensión, la ruptura de la armonía, crea clasificaciones de mayor a menor, excluye, se apropia violentamente de la naturaleza, exalta el poder y el dinero, envenena los corazones y lleva a que unos seres humanos se ensañen en contra de otros. Es la ausencia del Espíritu, la vanidosa afirmación de que el ser humano pretende ser la medida de todo, dando la espalda a la alteridad, a Dios, al prójimo, a la creación como hábitat y espacio de comunión.
Recordamos el relato mítico de la torre de Babel, el autor del Génesis nos lleva a captar los problemas inmensos de incomprensión y de intolerancia entre los diversos ámbitos de la humanidad. Esa alusión trasciende todos los tiempos de la historia. ¿Cómo convivir y suscitar un entendimiento fundamental entre quienes tienen tantas diferencias? ¿Es lo diferente, lo plural, un imposible que impide el diálogo y la fraternidad?
Este mundo nuestro sigue siendo una réplica de aquella simbólica torre de Babel, afirmar como sea y a cualquier costo que el ser humano todo lo puede, que él mismo define la medida de todo y que esto lo autoriza para apoderarse de la vida y bienes de sus semejantes, de la tierra, de los recursos naturales, introduciendo el desequilibrio y la injusticia, la incomprensión como estilo habitual de la existencia.
Las palabras míticas del Génesis, en su género literario deseoso de interpretar el orgullo de los hombres, siguen siendo sentenciosas y ayudan a comprender el porqué de tanta exclusión e intolerancia: “Así el Señor los dispersó de aquel lugar, diseminándolos por toda la tierra. Por eso se llamó Babel; allí, en efecto, el Señor confundió la lengua de los hombres y los dispersó por toda la tierra”.[7] Es el pecado humano, la libre y arrogante decisión de ir en contra de su propia realización, la ruptura de la armonía original con Dios y con el prójimo, la negativa a la seducción del Espíritu, lo que introduce este apetito desordenado de destruír, de arrasar, de dominar, de violentar.
Seis siglos después de escribirse las narraciones del Génesis nos encontramos en los tiempos del Nuevo Testamento, es el acontecimiento de Jesús, su Buena Noticia de acogida y misericordia para todos, su llamado a la fraternidad y a la inclusión una nueva manera de vida a partir de un Dios que se obsequia sin medida para construír un mundo de projimidad y de encuentros.[8]
Hechos de los Apóstoles es un texto-testimonio de esta novedosa realidad; celebrando Pentecostés los primeros discípulos de Jesús –fiesta en la que los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el monte Sinaí–, se juntan para aguardar al Espíritu: “Al llegar el día de Pentecostés, se encontraban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”.[9]
Todos comenzaron a hablar lenguas diferentes y, sin embargo, se entendían; constatar esto era para ellos causa de gozo y esperanza. El movimiento de Jesús nace abierto a todo y a todos, es pluralista en su origen, no hace acepción de personas, se sale de las estrechas fronteras del judaísmo, supera la mentalidad rigorista del Templo y de sus sacerdotes, evoluciona de la fijación en la Ley al dinamismo liberador del amor, no establece diferencias y categorías, hace de tal diversidad el mayor motivo de riqueza, unidad en la diferencia; Dios no es Señor de la uniformidad sino de la pluralidad, lo suyo no es la confrontación violenta sino el diálogo: “¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y el Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.[10] ¡El Espíritu Santo es fundamento de comunión en la diversidad![11]
¿Qué decir y sentir en estos tiempos en los que un sistema económico somete a la humanidad a sus inexorables leyes de mercado, de consumo, de producción, de economía sin alma, sin humanismo, que concentra unilateralmente la riqueza en los primeros mundos y arroja a su suerte a millones de hombres y mujeres en Africa, en América Latina, en Asia? ¿Qué pensar de la “aldea global” que nos somete a sus consumos culturales alienantes, en la internet y en la televisión por cable, consumos anodinos, promotores de un aplanamiento mental en quienes se dejan esclavizar por ellos, sofocando la creatividad, la pasión por la vida y por la justicia?
La venida del Espiritu significó para aquellos discípulos primeros el fin del miedo y del sentimiento de fracaso, nació una comunidad humana, creyente, dotada de las mejores razones para la esperanza, experimentaron a Jesús viviente en medio de ellos animándolos a una vida novedosa en Dios y en el prójimo, libres como el viento, resueltos a incendiar el mundo con el anuncio del Reino: “Llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡la paz esté con ustedes! Mientras decía esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ¡la paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo…”.[12]
A menudo nos dejamos llevar por la tendencia al anquilosamiento, nos sucede individualmente y también en la Iglesia y en la sociedad. Por esto, renunciamos al cambio y algunos temerosos y nostálgicos de la Ley nos hacen creer que detenernos en el tiempo y exaltar rituales y normativas en desuso son voluntad de Dios. Esto nos aparta del mismo Jesús, sofocamos el Espíritu y nos convertimos en una entidad fúnebre, miedosa, llena de reglamentos y de sentimientos de culpa ante un Dios enardecido por nuestros pecados. Ciertamente, este no es el Dios de la Buena Noticia de Jesús.
En Pentecostés, en un permanente suceso del Espíritu, no podemos permitir que el ánimo original del Señor Jesús se muera, si lo suyo es la vida inagotable de Dios, la permanencia en el ser, la posibilidad definitiva de una vida con sentido histórico y trascendente, entonces es felizmente inevitable que vivamos en un Pentecostés interminable, una verdadera fiesta del Espíritu que nos hace unos en la diversidad: “Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común”.[13]
Nada de uniformar, nada de prohibir, porque Pentecostés es la manifestación de un Dios que inspira la pluralidad, la comprensión de las lenguas y de los modos de ser, la riqueza de las culturas, la apasionante fuerza renovadora del evangelio: “Pero en todo esto es el mismo y único Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a cada uno en particular como El quiere”.[14]
Sabemos bien que muchos reprochan a ciertos personajes y realidades de la Iglesia por su ambigüedad, por su poca cercanía con Jesús y su Evangelio, por su complicidad con el statu quo, por poner demasiado énfasis en lo institucional con detrimento de lo carismático, por anunciarse a sí misma. Si esta Iglesia, nuestra Iglesia, se deja llevar por la vitalidad del Espíritu, necesariamente ha de salir de ese encasillamiento empobrecedor para dedicarse a lo suyo, para estar –como Jesús– en plan permanente de anunciar la salvación y la liberación a todo el que se deje apasionar por esta causa. Iglesia descalza, despojada de privilegios, en salida, como insiste el papa Francisco.[15] Una Iglesia coherente que marque en este mundo fracturado una pauta de diálogo, de comunión, de solidaridad, de profecía justa y liberadora.[16]
[1] Papa FRANCISCO. Carta Encíclica “Fratelli tutti: sobre la fraternidad y la amistad social”. Librería Editrice Vaticana. Roma, 2020.
[2] Papa FRANCISCO. Carta Encíclica “Laudato si: sobre el cuidado de la casa común”. Librería Editrice Vaticana. Roma, 2015.
[3] PACHON SOTO, Damián. El pensamiento social del Papa Francisco. En Franciscanum número 166 volumen LVIII, páginas 316-337. Universidad de San Buenaventura. Bogotá, 2016. GALLO, Marco. El pensamiento social y político de Bergoglio y Papa Francisco. Universidad Católica de Salta, 2018. IVEREIGH, Austen. El gran reformador : Francisco, retrato de un papa radical. Grupo Z. Bogotá, 2015.
[4] Fratelli Tutti, número 11.
[5] 1588-1679, pensador británico.
[6] HOBBES, Thomas. Leviatán: o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. Fondo de Cultura Económica. México DF, 1967.
[7] Génesis 11: 8-9
[8] PAGOLA, José Antonio. La Buena Noticia de Jesús. PPC. Madrid, 2012. ESPEJA, Jesús. Jesucristo, una propuesta de vida. San Pablo. Madrid, 2010. SCHNACKENBURG, Rudolf. La persona de Jesucristo reflejada en los cuatro evangelios. Herder. Barcelona, 1998.
[9] Hechos 2:1-4
[10] Hechos 2:8-11
[11] AQUINO JUNIOR, Francisco de. Vivir según el espíritu de Jesucristo: espiritualidad como seguimiento. En https://www.redicces.org.sv/jspui/bistream/10972/2273/1/RLT-2012-086-C.pdf . CODINA, Víctor. No extingáis el Espíritu: una iniciación a la pneumatología. Sal Terrae. Santander, 2008; Creo en el Espíritu Santo: pneumatología narrativa. Sal Terrae. Santander, 2004; El Espíritu del Señor actúa desde abajo. Sal Terrae. Santander, 2018.
[12] Juan 20: 19-22
[13] 1 Corintios 12:4-7
[14] 1 Corintios 12:11
[15] CONGAR, Yves. Por una Iglesia servidora y pobre. San Esteban. Salamanca, 1987; Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. Sígueme. Salamanca, 2010; La reforma de la Iglesia. Sígueme. Salamanca, 2011.
[16] LOHFINK, Gerhard. La Iglesia que Jesús quería. Desclée de Brower. Bilbao, 1986.