I Domingo de Adviento
Ciclo C – Nov 28 de 2021 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ Estando Jesús junto al templo de Jerusalén, y habiéndole preguntado sus discípulos acerca de las cosas que Él anunciaba que iban a suceder en el futuro, les dijo: Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación. Guárdense de que no se hagan pesados sus corazones por el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y venga aquel día de improviso sobre ustedes, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan la faz de la tierra. Vigilen, pues, orando en todo tiempo, para que tengan fuerza y escapen a todo lo que está por venir y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre. (Lucas 21, 25-28. 34-36).
Comienza hoy un nuevo ciclo litúrgico anual con el Adviento, nombre proveniente del vocablo latino Adventus, que significa advenimiento o venida. La petición del Padrenuestro en la que decimos venga a nosotros tu Reino es especialmente significativa en este tiempo correspondiente a 4 domingos, durante el cual nos preparamos para celebrar la Navidad.
1. En este tiempo de Adviento se nos invita a la conversión
Una costumbre tradicional para expresar el espíritu de este tiempo es la Corona del Adviento, un círculo de ramas del que surgen cuatro velas: tres moradas –color empleado en los ornamentos litúrgicos y que representa la actitud de conversión con que nos preparamos para la Navidad– y una rosada –color que significa alegría por la llegada de Jesús con su nacimiento–. Cada domingo se va prendiendo una vela y en la Misa de la noche de Navidad se coloca y se enciende un cirio blanco en el centro de la Corona, significando a Cristo, Luz del mundo que nos libra de la oscuridad espiritual.
Este símbolo, que se suele usar en muchas parroquias y podemos usar también en nuestros hogares, es una forma significativa de expresar el espíritu del Adviento, tiempo en el que se nos invita a la conversión, a la esperanza y a la vigilancia. El libro del profeta Jeremías nos presenta en la primera lectura (33, 14-16) un anuncio del Mesías prometido, descendiente del rey David, cuya misión es iniciar la realización plena del Reino de Dios en la tierra: un reino de amor, de justicia y de paz, que implica el reconocimiento efectivo de la dignidad y los derechos de todos los seres humanos, empezando por los más débiles y excluidos.
Para quienes creemos en Jesucristo, esta profecía comenzó a cumplirse hace poco más de veinte siglos. Sin embargo, hoy como entonces necesitamos que la acción redentora de Jesús llegue hasta nosotros como resultado de una disposición sincera a convertirnos, dejándonos transformar por su Espíritu. Nuestro proceso de conversión a Dios –es decir, de paso del egoísmo al Amor, porque Dios es Amor– nunca podemos darlo por terminado en esta vida. Por eso, el tiempo del Adviento es una ocasión muy propicia para examinar nuestra conciencia y expresar nuestra actitud de conversión a Dios mediante el Sacramento de la Reconciliación.
2. En este tiempo de Adviento se nos invita a la esperanza
La venida de Dios hecho hombre a la tierra no es sólo un hecho que sucedió hace poco más de 20 siglos con el nacimiento de Jesús. Él sigue llegando a cada persona dispuesta a recibirlo. Cada vez que celebramos la Eucaristía repetimos después de la consagración la misma invocación con que los primeros cristianos expresaban la esperanza en su venida gloriosa y que quedó escrita al final del Nuevo Testamento en el penúltimo versículo del Apocalipsis: ¡Ven, Señor Jesús! (Ap. 22, 20). De modo similar, en la novena de Navidad que pronto volverá a resonar con sus gozos, decimos: Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Así, en el Adviento se nos invita a proclamar nuestra esperanza en el Reino de Dios, que ya vino en la persona de Jesús, que sigue llegando a nosotros cuando lo recibimos en la comunión y que se manifestará plenamente en su venida gloriosa al final de los tiempos. Para cada uno de nosotros, el “final de los tiempos” será el momento de nuestro paso de la vida presente a la eternidad. Mientras tanto, tenemos que experimentar los problemas propios de esta vida presente. El lenguaje de la Biblia llamado apocalíptico describe el paso de este mundo al futuro con las imágenes simbólicas de un cataclismo universal, pero no para que nos sumamos en el pesimismo, sino para que, animados por la esperanza, en lugar de agachar nuestras cabezas como esclavos oprimidos, las levantemos para que el Señor nos libere de las cadenas del egoísmo, como dice Jesús en el Evangelio: cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación.
3. En este tiempo de Adviento se nos invita a la vigilancia
El tiempo de las fiestas de Navidad, que la publicidad comercial inicia incluso desde antes del Adviento con sus anuncios y decoraciones, suele ser para muchos un tiempo de rumba en el que abunda el licor y se multiplican los afanes materiales, mientras lo que verdaderamente significa la conmemoración del advenimiento y nacimiento de Jesús pasa a un segundo plano o simplemente desaparece. Frente a este olvido del sentido auténtico del Adviento y la Navidad, la palabra de Dios nos invita a no dejarnos encadenar por el libertinaje, la embriaguez o el ajetreo de las preocupaciones materiales, como dice san Pablo en la segunda lectura (1ª Tesalonicenses 3,12 – 4,2).
Expresemos pues con hechos concretos, durante este tiempo del Adviento, nuestra disposición a celebrar las fiestas navideñas de fines de año y de comienzos del año nuevo, como una oportunidad de renovación en la que tenga prioridad la dimensión espiritual de nuestra vida. Y que al evocar en esta Navidad a María santísima y san José, hagamos de nuestra vida un pesebre en el cual recibamos con gozo, como ellos, el advenimiento del reino de Dios, que es el poder del Amor, en la persona del niño Jesús.