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Pentecostés
Ciclo A – Mayo 28 de 2023
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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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Juan 20, 19-23. Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas por miedo a los judíos las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».
Hechos 2, 1-11. Cuando llegó la fiesta de Pentecostés, todos se encontraban reunidos en un mismo lugar. De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran. Vivían en Jerusalén judíos cumplidores de sus deberes religiosos, que habían venido de todas partes del mundo. La gente se reunió al oír aquel ruido, y no sabía qué pensar, porque cada uno oía a los creyentes hablar en su propia lengua. Eran tales su sorpresa y su asombro, que decían: —¿Acaso no son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que los oímos hablar en nuestras propias lenguas? Aquí hay gente de Partia, de Media, de Elam, de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, del Ponto y de la provincia de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia cercanas a Cirene. Hay también gente de Roma que vive aquí; unos son judíos de nacimiento y otros se han convertido al judaísmo. También los hay venidos de Creta y de Arabia. ¡Y los oímos hablar en nuestras propias lenguas de las maravillas de Dios!
1 Corintios 12, 3b-7.12-13. Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!», si no habla por el poder del Espíritu Santo. Hay en la iglesia diferentes dones, pero el que los concede es un mismo Espíritu. Diferentes maneras de servir, pero todas por encargo de un mismo Señor. Y diferentes manifestaciones de poder, pero es un mismo Dios el que, con su poder, lo hace todo en todos. El cuerpo humano, aunque está formado por muchos miembros, es un solo cuerpo. Así también Cristo. Y de la misma manera, todos nosotros, judíos o no, esclavos o libres, fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu; y a todos se nos dio a beber de ese mismo Espíritu.
Con el nombre Pentecostés -en griego quincuagésimo o número cincuenta-, se celebraba cincuenta días después de la Pascua la Fiesta de las Siete Semanas, en la cual los judíos ofrecían los primeros frutos de las cosechas y conmemoraban la promulgación de los diez mandamientos. En esa fiesta, cincuenta días después de la Resurrección del Señor, los doce apóstoles, entre ellos Matías, el que fue designado para remplazar a Judas Iscariote (Hechos 1, 26), reunidos “con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes” (Hechos 1,14 y 2,1), “quedaron llenos del Espíritu Santo”. Pero ¿qué es el Espíritu Santo y qué significa para nuestra vida?
1. El Espíritu Santo es el Aliento vivificante de Dios
Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, dice la versión extensa del Credo. El primer relato de la creación (Gn 1, 2) cuenta que en el principio el viento (soplo, espíritu) de Dios se movía (aleteaba) sobre las aguas, y el segundo (Gn 2, 7) dice que Yahvé Dios formó al hombre e insufló en él aliento de vida. El Salmo 104 (103) dice en su verso 30: envías tu aliento de vida…; el Evangelio cuenta que Jesús sopló sobre sus discípulos, y en los Hechos de los Apóstoles se describe un viento fuerte y unas lenguas de fuego. Los discípulos empiezan a tener la experiencia del Espíritu Santo cuando se les aparece Jesús resucitado, pero es en Pentecostés cuando este mismo Espíritu, que obra como el paráclito –defensor-, los anima y los mueve a salir de donde estaban para anunciar la Buena Noticia.
En la Biblia encontramos los siguientes símbolos del Espíritu Santo:
El misterio de Pentecostés hace posible el paso de la confusión a la comunicación. La soberbia simbolizada en la Torre de Babel produce la confusión (Gn 11,1-9); en cambio el Espíritu Santo produce la comunicación, porque el lenguaje del amor es comprensible por todos, no obstante la diversidad de lenguas y culturas (Hechos 2, 1-11).
Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo, en un aislamiento que les impedía comunicarse con la gente, pero el Espíritu Santo los hizo salir de su encierro para anunciar la Buena Noticia. En cuanto a nosotros, no sólo el aislamiento que padecimos con motivo de la pandemia, sino también todas las demás circunstancias que nos han hecho o nos pueden estar haciendo sentir miedo, han sido y son a su vez ocasión de reconocer la necesidad de ser llenados del Espíritu Santo, para producir como efecto suyo el lenguaje del amor, la reconciliación y la solidaridad con los necesitados que mostró la primera comunidad cristiana. Y en especial, para vivir en com-unión el proceso de caminar juntos, que es lo que significa la “sinodalidad” a la cual nos ha llamado el Papa Francisco.
En Pentecostés nace la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo del que Jesús es la cabeza y nosotros somos los miembros, como dice san Pablo (1 Cor 12,12-13). Este Cuerpo es animado por el Espíritu Santo, del que provienen los dones (“carismas”) correspondientes a los servicios o ministerios que Dios asigna a cada cual según su vocación y misión. Ahora bien, la Iglesia reconoce siete dones disponibles para toda persona que quiera pedirlos. Por eso, unidos como aquella primera comunidad en oración con María, Madre de Dios y de la Iglesia, pidámosle al Espíritu Santo que venga a nosotros, encienda en nuestros corazones el fuego de su amor y nos conceda sus siete dones:
Preguntas para la reflexión: