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Lucas 20:27-38, domingo, noviembre 6 de 2022
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Por: Luis Javier Palacio, SJ
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El levirato (ybum, en hebreo) es un precepto de la Toráh que impone el casamiento de una mujer viuda con el hermano de su esposo, cuando no ha tenido hijos de éste. Así le da descendencia y honra la memoria del difunto. Los judíos consideraban que era una ley para proteger a la viuda, pero evidentemente hoy habría que resaltar su talante machista. Según algunas leyendas, el levirato existiría incluso antes de la Toráh como lo expresa el relato de Iehudá y Tamar (caso de Onán). La mujer tendría prohibido casarse con otro hombre que no sea el hermano de su difunto esposo. En caso de que su cuñado (levir[1] en latín) no desee o no pueda casarse con ella, quedaba libre la mujer. Pero el varón debía soportar la crítica pues era considerado un insulto a su familia pero podía transmitir la obligación a un pariente más lejano. Así, se mantenía la integridad de la familia y se impedía la extinción de la estirpe y del nombre de un hombre muerto prematuramente o privado de descendencia. Las normas sobre matrimonio y parentesco son de las más antiguas en todas las culturas[2]. Se dice que el levirato era común en el Antiguo Oriente y en el judaísmo se hace ley en el Deuteronomio. El primogénito de los hijos de esta nueva unión heredaba los bienes y el nombre del fallecido.
El sumo sacerdote parecía estar libre de esta disposición, quizás porque el levirato contradice las prohibiciones del Levítico sobre relaciones incestuosas con la cuñada. «No descubrirás la desnudez de la mujer de tu hermano; es la desnudez de tu hermano» (Lv 18:16). La necesidad de la viuda de tener un hijo primaba sobre la prohibición contra una relación incestuosa con la cuñada. Quizás aquí se aplique el teorema de incompletud de Kurt Gödel, quien lo formuló para las matemáticas pero puede extenderse a otras áreas humanas: “Un sistema, si es completo es ilógico y si es lógico es incompleto”. Aunque los rabinos y maestros de la ley, soñaban con una Toráh completamente lógica, esto resulta imposible. Los saduceos, que no aceptaban sino el Pentateuco, y que tenían su centro de operaciones en Jerusalén, donde dominaban la sinagoga y el Templo, no creían en la resurrección porque no se encontraba en dichos libros del Pentateuco. Quizás esto explica porque argumenta Jesús con el episodio de la zarza ardiente: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3:6). Tampoco los saduceos creían en la resurrección de los muertos pues el mundo venidero tendría que ser semejante al mundo actual. Jesús, por el contrario, aclara que en la vida venidera los hombres serán como ángeles: no tomarán mujer, ni éstas tomarán marido. La razón es que ya no necesitan procrear. En la antigüedad, se discutía si los ángeles buenos y los caídos (demonios) podían reproducirse y muchos concluyeron que los caídos (demonios) se reproducían, pero no así los buenos.
Los cristianos, luego de la experiencia pascual, afirmaban la resurrección como el futuro (también el presente según Juan) de todo creyente. Confesaban un Dios que básicamente es dador de vida. «Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean» (Rm 4:17). Los saduceos, basados en el levirato que estaba en el Pentateuco, buscaban argumentar por reducción al absurdo contra la doctrina de la resurrección. Una de las dos no sería lógica, pero Jesús ataca la premisa básica: la vida futura o esperada no es una continuación o prolongación de esta vida y por tanto no requiere de su propagación. Pero como antes se dijo, no hay una lógica única e inflexible en las Escrituras y algunos rabinos enseñaban que en la otra vida la mujer daría a luz cada día. Los musulmanes siguen la idea aristotélica de que, por no ser inmortal el hombre, tiene la capacidad de reproducirse en los hijos para perpetuarse, como su consuelo. Algunos padres de la iglesia enseñaban que la raza humana no debía reproducirse y acelerar así el fin del mundo. Hoy nos parecerían planteamientos inaceptables.
El otro argumento de Jesús es típicamente judío pues consiste en que Yahvéh es un dios de vivos y por tanto si se declara Dios de Abraham, Isaac y Jacob implica que éstos están vivos: «para él todos están vivos». Como se decía de los mártires macabeos, los que murieron luchando contra Antíoco IV Epífanes, “viven para Dios”. Pero sólo en una afirmación poética podría decirse que Dios vive para ellos. Hoy sería una interpretación de las Escrituras poco convincente pues se basa en la mera autoridad de la Toráh y corresponde a uno de los métodos exegéticos de entonces. Ni el judaísmo ni el cristianismo son propiamente religiones del libro (lo es el islamismo) sino de interpretación del libro. Para algunos comentaristas estaría Lucas añadiendo el argumento de la inmortalidad[3], que era una idea griega. Taciano, Ireneo y Justino se declararon enemigos de la inmortalidad y defensores de la resurrección. Parece que, por ser Dios, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, Dios de los patriarcas, se probaría más la inmortalidad de éstos que su resurrección. Si el alma era inmortal por naturaleza, como en el pensamiento griego, no se necesitaría intervención divina para disfrutarla. No así con la resurrección que es una idea cristiana y novedad absoluta respecto al Antiguo Testamento. En éste no pasa de la reanimación de un cadáver y a tal reanimación se reducen las resurrecciones de Lázaro, la hija de Jairo y el hijo de la viuda de Naín. Los escribas y fariseos estarían contentos con la respuesta de Jesús. Lucas menciona a los saduceos únicamente en el pasaje de hoy. Políticamente, los saduceos ejercían una gran influencia pues como antes se dijo, controlaban el Sanedrín y el Templo. Con ellos, la Toráh escrita disfrutaba de autoridad, pero no así las tradiciones orales (Toráh oral) que eran valoradas por los fariseos. Pero no argumentan desde la Toráh, sino desde un caso de levirato ficticio como una trampa para Jesús. Ya el número de siete hermanos varones casados con la misma mujer parece un número irreal y simbólico. Cuentos semejantes para negar la resurrección de los muertos son conocidos de la literatura rabínica.
La fe en la resurrección de los muertos es tema central de la profesión cristiana. «Fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación» (Rm 4:25). Una profesión que solo puede darse luego de la experiencia pascual. Se basa en la resurrección de Jesús y no podría afirmarse antes de ella. El hecho de que la pregunta de los saduceos se plantee ya ahora, antes de la muerte de Jesús, manifiesta a los lectores que en Lucas el mismo Jesús ha recorrido el camino de la cruz con la conciencia de su resurrección, algo que aparece más evidente en Juan. Pero indudablemente es una idea retro-proyectada en la vida de Jesús.
La argumentación de Cristo es de tipo rabínico. Parecerá que, por ser Dios el Dios de “Abraham.” y los patriarcas, se probaba la inmortalidad de éstos, pero no su resurrección. En el concepto semita de la vida humana, ésta no se concibe sin cuerpo. En cierta forma, en el cristianismo termina confundiéndose alma con Espíritu y aceptando lo que resultaría contradictorio: inmortalidad y resurrección. En general, la idea judía era que el pueblo elegido no podía morir como pueblo (resurrección de los huesos del profeta Ezequiel). Esta resurrección ha renacido en la teología hoy.
[1] Según otra etimología viene de “lege vir” (marido por ley) en latín y también “laevus vir” (marido por la mano izquierda).
[2] Para el psiquiatra Sigmund Freud el tabú del incesto es la prohibición más primitiva en todas las culturas.
[3] Dos de las afirmaciones que llevan a la excomunión (jérem) de la comunidad judía de Baruch Espinosa fueron que no creía en la inmortalidad del alma y tampoco en los ángeles.