Pascua – Fiesta de la Ascensión del Señor C
(29-mayo-2022) Por: Jorge Humberto Peláez, SJ
jpelaez@javeriana.edu.co Lecturas:
Hechos de los Apóstoles 1, 1-11
Carta de san Pablo a los Efesios 1, 17-23
Lucas 24, 46-53
Hoy celebra la liturgia la fiesta de la Ascensión del Señor. Con este relato empieza el libro de los Hechos de los Apóstoles ya que es el punto de partida de una nueva realidad. Antes de avanzar en nuestra meditación, es importante ser conscientes de las enormes dificultades que tenemos para expresar, así sea tímidamente, el significado de este misterio.
La mayor dificultad consiste en que nuestra forma de pensar y hablar se da dentro de las coordenadas del espacio y el tiempo, y Jesucristo resucitado ya ha superado estas limitaciones propias de nuestra corporalidad. Nosotros decimos que Jesucristo se fue elevando hacia el cielo e inmediatamente imaginamos algo así como un viaje a otro lugar. Pero resulta que la morada del Padre celestial no es un lugar físico ubicado en una lejana galaxia. Utilizamos este lenguaje impreciso porque no tenemos otra manera de expresar el misterio.
Después de tomar conciencia de nuestros límites e imprecisiones, entremos en materia y preguntémonos: ¿qué significa la Ascensión para el Señor resucitado y qué significa para sus seguidores?
Para Jesucristo significa la solemne culminación de la misión que le había confiado el Padre celestial de sembrar la semilla del Reino de Dios y comunicar la vida divina a la humanidad mediante su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa.
El punto de partida de esta increíble historia de amor había sido la encarnación del Hijo eterno del Padre, que se había despojado de los atributos propios de la divinidad para asumir nuestra condición humana.
Cumplida la misión, el Hijo regresa junto al Padre y es constituido Señor del universo. Se cierra el ciclo y se inicia una nueva etapa en la historia de la salvación. Hasta ese momento, Jesús había sido el Maestro, que pacientemente había formado a sus discípulos. Ahora entrará en escena un nuevo personaje, el Espíritu Santo que, como nos lo enseña el CREDO que recitamos en la misa, “procede del Padre y del Hijo”.
Podemos pensar que el Señor resucitado se debió sentir un poco desilusionando por la pregunta que le hacen sus discípulos en ese solemne momento de la despedida: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?”. Hasta el último momento albergaron sueños de poder. Suavemente, les jala las orejas: “No les toca a ustedes conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad”.
Jesucristo es el actor principalísimo en esta escena de la Ascensión. Los otros actores son los apóstoles y seguidores del Señor. ¿Qué significa para ellos la Ascensión? Es innegable que significa una separación de su amado Maestro, con el que habían compartido momentos tan intensos y hermosos, así como la colosal crisis de la pasión y muerte. Toda separación va acompañada de un duelo. Por eso es tan interesante el texto del evangelista Juan quien nos dice que, después de la Ascensión, “volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios”. Esta alegría es el resultado de la paz del Resucitado.
Ya su Maestro no estará más entre ellos para explicarles el alcance de las parábolas y para interpretarles las Escrituras. Ha terminado su proceso de formación como discípulos. Cuando reciban en Pentecostés los dones del Espíritu Santo, se convertirán en maestros que confirmarán en la fe a quienes reciban las aguas del bautismo.
Deberán asumir sus responsabilidades y llevar la buena noticia de la salvación a todos los rincones de la tierra. Está a punto de comenzar un nuevo capítulo de la historia de la salvación, que es el tiempo de la Iglesia.
Es interesante detenernos a reflexionar sobre un aspecto particular de este relato de la Ascensión tal como es consignado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí leemos: “Cuando miraban fijos al cielo, mientras Él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre ustedes y llevado al cielo, volverá como lo han visto marcharse”.
¿Cuál es el mensaje para nosotros? La espiritualidad no puede significar inmovilidad o parálisis. El mandato evangelizador nos exige actuar. Como nos lo recuerda frecuentemente el papa Francisco, debemos ser una Iglesia en salida misionera, que llega a donde está la gente que más necesita la Palabra de Dios, urgida por recuperar la esperanza y el deseo de vivir. Como agentes evangelizadores, no podemos aguardar a que ellos vengan a nosotros. Debemos salir a su encuentro.
Esta fiesta litúrgica de la Ascensión nos invita a adorar el misterio de Jesucristo resucitado que regresa glorioso junto al Padre después de haber cumplido su misión. También es una motivación para que asumamos, con renovado entusiasmo, nuestras responsabilidades como anunciadores del Evangelio.