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Noviembre 28: El hijo del hombre que vendría

Lucas 21:25-28.34-36, domingo, noviembre 28 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ  El judaísmo, fiel a su monoteísmo, acude a muchos intermediarios que, manteniendo la distancia frente a Yahvéh, salven la distancia frente al hombre. Algunos de estos son los profetas, la Toráh (sabiduría propia de Israel), los ángeles, los patriarcas y, en menor medida, los jueces y los reyes. Pero también eran voz o clamor de Yahvéh la viuda, el huérfano y el extranjero o el pueblo oprimido como en Egipto. Siendo impronunciable el mismo nombre de YHWH, se usaban circunloquios, eufemismos, nombres substitutos porque YHWH tendría más de cien nombres. Los musulmanes afirman algo similar respecto a Alláh: “Tiene cien nombres de los cuales no conocemos sino noventa y nueve pues el último no lo conocen sino los camellos”. En el Nuevo Testamento a Cristo se le dan más de 100 nombres o títulos siendo los más conocidos “hijo de Dios”, “hijo del hombre”, “verbo encarnado”, “nuevo Adán”, “pan de vida”, “alfa y omega” y otros. YHWH mismo no podría venir a la tierra pues era totalmente trascendente a ella. De ahí que en el Antiguo Testamento obre básicamente a través de su ángel (malak YHWH) que actúa como ángel de la muerte (matanza de los primogénitos de los egipcios), como ángel exterminador y como ángel guardián. Incluso actúa como general de los ejércitos (YHWH shebbaot). El título “hijo del hombre” es el único que Jesús se atribuye a sí mismo en los evangelios; otros títulos le son atribuidos por otros. Vale decir que Jesús nunca expresa “yo soy el hijo del hombre” y la primitiva comunidad cristiana nunca lo proclama como “hijo del hombre”, título que no aparece en los escritos de Pablo que son anteriores a los evangelios. En los evangelios sinópticos aparece 68 veces y 13 en el evangelio de Juan.
El título “hijo del hombre” parece venir de una confluencia de fuentes como los salmos 8 y 110 y sobre todo del libro de Daniel. En Ezequiel, donde aparece 93 veces, significa básicamente ser humano o “hijo de Adán”. En el libro de Daniel se refiere a un ser celestial, un cuerpo colectivo que personifican los santos, el ideal del pueblo judío. En contraste los poderes mundiales, enemigos de Israel, son hechos enemigos de Yahvéh y descritos como bestias feroces. “Hijo del hombre” a menudo reemplaza al pronombre de primera, segunda y tercera persona (yo, tú, él). Parece designar el hombre del futuro, similar al “hombre nuevo” de Pablo o al renacido o nacido de arriba de Juan. Jesús utiliza tal título también en tercera persona: “E l Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos ” (Mc 10:45). En los evangelios el uso de la expresión “hijo del hombre” aparece al menos con tres sentidos: a) como justificación de algunos hechos y autoridad de Jesús como perdonar pecados, enseñorearse del sábado; b) como anuncio de la pasión pues el “hijo del hombre” debe sufrir, ser rechazado y condenado; y c) como el “hijo del hombre” que ha de venir a la tierra o de volver en una segunda venida o parusía. Esta tercera es la más cercana a la idea apocalíptica de Daniel donde el “hijo del hombre” es elevado sobre las nubes para recibir autoridad del “anciano de Dios”. La expresión es lo bastante flexible e imprecisa tanto en su concepción de “hijo” como en su concepción de hombre. Esto es común en la literatura religiosa judía, como lo vemos en la expresión de “siervo sufriente” que para los judíos podía ser una persona, un reducto del pueblo judío (los pobres de YHWH o anawim) o todo el pueblo. No olvidemos que la idea de salvación personal, individual rara vez aparece en el Antiguo Testamento y en cambio aparece la colectiva, del pueblo, del clan, tribu o casa. En el evangelio de Juan, en el discurso sobre el pan, aparece “el hijo del hombre” (Juan usa siempre el artículo definido “el”) como fuente de vida: “ Jes ús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6:53). Ambas cosas, carne y sangre humanas, horrorizaban a los judíos. Pero Juan pone un énfasis especial en la “carne” del logos (palabra o verbo) y así expresa: “ Podr éis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios” (1 Jn 4:2). Cuando Pilato presenta a Jesús al pueblo, lo hace con la expresión: “Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: Aquí tenéis al hombre” (Jn 19:5).
Podría decirse que la mención del “hijo del hombre” en los sinópticos es básicamente asociada con la humanidad de Jesús, su sufrimiento, su muerte, su obra terrenal; en Juan, se refiere a su gloria en la resurrección, en el testimonio del amor (ágape), en el Paráclito que envía, pues en este evangelio Jesús está resucitado desde del comienzo. Es un evangelio místico, aunque de mística judía. No enfatiza tanto el aspecto terrenal de Jesús sino su aspecto escatológico que vendría. Sin embargo, en el judaísmo se veía claro que Yahvéh salvaba por medios humanos y, por tanto, el salvador o salvadores debían proceder mediante la fecundidad humana: hijo de David, raíz de Jesé, hijo del hombre, hijo de Abrahán, pues “hijo de Yahvéh” era todo el pueblo. Utilizar la expresión “hijo del hombre” para Jesús es reconocer a la vez el misterio (sacramento) de su vida y a la vez su fraternidad con los hombres (hijo de Adán), a la cual están llamados todos los creyentes. Dejando de lado el tinte de predestinación, expresa Pablo: “ Pues a los que de antemano conoci ó, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8:29). No solamente somos todos hijos de Dios sino llamados a ser hermanos en Cristo. Ser hijos de un dios (o diosa) era creencia común en muchas religiones. Jesús se aplica la designación de “Hijo del hombre” en relación con toda la humanidad, en tanto que “hijo de David” es su título en relación con Israel[1].
El “hijo del hombre” se contrapone a muchos poderes terrenales inhumanos. Frente a estos, representados como fieras, el “hijo del hombre” es el paradigma de humanidad: tan humano como sólo Jesús podía serlo. Dios no ejerce su soberanía desde fuera y desde arriba sino humanamente, desde el hombre Jesús; tal es el sentido de la encarnación. Dios se nos revela, se nos entrega y nos salva humanamente. De ahí que los creyentes rápidamente relacionen a Jesús con el siervo sufriente. Daniel e Isaías se juntan. El que asciende sobre las nubes es el que desciende a la tierra. Pero en oposición a la imagen apocalíptica del “hijo del hombre” que pelea a muerte con los infieles, la imagen evangélica está llena de misericordia, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. El “hijo del hombre” se identifica con los perdidos, los viene a buscar y a salvar; da su vida en rescate por todos. Se deja apresar, juzgar y llevar al patíbulo, no a pesar de ser Dios sino precisamente porque lo era. Se deslinda de una concepción de la divinidad como poder, tener, valer asociados a la violencia. Jesús invierte la imagen judía del mesías glorioso, triunfante y conquistador. En Juan el ascenso a la cruz es el momento de mayor gloria de Jesús.  Esto no fue fácil de aceptar para los padres de la iglesia quienes poco utilizan el concepto de Jesús como “hijo del hombre”, más empeñados en evaluar, defender y difundir su divinidad. Pero tal título de “hijo del hombre” ha recibido atención de nuevo recientemente, cuando el desafío de la humanización del hombre contemporáneo es más apremiante. Somos civilización de los primeros seis días (mundo), pero “crear” al hombre aún no lo logramos.
 
[1] En el islamismo todos los creyentes son hermanos aunque Alláh no es padre de nadie (hermanos huérfanos). Por ello no admiten la Trinidad. Su monoteísmo es similar al monoteísmo judío.

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