Jesús de Montreal es una película canadiense, dirigida por Denys Arcand, que ofrece una lectura de la vida de Jesús desde nuestra realidad actual. Fue rodada en 1989 y estrenada un año después. En mi concepto, es la mejor realización cinematográfica de la vida de Jesús. No es una recreación del Jesús de Galilea en su contexto socio-cultural e histórico, sino una actualización, en el mejor sentido de la palabra, de la vida del Señor en el mundo de hoy. El protagonista es un actor de teatro al cual contratan para que renueve una dramatización que se ofrece a los feligreses desde hace 40 años en los alrededores de la famosa Basílica de Montreal. El párroco contacta a un actor joven y le manifiesta su deseo de transformar la anticuada puesta en escena que solía congregar a grandes multitudes durante la Cuaresma y que se representa al aire libre, en los parques que rodean la Basílica.
Este joven actor, que en la película tiene el nombre de Daniel Coloumbe, se dedica durante muchos días a estudiar los últimos avances de la teología para fundamentar muy bien su nueva propuesta. Al mismo tiempo, se dedica a buscar a otros actores y actrices que lo acompañen en el nuevo proyecto. Daniel va haciendo suyas las actitudes de Jesús al que va conociendo a través de sus lecturas. De alguna manera, comienza a encarnarlo, no ya sólo para la obra teatral, sino en su vida cotidiana.
Una de las actrices que contacta es una joven que se dedica, por falta de mejores ofertas, a posar como modelo para comerciales publicitarios. Una actividad que no la llena en absoluto, pero a la que se ve obligada por la grave situación económica que vive. Durante el proceso de preparación de la obra teatral, Daniel acompaña a su amiga a un casting para la publicidad de una cerveza, en el que tiene que bailar ante un grupo de jueces que califican la actuación y las condiciones de todas las actrices. Como no lleva traje de baño, le piden que se quite el saco porque así no podrán apreciar su cuerpo con plena libertad; ella se excusa diciendo que no lleva nada debajo. Sin embargo, los organizadores insisten que tienen que apreciar su cuerpo para poder participar en el concurso, de modo que ella toma la decisión de bailar con el torso desnudo. Pero antes de que se quite el saco, Daniel se levanta de su puesto y le dice que no tiene por qué hacerlo; que es mejor que se vayan. Los miembros del jurado comienzan a presionar y se quejan de esa escena de amor que les hace perder su valioso tiempo. De modo que Daniel se enfurece y lleno de indignación comienza a tirar todo por el piso; voltea la mesa en las que tienen los equipos de filmación y hace un látigo con los cables de los aparatos y comienza a azotar a todos los presentes y a expulsarlos del teatro donde se realizaba el casting.
Desde luego, el director de la película pretende revivir la ira santa de Jesús ante el atropello del que es objeto el templo de Jerusalén que nos describe el Evangelio de san Juan este domingo. Pero ya no se trata de un templo de ladrillos que han convertido en mercado… sino del templo vivo de la persona humillada y maltratada por una sociedad de consumo que no se detiene ante ningún valor para alcanzar el lucro y la ganancia. Hoy también Jesús volvería a hacer un látigo para expulsar a todos los que hacen de su templo una cueva de bandidos.