Lucas 24:46-53, domingo, mayo 29 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ En el calendario de las fiestas litúrgicas se celebra hoy la Ascensión de Jesús. Ya en el Antiguo Testamento existía la categoría de ascensión y se había aplicado a Elías. También se hablaba de las ascensiones de Enoc y Moisés, aunque algunos escritos (midrashim) los habrían vuelto a la tierra. También aplicaron la ascensión a Isaías, Baruc y Esdras. A pesar de esto, las Escrituras hebreas son geocéntricas (centradas en la tierra) y el mismo cielo está en función de la tierra. Nunca están totalmente separados aunque estén distantes. Hay 15 Salmos llamados “de ascensión” a Jerusalén, pues la ciudad (sobre el monte Sión) está un poco más elevada que el resto del territorio. Al asumir Dios la naturaleza humana con la encarnación, entra en el espacio y el tiempo que son dimensiones de esta tierra. Pero el ciclo vital de Jesús no terminaría como el de cualquier otro mortal. Se cierra en las Escrituras de diferentes maneras: con la resurrección, con la entronización a la diestra del Padre, con la exaltación, con el título de Señor (Kyrios, en griego), con la misma cruz como exaltación y glorificación (especialmente en Juan), con la ascensión a los cuarenta días de la resurrección (en Hechos), con la ascensión en Betania (evangelio de hoy), entronizado en el cielo, como sumo sacerdote. La ascensión sería el alejamiento de los discípulos, pero igualmente el acercamiento a Dios. Si para los discípulos es despedida, para Dios es recepción o acogida. El Evangelio de hoy dice que “estaba siendo llevado al cielo” o regresado al cielo. Sentido similar se encuentra en los Hechos: « Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocult ó a sus ojos» (Hc 1:9). En Jesús se cumpliría el principio evangélico de que el que se abaja será exaltado pues la encarnación es ya un acto de abajamiento (kénosis, en griego), en un pueblo insignificante como Nazaret, nacido en un pesebre, y terminando en un acto de mayor abajamiento como es la cruz. Pero precisamente por humillado es exaltado. « Nadie subi ó al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo» (Jn 3:13).
La ascensión como subida física responde a las categorías espaciales del mundo antiguo: el cielo arriba, el infierno (inferior) abajo y en medio la tierra. Luego de la resurrección, Cristo habría recorrido los tres niveles pues confesamos que “descendió a los infiernos”. Pero la Biblia no consagra dicha concepción (de Ptolomeo) ni ninguna visión cosmológica (hoy enteramente diferente). En el espacio sideral no hay propiamente arriba ni abajo pues todo es relativo al punto de mira. Pero el relato de la ascensión no apunta a un cambio de “lugar” de espacio, sino a un cambio de estado, a un cambio espiritual de su presencia y encuentro con el creyente. En la carta a los efesios leemos: « ¿Qué quiere decir subió sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? É ste que baj ó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo» (Ef 4:9-10). Por la resurrección habría subido por “encima de los cielos”, por encima de ángeles, tronos y potestades imaginables, desbordando cualquier concepción del mundo. Ha atravesado todos los espacios, incluso los de la muerte; no hay nada que no haya sido alcanzado por él, por lo que es esperanza no solo para la humanidad sino también para toda la creación. « Pues sabemos que la creaci ón entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto» (Rm 8:22). En el evangelio de Juan, en donde el momento de mayor gloria de Jesús es ser levantado en la cruz, no se narra la ascensión porque coincide con la misma cruz. En cambio se enfatiza el envío del Espíritu Paráclito. Podríamos decir que en el evangelio de Juan baja Jesús del cielo y a él vuelve por la “escalera” de la cruz. Similar a la escala de Jacob por donde ascendían y descendían los ángeles. La cruz es la que une el cielo y la tierra porque es la verdadera sabiduría de Dios. «N osotros predicamos a un Cristo crucificado: esc ándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo jud íos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1:23-24). En su bajada o encarnación, Jesús revela el interés y la búsqueda del hombre por Dios y, en su ascensión, revela el lugar donde desea estén los suyos: « Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volver é y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14:3). Es decir, que el camino de Jesús, y no solo el de su vida terrena, es el camino que desea el Padre para todos los seres humanos.
Dado el encadenamiento litúrgico de todas las celebraciones cristianas, hasta el siglo IV, se celebraba la ascensión unida a Pentecostés (descenso del Espíritu Santo). Es decir que el ciclo de la vida terrena de Jesús se cerraba abriéndose a la acción el Espíritu que es otra forma de su presencia. Algo similar expresan los relatos de experiencia de los apóstoles con el resucitado.
La ascensión es narrada dos veces por Lucas: una vez en su evangelio y otra en los Hechos de los Apóstoles que se le atribuyen. En el evangelio ubica el relato cerca a Betania y en los Hechos, en el monte de los Olivos. Las Escrituras no suelen ser muy cuidadosas en estos detalles pues su intención es religiosa, no geográfica. Lo importante y significativo es que la ascensión no es el cierre definitivo de la relación con Jesucristo sino la apertura de una nueva relación. Ahora tenemos un abogado (Paráclito) en favor nuestro frente a un Dios considerado totalmente trascendente, un Sumo Sacerdote que se ofrece a sí mismo dando sentido a toda ofrenda personal en bien de los demás, la humanidad de Jesús siempre cerca a Dios, nuestra naturaleza humana hace presencia en el cielo, el polvo de la tierra no es ajeno al cielo, nuestro destino es el mismo de Jesús. El concilio de Calcedonia define a Cristo como una persona en dos naturalezas: divina y humana. Cristo es Dios de manera humana y hombre de manera divina. Cuando hablamos de la encarnación de Dios, estamos afirmando que Dios se ha fundido y confundido con lo humano. Esto da pie para que Pablo exprese que Jesús es igual a nosotros, excepto en el pecado. Los Padres de la Iglesia lo formulaban como que “lo que no es asumido no es salvado”. Afirmamos que la salvación realizada en el tiempo y el espacio, trasciende el tiempo y el espacio. San Agustín compara la presencia de Cristo en nosotros luego de la ascensión con la presencia en el Padre luego de la encarnación. Ahora su presencia es más universal, disponible para todos los seres humanos. Ahora tenemos la tarea y desafío de madurar como creyentes hasta alcanzar la estatura de Cristo.
La descripción de Lucas es tomada de la literatura judía. Cristo «levantando sus brazos» al modo de los sacerdotes en el templo, «los bendecía». Tiene los rasgos de la “ascensión” de Elías descrita en el Segundo Libro de los Reyes. Los discípulos «se postraron», una actitud contrastante con el judaísmo pues ordinariamente el judío ora de pie. En la misma liturgia de la Iglesia y durante varios siglos estuvo prohibido arrodillarse en domingo y en Pascua por considerarse una posición contraria a la resurrección. Hoy se conserva en la iglesia ortodoxa. La oración privada o de petición de perdón sí podía hacerse de rodillas. Cuando, ante la pesca abundante, Pedro, admirado, «se postró» a los pies de Jesús, se reconocía como pecador. La relación del cristianismo con las prácticas judías es a la vez de ruptura y asimilación. Sabemos que siguieron, por ejemplo, asistiendo al Templo y a las sinagogas. La ascensión en Lucas, tanto en su evangelio, como en su segunda versión en los Hechos de los Apóstoles, tiene como función pedagógica marcar el tiempo de la Iglesia, su comienzo. Por eso ambos relatos terminan con el envío, con la misión, de manera que se inaugura el tiempo de la Iglesia. Es en ella en donde debe hacer presencia permanente el Resucitado.