XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo B – Noviembre 14 de 2021 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de una gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprendan de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, ustedes deducen que el verano está cerca; pues cuando vean suceder esto, sepan que Él está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán; aunque el día y la hora nadie los sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre” (Marcos 13, 24-32).
En este pasaje del Evangelio, situado en el contexto de las exhortaciones finales a sus discípulos, antes de su pasión y muerte, Jesús emplea un género literario llamado “apocalíptico”, término proveniente del griego apocalipsis, que significa revelación o acción de remover el velo (el velo que oculta los acontecimientos futuros). Y valiéndose de una comparación tomada de la experiencia campesina, con la parábola de la higuera nos invita a descubrir en los acontecimientos la acción salvadora de Dios, mostrándonos que este mundo es transitorio y por eso debemos estar preparados para cuando nos llegue el momento de pasar a lo que llamamos “la eternidad”. Reflexionemos pues sobre lo que la Palabra de Dios nos enseña en este pasaje, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas: Daniel 12,1-3; Salmo 16 (15); Carta a los Hebreos 10,1-14.18.
1. “Verán venir al Hijo del Hombre… con gran poder y majestad”
En otro lugar distinto del que corresponde a la primera lectura de hoy, pero también del libro del profeta Daniel –escrito hacia el año 165 antes de Cristo–, se narra una visión simbólica igualmente propia del género apocalíptico y que contiene una profecía referente al Mesías prometido: “Vi venir en las nubes del cielo como un Hijo de hombre (…). Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin” (Daniel 7, 11-14). Esta parece ser la razón por la que Jesús en los Evangelios se llama a sí mismo “el Hijo del hombre”.
En este mismo contexto, la primera lectura (Daniel 12, 1-3) nos presenta una visión simbólica de lo que será el fin del mundo y el juicio final, en la que aparece el arcángel Miguel, cuyo nombre en hebreo significa “Quién como Dios”, y se hace referencia al triunfo definitivo del bien sobre el mal. Este triunfo es anunciado por Jesús en el pasaje evangélico de hoy poco antes del relato de la pasión, probablemente en el Monte de Los Olivos adonde solía retirarse de tarde con sus discípulos cuando estaba en Jerusalén, y desde donde podían verse la ciudad y el Templo que los romanos destruirían en el año 70.
El mismo pasaje del libro de Daniel en la primera lectura dice que al final de los tiempos todos los seres humanos resucitarán: los justos para una vida eternamente feliz, y quienes se hayan empecinado en el mal para el sufrimiento eterno. En el Evangelio, a su vez, Jesús anuncia que enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Por eso la esperanza cristiana implica una actitud de alerta para que no nos sorprenda desprevenidos el momento de nuestro encuentro con Cristo resucitado al terminar nuestra existencia terrena.
2. “Sepan que Él está cerca, a la puerta”
Los primeros discípulos de Jesús y quienes empezaron a formar junto con ellos la Iglesia primitiva, pensaban que estaba muy próximo eso que nosotros llamamos “el fin del mundo,” y con él lo que el Nuevo Testamento denomina en griego la “parusía”: la venida gloriosa y definitiva de Jesucristo resucitado, que dará comienzo a un orden nuevo más allá de esta existencia transitoria. Sin embargo, esta creencia fue cambiando hacia una fe madura unida a la esperanza paciente en la victoria final del bien sobre el mal gracias al poder de Dios.
De hecho, lo que llamamos “el fin del mundo” y a lo cual se refiere Jesús con los símbolos apocalípticos de un cataclismo cósmico inminente, diciendo que “no pasará esta generación antes de que todo se cumpla”, definitivamente ocurrirá cuando cada uno(a) de nosotros pase de esta existencia terrena a la eternidad para encontrarse con el Señor en esa nueva dimensión que asimismo llamamos “el más allá”.
En la oración que en la liturgia eucarística sucede al Padrenuestro, le pedimos a Dios que nos libre de todos los males “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. Así expresamos la esperanza en que la vida triunfará sobre la muerte, y un orden nuevo y futuro de justicia, de amor y de paz sucederá al desorden establecido actual de la injusticia, el odio y la violencia. Este es el sentido simbólico de lo que dice la segunda lectura de este domingo, al afirmar que nuestro Señor Jesucristo “está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”. Reafirmemos pues nuestra esperanza en este triunfo definitivo de Cristo resucitado sobre todos los poderes del mal.
3. “Cielo y tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”
Esta frase de Jesús debe ser para nosotros un motivo de esperanza ante la certeza de la transitoriedad del mundo presente. Y al mismo tiempo, un estímulo para desapegarnos de todo lo pasajero y poner toda nuestra confianza en el Dios que nos ha revelado Jesucristo, su Palabra eterna hecha carne, que nos garantiza la certeza de una felicidad perdurable más allá de nuestra existencia terrena, si nos atenemos a sus enseñanzas.
Toda persona que cree de veras en Jesucristo mira hacia el futuro no con miedo ni pesimismo, sino con la esperanza de quien sabe, desde la fe, que Dios Padre, gracias a la redención obrada por su Hijo, está siempre dispuesto a darnos la energía del Espíritu Santo para participar de su vida resucitada, desde ahora sacramentalmente, y en forma plena y definitiva cuando pasemos a la vida eterna. Así pues, evocando el verso del salmo responsorial de este domingo que dice “me saciarás de gozo en tu presencia y de alegría perpetua”, renovemos esta confianza en Dios, seguros de que quien espera en Él escuchando su Palabra y procurando cumplir su voluntad, nunca será defraudado Y que María santísima, la primera redimida desde el inicio de su existencia, nos alcance de Jesús la gracia de mantenernos firmes en la esperanza que nos asegura nuestra fe.