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Noviembre 6: ¿Qué significa creer en la resurrección?

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XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo C – 6 de noviembre de 2022 

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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ

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En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.” Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?, porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les contestó:

«En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán, pues ya no pueden morir. Son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.» (Lucas 20, 27-38).

 

1. El sentido de nuestra fe y nuestra esperanza en la resurrección

Los saduceos, miembros de la casta religiosa sacerdotal del judaísmo antiguo, descendientes de Sadoq, un antepasado a quien el rey Salomón, nueve siglos a.C., había nombrado sumo sacerdote del Templo de Jerusalén (1 Reyes 2, 27 ss.), sólo aceptaban como inspirados por Dios los cinco primeros libros de la Biblia, que contenían la “Torá”, la “Ley” de Dios transmitida por Moisés, y no creían en la resurrección porque estos libros no hablaban de ella. La respuesta de Jesús a la pregunta que le hacen los saduceos nos invita a revisar nuestro concepto de la resurrección.

Jesús utiliza una comparación muy significativa cuando dice que la vida futura después de la muerte será como la de los ángeles. Es un modo de indicar que la resurrección no es una vuelta a la existencia material, sino el paso a una nueva vida de carácter espiritual. De manera semejante el apóstol san Pablo, al explicar cómo será la resurrección, dice que se siembra un cuerpo natural y resucita un cuerpo espiritual (1ª Corintios 15, 44).

En efecto, quienes regresan a esta vida terrena por “resucitación” finalmente se mueren, como sucedió, por ejemplo, con las resucitaciones obradas por Jesús (la de la hija de Jairo, la del hijo de la viuda de Naím y la de Lázaro), e incluso antes de Él por los profetas Elías y Eliseo (1 Reyes 17,17-23 y 2 Reyes 4,31- 37), y después por los apóstoles Pedro y Pablo (Hechos 9,36-42 y 20,7-12). Pero la vida que nosotros esperamos para después de la actual es una vida perdurable, cuya forma no puede expresar adecuadamente nuestro lenguaje y por eso necesitamos recurrir a imágenes simbólicas para referirnos a ella. La resurrección es un misterio de fe, que no corresponde al plano de la materia sino al del espíritu.

 

2. La creencia en la “reencarnación” no es compatible con nuestra fe en la resurrección

Un error frecuente es la idea de la “reencarnación”, que afirma la preexistencia de las almas creyendo que vuelven a este mundo revestidas de otro cuerpo para “purificarse”. La creencia en la reencarnación no es compatible con la fe católica en Jesucristo resucitado y en la resurrección de los muertos, pues la antropología cristiana considera al individuo humano como un solo ser (individuo = indiviso) que, mientras existe en las dimensiones actuales del espacio y del tiempo está ligado a condiciones materiales, pero al morir pasa a otra forma de vida en condiciones distintas, ya no de orden material sino espiritual.

En este sentido lo que llamamos cielo no es un lugar físico, sino un estado espiritual de felicidad completa; y lo que llamamos infierno tampoco es un espacio material sino un estado espiritual de total infelicidad, consistente en la ausencia perpetua del amor -es decir, de Dios que es Amor- para quienes en su vida terrena se hayan encerrado definitivamente en su egoísmo. Asimismo, el llamado purgatorio es un estado espiritual transitorio de purificación para poder acceder a la felicidad completa. Con respecto al llamado limbo -palabra que significa borde u orilla-, cuya existencia ha venido afirmando tradicionalmente la religiosidad popular pero que no corresponde a una verdad dogmática, el Magisterio de la Iglesia indica que podemos confiar a la misericordia de Dios la salvación eterna de quienes murieron siendo inocentes de pecado personal sin haber podido recibir el sacramento del bautismo (Catecismo de la Iglesia Católica, nos. 1260 y 1261).

Así pues, la “vida del mundo futuro”, que afirma la versión extensa del Credo cristiano católico, es una vida nueva, no en este mundo terreno sino en la eternidad. Nuestra fe en la resurrección implica la esperanza en la vida futura que aguardaban los Macabeos, aquellos judíos mártires del siglo II a.C. de quienes cuenta la primera lectura que defendieron hasta la muerte la fidelidad a sus convicciones religiosas (2 Macabeos 7,1-2.9-14). Y esa vida futura será, así lo esperamos si vivimos la actual de acuerdo con la voluntad de Dios, nuestra participación plena en la vida resucitada y gloriosa de Jesús.

 

3. “Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante”

El Salmo 17 (16) expresa así, el paso de la existencia terrena actual a la vida eterna futura, la cual para quien vivió de acuerdo con la voluntad de Dios no tendrá fin, porque será una participación plena de la vida divina. Saciarse del semblante de Dios, o sea viendo su rostro, es un modo de expresar el gozo de encontrarse por decirlo así, “cara a cara” con Él, participando de la resurrección gloriosa de Jesucristo, que por su encarnación quiso ser el rostro humano de Dios.

La seguridad de una vida nueva y sin fin que aguardamos para el futuro y cuyas primicias ya poseemos en la medida en que venga a nosotros el Reino de Dios, o sea en que nos dejemos llenar por el poder de su Amor, es, como lo dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura (2ª Tesalonicenses 2,16 – 3,5), la esperanza que expresamos al evocar la memoria de quienes nos han precedido en la fe, como lo hemos hecho los dos días iniciales de este mes de noviembre al celebrar la Fiesta de Todos los Santos -siendo María, la Madre de Jesús, la primera entre ellos- y la Conmemoración de los Fieles Difuntos.

Que el Dios de la vida nos conceda comprender el verdadero sentido de la resurrección, que reconocemos ya obrada en la naturaleza humana de Cristo y que aguardamos también para nosotros, de modo que podamos dar razón de nuestra esperanza, no con creencias falsas o distorsionadas, sino con una fe auténtica en Él, que así como nos creó para esta vida terrena, si dejamos que actúe en nosotros su Espíritu de Amor puede re-crearnos para una vida nueva y feliz en la eternidad. Así sea.

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